La primera novela de Federico Falco se propone una proeza singular: dar cuenta del tiempo vacío del duelo. Luego de que su compañero pone fin a la relación, Fede, un escritor que siente que ha dejado de serlo, se muda al campo y se dedica exclusivamente al cultivo de una huerta. Eso es todo, considerando, claro, que detrás de esa situación sin demasiadas eventualidades bulle un universo personal con toda su historia, en relación directa, además, con un paisaje que impone sus condiciones. La novela es una serie de fragmentos relativamente cortos que Fede apunta en un cuaderno, bitácora caprichosa del viaje inmóvil de su duelo. Consigna su presente en relación a la huerta, recuerdos de infancia, parte de la historia de su familia, secuencias de la prehistoria del escritor, episodios felices de su relación perdida y reflexiones varias, y en ese friso disperso va componiéndose una imagen, que es la suya, pero también y sobre todo la del llano.
En el campo, Fede establece una relación elemental con el espacio, signada por la percepción y la experiencia inmediata, y esto se hace explícito en su escritura, que por momentos se limita a registrar lo que hay y lo que ocurre. Sobre todo cuando da cuenta de su trabajo en la huerta, recupera esa función primaria de la palabra (acaso próxima a la poesía) que se limita a nombrar. Ese grado cero de la escritura, que modela con la minuciosidad de un artesano, lo conecta con la prehistoria de su oficio como cuentista.
La vida en el campo lo remite además a su infancia y a su historia familiar, y muy particularmente a su abuela, que ocupa el lugar de la contadora oficial de los cuentos de la familia. A través de esta figura, hace foco en ese tipo de narración que circula entre los miembros de las familias y los habitantes de los pueblos pequeños, configurando sus historias. Detecta ahí un uso primario de las narraciones, anterior a la literatura, que lo interpela, no casualmente en un momento en el que siente que ha dejado de ser escritor. La pérdida del compañero se hace síntoma en la pérdida de la capacidad de escribir, al menos en los términos en los que lo venía haciendo. Su exilio en el campo, en este sentido, le ofrece una vía para reconstituirse como escritor, pero en otro sentido y en otra dirección. Como para casi todo, el modelo para la nueva forma de abordar la escritura lo encuentra en la huerta. En sus apuntes, Fede homologa la acción de escribir con el trabajo de la tierra, subrayando que se diferencian porque este último, sujeto a los vaivenes del clima, resulta incontrolable. "Hay algo del placer de dar forma, de controlar la forma de las cosas, que tiene la cerámica, que antes tenía para mí la escritura y que no tiene la huerta. A la huerta hay que entregarse: disponer y después que el clima y la suerte alteren, pulan, moldeen", dice, y luego agrega: "Antes pensaba que había que tratar a la escritura como a la arcilla. Ahora me pregunto si se podrá escribir como se hace una huerta." Cabe preguntarse al respecto si la literatura de Falco no estará virando en esa dirección, y si esta novela no es acaso su primera señal.
Además de la dialéctica inestable entre control y no control (en la que se juega la diferencia entre la realidad y la escritura), la novela escenifica y reflexiona acerca del tiempo (al que se aborda en sus múltiples aristas) y sobre todo acerca de la recuperación de las funciones primarias, comenzando por la percepción en tanto forma de vinculación directa y elemental con las cosas del mundo. Trabajando en la huerta, Fede vuelve a establecer (como cuando niño) una vinculación elemental con el tiempo, el paisaje, el pensamiento, las narraciones, la escritura, el cuerpo, etc. Este motivo ya estaba presente en algunos de los cuentos de Falco, como por ejemplo "Las liebres", pero en esta novela se expande y diversifica, subrayando su importancia, sobre todo a la hora de cortar y dar de nuevo (que es de lo que se trata en esta historia).
Una diferencia relevante entre esta novela y la producción anterior de Falco es el diseño de su protagonista y narrador, que, muy sugestivamente, comparte una serie de atributos (nombre, oficio, etc.) con el autor. Si bien no podemos decir que se trata de una novela autobiográfica, hay en la construcción de este personaje y de esta historia un juego ambiguo entre autobiografía y ficción que inevitablemente gravita en la lectura. Pero la diferencia más notable, la que señala un desvío respecto a los cuentos, es que en este caso Falco eligió contar una historia carente de narratividad. "Es como si en el tiempo del duelo no hubiera narrativa", dice Fede, y eso precisamente, ese tiempo sin historias, es lo que cuenta esta novela.
Sondeando en el aparente vacío del paisaje y plegándose a la dinámica incontrolable de la huerta, Falco logra lo que parecía imposible: poder contar en una más allá de la narración. En todo sentido, Los llanos supone un repliegue, una vuelta al principio, que redunda en un recomienzo en el que se articula la novedad. Transitado el duelo, solo resta develar cuáles y cómo serán las narraciones por venir.
28 de abril, 2021
Los llanos
Federico Falco
Anagrama, 2021
240 págs.