Los hombres explicamos cosas. Es cierto. Las mujeres también, por supuesto. La clave estaría en analizar si aceptamos o nos resistimos a escuchar las explicaciones que provienen de una mujer por el simple hecho de ser mujer. Tal vez, el principal problema reside en la forma en que se explica, en la forma en que ciertos hombres explican cosas a las mujeres, a una o a varias. En principio, la arrogancia no conoce ni distingue el género. Pero existe cierta tendencia masculina a posicionarse en un lugar de superioridad, de saber absoluto, cuando se encuentra con un auditorio femenino. Desde ese púlpito imaginario, omnímodo, paternalista e incuestionable, el hombre, ciertos hombres, muchos hombres, parece ser que explicamos cosas a las mujeres. Incluso cuando ignoramos rabiosamente el tema, el objeto sobre el cual discurrimos.
Sobre esta cuestión en apariencia trivial, insignificante, cotidiana, discurre el primer texto, fechado en el 2008, del libro Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit, publicado por Fiordo (Buenos Aires, 2019). Dos vivencias de la escritora, dos anécdotas, nos ponen frente a frente con la soberbia y la estupidez de los hombres (¿diré “nuestra”?) que explicamos cosas a la manera que Solnit nos explica que explicamos. La primera es sobre el “señor Muy Importante”, que en su casa de Aspen, después de una fiesta, le explica a Solnit el libro que ella ha escrito. Cuando su amiga le insiste en que está hablando con la autora del texto que elogia, el supuesto sabiondo queda “lívido”. La segunda, relata el desprecio de un traductor que, en una reunión, no puede tolerar un comentario de Solnit sobre un hecho que ella ha investigado y él, lleno de prejuicios, considera diferente. El tono de ambos relatos es irónico, distendido, casi cómico. Pero hay que estar advertidos: esta conducta de los hombres no es inocente, ni casual, sino que “Estas conversaciones son una de las maneras en las que, en el discurso civilizado, se expresa el poder (…) que silencia, borra y aniquila a las mujeres como iguales, como participantes, como seres humanos con derechos, y con demasiada frecuencia como seres vivos”.
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Sin embargo, no todo el libro es así, no todo el libro respira con este tono. Los nueve ensayos que reúne el volumen pertenecen a diversos años y coyunturas, aunque todos están muy próximos, contiguos, sin que medien diferencias de fondo que atenten contra la unidad del conjunto. El segundo, “La guerra más larga” (2013), despliega cifras, estadísticas y casos de violaciones y actos de violencia contra las mujeres, tanto en Estados Unidos como en otros países, como la forma consolidada de ejercer el control y la dominación sobre ellas. Los números y los relatos son terribles, escalofriantes, pero no difieren de los que a diario leemos o escuchamos en Argentina.
El siguiente, “Mundos que colisionan en una suite de lujo” (2011), se analiza el resonante caso del ex director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, denunciado por abusar sexualmente de una empleada del hotel de New York en el que se hospedaba, y que dio lugar a una oleada de relatos de otras mujeres asediadas por su “actitud predadora”. Este escándalo, ocurrido en mayo de 2011, y el modo en que parte de la prensa buscó descalificar a la víctima, Nafissatou Diallo, deja en claro que, bajo el “abuso sexual” reside “… el rechazo a uno de los derechos humanos más básicos, el derecho a la integridad corporal y a la libre determinación”. Como complemento, la figura de Strauss-Kahn y sus abusos sirve para recordar, en paralelo, los abusos y saqueos del Fondo Monetario Internacional en los países que se someten a sus directivas. Esto, por desgracia, no hace falta que nos lo expliquen.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
En el cuarto, “Elogio de la amenaza” (2013), el tema es el matrimonio tradicional y la histórica disparidad de roles que se reproduce dentro de esta institución. Como correlato, la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo, el “matrimonio igualitario”, visibiliza, desde su denominación, la desigualdad que existe en el formato tradicional de dicha unión civil. El siguiente, “Abuela araña” (2014), parte de una pintura de Ana Teresa Fernández para reflexionar sobre la obliteración y el borramiento de las mujeres, desde los árboles genealógicos hasta un periodo de la historia argentina que nos resulta familiar: la dictadura cívico militar de 1976 a 1983.
La construcción social de la mujer como mendaz, como mentirosa, como histérica, desde los mitos hasta el psicoanálisis freudiano, se desarrolla en “El síndrome de Casandra” (2014), en el que la figura de la hija de Hécuba y Príamo, y la maldición de no ser creída, afecta a las declaraciones de las mujeres que relatan, y denuncian, casos de violaciones y abusos. “La oscuridad del Woolf” (2009) parte de una cita del diario de Virginia Woolf sobre la oscuridad del futuro y, a partir de ella, pone a dialogar a esta enorme escritora inglesa con Susan Sontag para reflexionar sobre la liberación de la mujer. No sólo la interna, la intelectual, la emocional: hasta la que consiste en la libertad de poder vagabundear sin miedos.
“#YesAllWomen” (2014) quizás sea el ensayo vertebral del libro. En él, a partir del caso del asesino de Isla Vista, se presenta cómo bajo esta (y otras) masacres subyace el odio a las mujeres. La batalla de hashtags “NoTodoslosHombres” son (somos) misóginos y violadores, contra el “SíTodaslasMujeres” viven con miedo de los que sí lo son, explica el corazón del asunto. Los hombres podemos padecer mil miedos y temores en común con las mujeres, pero el de ser violados o asesinados, incluso dentro de nuestra propia casa, es exclusivo de ellas, “y puede que sea más importante hablar de esto que proteger las zonas de confort de los hombres”. Es decir, que debe darse la mayor visibilidad a este problema, antes que ponernos a proclamar nuestra inocencia. Comprender esto, me parece, es fundamental para captar el argumento nuclear de la corriente feminista que Solnit representa.
Por último, “La caja de Pandora y la fuerza policial de voluntarios” (2014), recorre las reacciones y resistencias que, en especial desde los medios de comunicación y las redes sociales, salen al cruce de las mujeres que se liberan del poder “machista”. La metáfora de la vasija de Pandora le sirve a Solnit para expresar que, una vez sueltas, las ideas del feminismo, no van a volver a “guardarse”. Para fortalecer la esperanza, recuerda que los cambios legales a veces son resultado del cambio de las ideas. Y ejemplifica: “… en el ámbito social, la imaginación posee gran poder. La arena en lo que esto ha tenido más impacto ha sido la de los derechos de los gays, las lesbianas y las personas transgénero. Hace menos de medio siglo, ser cualquier otra cosa que fuese ser rigurosamente heterosexual suponía ser tratado como un criminal o como un enfermo…”.
Solnit, en sus textos, nos explica cosas. A los hombres, a las mujeres, a todos. Posiblemente para prevenirse de la obvia defensa que hoy los hombres llevamos a flor de labios, Solnit no tiene problemas en admitir que no todos somos iguales. “En el mundo hay hombres encantadores y maravillosos…” o “Conozco parejas heterosexuales encantadoras e increíbles… con matrimonios igualitarios y llenos de reciprocidad y generosidad”, por ejemplo. Aunque, potencialmente, no estamos exentos de recurrir a cualquiera de las formas de ataque contra las mujeres, por el hecho de que somos hombres.
El emergente de las explicaciones arrogantes acaba por resultar lo más anecdótico y ligero de todo el libro. Salvo, quizás, el exquisito ensayo dedicado a Virginia Woolf y a Susan Sontag, que es un canto a la libertad de la creación artística, el resto de los textos duelen por las cifras, por los casos que exponen, por el inevitable espanto que nos provoca escuchar, leer, los estragos que produce la violencia machista. La violencia de los hombres contra las mujeres.
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Pero todo libro es, principalmente, una experiencia de lectura, un bosque o un páramo que se atraviesa de múltiples maneras y que lo ideal es que no salgamos de él indemnes. De eso quiero hablar. De mi lectura, de mi no salir indemne de este libro. Los hombres me explican cosas, nos interpela, nos cachetea, nos exige un posicionamiento. Me gustan esos libros que me ordenan “Fijate de qué lado de la mecha te encontrás”, aunque este, a priori, me coloque ya en un bando. Como eludo o intento eludir el corsét de los –ismos, prefiero librarme de ese condicionamiento para leer, y leo sin poder evitar la empatía, la indignación, el deseo de pensarme como un aliado en esta guerra para terminar con la violencia y el odio contra las mujeres.
Y pregunto, porque no sé, porque no entiendo, y quiero que me expliquen, cómo se termina con cualquier desigualdad que existe en el marco de un sistema económico, político y social que se apuntala y sustenta justamente en la reproducción de las desigualdades. En la competencia, en la concepción del otro/a como enemigo, en la optimización de los beneficios propios sin que importen o interesen los derechos que se vulneran. Digo, cómo se puede terminar con el “patriarcado” si antes, o en el mismo movimiento, no hacemos saltar al capitalismo por los aires. No lo sé. Recién en el último ensayo Solnit hace una referencia explícita a esta cuestión: (El capitalismo) “Encarna lo peor del machismo mientras destruye lo mejor de la Tierra”.
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Ninguna persona medianamente honesta puede avalar o justificar las violaciones, los abusos, el desprecio y la violencia contra las mujeres, contra una mujer. Si coincidimos en esta premisa, si estamos de acuerdo, la pregunta lógica es qué hacemos para que esto no siga ocurriendo. Creo que la educación. Cualquier cambio, cualquier transformación profunda que pretendamos realizar en nuestra sociedad, lleva tiempo y pasa, indefectiblemente, por la educación. En Argentina, en este ámbito predominan las mujeres. ¿Qué mejor lugar, entonces, que desde la escuela pública hasta las universidades, comenzar a modificar las prácticas, los hábitos, los prejuicios que engendran los estereotipos arraigados en nuestra cultura?
Pienso que al menos un par de estos textos pueden servirnos para leer y dialogar en las aulas. De la escuela secundaria y de la universidad, que recientemente ha suscripto a la Ley Micaela. Para debatir, para conversar, para formular acuerdos, para escuchar las voces largamente silenciadas. Para revisar nuestras conductas, desde la arrogancia masculina hasta el descrédito o las descalificaciones que sufren las mujeres, en ocasiones, al hablar, al opinar, al narrar. Para pensarnos y pensar nuestras prácticas, nuestra cultura, y buscar los modos de cambiar, de cambiarnos, de fomentar una igualdad real entre hombres y mujeres. Como explica Solnit, el camino es largo y no es una línea recta. Pero no hay vuelta atrás.
5 de junio, 2019
Los hombres me explican cosas
Rebecca Solnit
Traducción de Paula Martín Ponz
Fiordo, 2019
144 págs.