En 2010 la escritora y traductora Cecilia Pavón (Mendoza, 1973) había reunido por primera vez los cuentos de Los sueños no tienen copyright. Digo “cuentos” cuando podría decirse, con más atino, formas breves. Hoy, diez años más tarde, la reedición a cargo de la editorial Blatt & Ríos tiene un gusto pseudo vintage. Como si nos señalara cuán de otra época son el ambiente y ciertos elementos de esta poética: los cds, los DJ, el concepto mismo de copyright. Cuán retro suena la música tecno de las discotecas de la primera década del siglo XXI que se escucha en algunos de estos textos.
“Vivo en Buenos Aires, una ciudad donde toda la gente que conozco está haciendo cosas”, escribe en un relato de Todos los cuadros que tiré. En Los sueños... Buenos Aires (o por lo menos su clima capitalino de clase media) está sin dudas muy presente, por más de una razón. Y todos los personajes están, la mayor parte del tiempo, haciendo cosas...cosas absurdas, livianas, risibles. Cosas que no les pesan porque están hechos de raptos festivos. De pura literatura.
La escritura de Pavón se piensa en su mismo discurrir, sin un plan previamente elaborado. Por eso, la lógica de estos textos breves es verdaderamente una lógica interna, que produce sus conexiones y relaciones a medida que avanza. De esta manera, el absurdo y las contradicciones surgen porque lo que hilvana y conecta los hechos narrativos encuentra su razón en una naturaleza lingüística, no psicológica.
La narradora de “Discos Gato Gordo”, dice haber abierto su productora musical para promover músicos experimentales y, acto seguido, se pregunta si lo que hacen dichos músicos es, en verdad, música. Como si las contradicciones brotaran en el acto mismo de escritura, sin previa anotación: “¡Ah! El aire del río, es lo único que me renueva mientras tengo que luchar con ellos, los artistas. Aunque en realidad abrí esta empresa para estar en contacto con ellos”. O la protagonista de “Monjas, la utopía de un mundo sin hombres”, que al viajar hacia el convento para iniciar su internado afirma: “En el medio de la noche, cuando todos dormían y por las ventanas heladas del micro se podían ver las estrellas, traté de rezar pero no pude. No sé por qué iba a ser monja si no podía rezar”. Lo que ocurre en Pavón es que no hay distancia entre narrador y personaje. Tal adelgazamiento sufre este último que lo que queda es sólo el trazo del narrador, que inventa, imagina, fantasea, se contradice, se aparta del núcleo del relato (del conflicto diría, pero aquí no existe tal cosa). Un narrador que piensa mientras narra. Y, por algunos momentos, son las palabras en sí las que lo hacen hilvanar la progresión del párrafo (si existe aquí tal cosa como progresión). Afirma en “Bomarzo”: “Una historia destinada a aburrir a todos porque no pasa nada, no hay acción. Acción es la palabra preferida de mis amigos cuando les cuento mi problema. Acción para ellos es equivalente a conversación” (La cursiva es mía).
Pavón fundó, junto a Fernanda Laguna, la editorial Belleza y Felicidad, plataforma clave para poetas nóveles y artistas experimentales en la última década del siglo XX. Década que la tuvo como fenómeno indiscutible en el marco de la llamada “poesía de los noventa”. En una entrevista realizada por la escritora Mercedes Halfon, Pavón sostiene que: “Como antes de escribir cuentos escribí poemas, siento que de alguna forma los cuentos son poemas más largos. Algo así como intentar expandir una sensación o una emoción, más que narrar algo”. Y es así, efectivamente, el modo en que transcurren estas formas breves. Como una expansión leve y liviana. Y con la felicidad de una tenue emoción literaria.
17 de noviembre, 2021
Los sueños no tienen copyright
Cecilia Pavón
Blatt & Ríos, 2021
132 págs.