Si, como postulara Isidoro Blastein, la puntualidad es la cortesía de los reyes, la impuntualidad, en términos del editor y escritor Francisco Magallanes (La Plata, 1981), es el nebuloso atributo de los plebeyos, los marginales, los marcados por una estrella desganada, perezosa, algo sórdida.
Un grupo de chicos, tan inocentes como crueles, capaz de cruzar ciertos límites para conseguir una pelota y demostrar, de paso, su poder sobre un débil. Una mujer gobernada por una rutina gris e incapaz de aceptar su deseo sexual; un remisero que relata historias de su juventud –de una espectacularidad inverosímil– para sobrellevar su presente chato; un piloto que, en una carrera final, parece arriesgar todo (lo que le queda). Niños y niñas, entonces, mal queridos, que atisban la adolescencia a fuerza de abusos y golpes. Perdedores, hombres que hacen de la chicana su credo. Huérfanos por destino o por desinterés paterno. Esta es, en buena medida, la galería de personajes que recorren los relatos de Los impuntuales.
Uno de los intereses palpables del autor se juega en los cuentos breves: dar con el tono de una La Plata, de fines de los noventa, opacada por los trabajos mal pagos, por la desocupación, por los coletazos y las consecuencias, en fin, del menemato. Los textos, como anecdotarios de experiencias personales, parten de voces narrativas que Magallanes calibra con buen oído pero que mueren allí, con el punto final (“La hora muerta”, “El sistema informático”). Es, por el contrario, en los relatos de largo aliento donde se materializa el oficio de un escritor que sabe cómo estructurar una historia, cómo tensar el arco narrativo y hacerlo, además, con pizcas de humor y ternura, de crueldad y violencia (“Regalo de Reyes”, “Atravesó la pasarela del Brisamar”, “No corras cuando te atrapen”, “Te va a encantar acariciar el viento”).
Si bien los relatos extensos comparten un tono que los distancia de los breves –un tono menos coloquial, en el que la escritura, antes que la voz, toma las riendas del argumento– la reaparición de personajes, la insistencia en sus bravuconerías, en sus pérdidas, las distintas formas del abuso, cierto clima de zozobra, configuran una poética que convierte a Los impuntuales en un libro de cuentos y no en una mera suma de historias.
Varios de los protagonistas de Magallanes, en momentos decisivos, tropiezan; literal y metafóricamente, tropiezan. Sea un hombre de las cavernas en sus instancias finales, sea un varón de nuestro tiempo a mitad de una persecución, o un niño, a punto de patear un penal crucial, en el que se juega algo más que una anotación. Los tropiezos proponen una suerte de hado compartido, que no necesariamente debe ser aciago: una caída puede acabar siendo un modo –no muy elegante, por cierto– de protección, un salvo conducto inesperado. Qué hacer con lo que hicieron de nosotros: lo que sea, respondería uno de estos personajes, con tal de que la desgracia no se te pegue.
29 de junio, 2022
Los impuntuales
Francisco Magallanes
Club Hem, 2021
124 págs.