Gracias a la literatura, pero con mayor insistencia e impacto al cine comercial y a su distribución global, ya sea por los medios tradicionales o por las plataformas de streaming, nos resulta previsible imaginar cómo sería la llegada de los extraterrestres, de una forma de vida más desarrollada –al menos en el aspecto tecnológico– a nuestro planeta. Me retracto, a una porción geográfica precisa del planeta: los Estados Unidos de América. Es lógico, porque las vistosas y costosas producciones cinematográficas nacen allá y parten de la hipótesis de que los seres de otros mundos elegirán su país, como si fuera la puerta de entrada obligada a la Tierra, la única posible, para iniciar una invasión, robar los recursos naturales o lo que sea que vengan a hacer a este rincón de la galaxia. De esta manera, siempre narran desde una perspectiva centralista –imperialista– y hegemónica ese evento casi siempre fatal para nuestra especie.
En Los Quilmers, Leandro Ávalos Blacha modifica las coordenadas de arribo de los invasores y los desvía hacia el sur para hacerlos “caer” en nuestro país. Sin embargo, no parece que estos “ovoides”, así se designa en general a los extraterrestres, hayan caído por azar en esta parte del continente. Se trata, más bien, de una decisión pensada que se ajusta a una idiosincrasia compartida porque, al igual que los nativos, los foráneos se comportan como perfectos argentinos, digamos así para no entrar en juicios que pueden sonar ofensivos. En otras palabras, las diferencias exteriores, fisonómicas, quedan anuladas por una semejanza o familiaridad moral que emparenta –y hasta confunde– a los extraterrestres con los locales, para horror de Kant y los kantianos.
La multiplicidad de manifestaciones que caben en el género novela habilita que se imponga una lectura lineal, del comienzo a fin, de los diez capítulos o episodios unificados por las variables temporal –el presente, estos años del siglo XXI– y espacial –Bernal, partido de Quilmes, provincia de Buenos Aires–, además del tema general –la conquista de la Tierra, al menos de esta parte, que emprenden los ovoides–, en detrimento de otras que centrarían la atención en las diferentes voces narrativas o puntos de vista, o en los distintos personajes que son protagonistas de un solo relato –aunque otros, como el líder rebelde Juan Cano y la ex directora e intendente de Quilmes, María Marta Espínola, reaparezcan en varios capítulos–, o de los múltiples argumentos que se ponen en juego en las páginas de Los Quilmers. Variaciones atractivas, dinámicas, al final de cuentas, porque a la vez que demuestran la versatilidad y la disparatada, lúdica imaginación de Ávalos Blacha, y el ritmo de su escritura –en la que creí distinguir arpegios de César Aira–, despliegan un montaje de relatos que se yuxtaponen y complementan, desde variadas perspectivas –como las secuencias que se arman recurriendo a distintas cámaras de seguridad callejeras– impugnando la autoridad infalible de la voz narrativa única de la novela tradicional y su posesión de la “verdad”.
De esta manera, cada capítulo –numerados del 1 al 10– nos narra uno de los acontecimientos particulares que se producen en la imparable invasión de los ovoides, en diálogo con las transformaciones que experimenta la sociedad, sus complicidades y sus resistencias, las fatídicas consecuencias de la dominación. Así nos enteramos, de cómo María Marta Espínola, quien al comienzo es directora de una escuela, deviene en la primera humana en ser suplantada o en cambiar su cuerpo con un invasor, iniciando entonces una ascendente carrera en la política local, con ambiciosas proyecciones provinciales. O bien, cuando conocemos a Martín Valdano, “el primero de los abducidos que regresaba”, profesor de música en un colegio que, al volver, sin saber cómo, empieza a cantar las canciones, las melodías que le inculcaron los ovoides. Bendecido por la fama, comienza a recorrer los programas de televisión y sacrifica su vida privada en pos del estrellato.
Como todo sistema totalitario, los extraterrestres apelan al bombardeo propagandístico, a la repetición mecánica de consignas complacientes –a las que se oponen las rebeldes de los “nacionalistas”: “¡La tierra para los humanos”– y al entretenimiento vacío y alienante, el ya clásico panem et circenses de los romanos, pero sin el pan. Para esto utilizan a los mediáticos de moda –Mau y Ricky Montaner, Lizzy Tagliani et al– y a los medios de comunicación –como ocurre, entre otros, con el dispositivo de streaming interplanetario, una pantalla de la altura de un edificio de cinco pisos que reproduce señales televisivas–, las redes sociales –con el Museo Municipal de la Selfie y sus hashtags–, el deporte, más precisamente el fútbol –con el concurso que selecciona a los niños que formarán el equipo de Deportivo Mení y, mediante la aplicación de extrañas “pichicatas”, se convierten en monstruosos gigantes– y también, por supuesto, sus destrezas en materia sexual, que abarcan tanto a los machos como a las hembras. Con los ovoides en pleno proceso de conquista, se impone una cultura en la que todo se convierte en espectáculo, en pasatiempo, en entretenimiento que distrae la atención de la mayoría de los humanos de los efectos devastadores que provoca la invasión.
Los que resisten son apenas una minoría: “... los visitantes estaban en todas partes. Algunos conservaban la forma ovoide. Los más peligrosos se camuflaban bajo el aspecto humano. Estaban en la tele, contando las noticias. En la radio, infectándonos con sus canciones. Empezaban a meterse en política y en los sindicatos. En el deporte...”, y sus acciones extremas parecen insuficientes para repeler a los extraterrestres y a sus aliados o cómplices humanos.
Impregnada de color local, Los Quilmers parece afirmar, en un tono cómico y si se quiere humorístico, que con la invasión de extraterrestres como estos ovoides, el mundo, nuestro mundo, mantendrá intacta su esencia, sus grietas, sus fanatismos, su corrupción y su estupidez para desesperante consuelo o consoladora desesperación de los lectores.
7 de junio, 2023
Los Quilmers
Leandro Ávalos Blacha
Caballo negro, 2022
134 págs.