Así como puede decirse —lo digo— que el trabajo de Osvaldo Lamborghini con el Teatro Proletario de Cámara deja al descubierto el inconsciente de las imágenes, puede decirse —porque es así— que José Retik, en su novella Los extraestatales, deja expuesto —como una fractura— el inconsciente material del lenguaje. Procede vadeando el riacho estéril de la metáfora para abrir un sendero precario de literalidad. Así, Retik narra que Aquenio, intendente de Ibídem, un pueblo entero de autómatas de madera, “manipulaba a los cándidos con los piolines de su astucia”. Desde ya, estos piolines no son otros que sus cuerdas vocales: “su elocuencia discursiva dejaba a la concurrencia babeando resina. Por obra y gracia de esta prédica, no existía oposición alguna al régimen”.
Vadear el riacho es y no es otra forma de decir separar las aguas del Mar Rojo, a lo Moisés. De eso no se encargó el intendente Aquenio, sino un simple autómata de clase media que, artliano, “se forjó un destino a fuerza de trabajo y dedicación”. Como el Rimbaud orillero, como el Pibe Barulo, cuando Ortiga regresa ya era otro: “la larga barba blanca que lucía le daba una impronta mesiánica. Cada vez que profería palabra, extendía su báculo al cielo”. Y quien dice abrir las aguas del Mar Rojo dice clavarle una estocada al cielo a plena luz del sol, esa magnífica imagen y puesta en acto del poder estatal.
Tal vez, solo tal vez, se trate de dos políticas. De los que juegan para distraerse y ganar y los que prefieren aprovechar la renovación del Parque para concentrarse y perder en el “Tiro al yerro”, un juego que consiste “en lanzar dardos a un blanco móvil con el fin de fallar”. El Parque también contaba con “un pintoresco acuario con peces robots”, y es claro que habrá malintencionados que creerán que todo se trata de “imaginación” o, más bien, de un “chiste”. Pero no. Lo que hay en la novella de José Retik es la precisión de una lógica propia que gira en torno a la manivela fallada del descentramiento.
Pero la Guerra Santa está declarada y el poder y su deposición pasan de manos. Como quien dice las huestes de Renée Cuellar contra las Máquinas del Mal, como las designa Ariel Luppino. Porque, desde ya, José Retik pertenece a la cofradía. Entonces sucede que “tiempo después de la gesta épica de Ortiga, recaló en Ibídem un Forastero de carne y hueso” que extendió —verdadera peste negra— “la enferma ideología triunfalista”. Y aquí no es casual que, entre las filas de la hueste subversiva, el doctor de la Triple A (Alianza Anti-Triunfalista Automática) se llame Brugmansia.
La palabra de origen griego “mancia” significa “adivinación” y, por supuesto, en estos lares se trata siempre de una escritura profética, con una adivinación trastornada, de allí el trastoque de la “c” a la “s”. De hecho, la “c” es trajinada a “s” pasando por un puente: tal es lo que significa “brug”, proveniente del germánico occidental. Pero, en español rioplatense, “brug” llega como Brujas, ciudad belga, anti-baudeleriana por excelencia. Así se dan, en las Últimas Poblaciones, las cosas. Brujas que adivinan. La mixtura, el incruste. La bendita Triple A.
¿Y no es acaso la figura Mr. Tooth, quien pintaba al estilo de los grandes maestros, colocando en el mercado mundial quinientas cuarenta y tres falsificaciones en el, una falsificación en sí misma de la figura Renée Cuellar, madre de dios y bailarina, emperatriz del ambiente artístico de los 70? No faltan —nunca faltan— los detractores que la tilden de falsificadora, cuando lo que hacen los de su laya es un trabajo pertinaz para ser dignatarios del Don de la posesión para pervertir, horadando y honrando, al original. Mapa para perderse mejor, no calco. Tal la novella Los extraestatales.
5 de enero, 2022
Los extraestatales
José Retik
Borde perdido, 2021
84 págs.