Fabián Casas se arroja a explorar géneros muy diversos conservando invariablemente una deslumbrante autenticidad. Poesía, ensayo, novela, cuento, relato y teatro son algunos de los terrenos por los que ha sabido moverse con soltura, llevando su impronta como un amuleto en cada una de estas excursiones.
Los Teresos ─su última publicación─ es una obra de teatro que, desde un registro que por momentos coquetea con lo absurdo, está cargada de realidad, historia y coyuntura deslizándose por debajo de cada línea que la compone. Y si bien las referencias soslayadas conducen a algunos lugares de la historia argentina que parecen inequívocos, lo cierto es que sólo aproximan al lector hasta allí y lo dejan fantaseando frente a un cielo abierto para que construya un sentido con esa información no dicha que se presenta inexorablemente.
Los diálogos, que tejen la trama de esta magnética obra, tienen la particularidad de parecer compuestos por soliloquios que cada personaje espeta al aire sin buscar ningún tipo de correspondencia en los eventuales receptores; y es desde esa aparente fragmentación, entre la forma de verbalizar la experiencia interna y la experiencia compartida, que se construye esta historia. No es descabellado trazar un paralelismo entre esta peculiar manera de estructurar los coloquios y la forma que adquiere la comunicación en nuestro tiempo, donde es difícil distinguir si las individualidades ─en su andar─ buscan algo que se les perdió o si son ellas las que están perdidas.
Julita Tikonderoga es una agente inmobiliaria enfocada en cumplir sus objetivos más que en los medios por los que conseguirá aproximarse a ellos. A través de conversaciones telefónicas, que se cuelan en su rutina laboral, se pone en autos al lector sobre su situación familiar. Y así es como Julita se definirá a sí misma como “la campeona mundial de las madres separadas”, mostrándose agotada por las responsabilidades cotidianas que parecen no darle tregua.
El día en el que transcurre la mayor parte de la obra, Julita Tikonderoga tiene la meta de venderle una casa a Linshespir, un sujeto atormentado que busca atiborrarse de porros para acallar la voz de su consciencia, la cual suena como la de un GPS que da indicaciones para llegar a un destino deseado. Son dos las condiciones que este señor le plantea a Julita cuando se encuentran frente a la casa que ella debía mostrarle: la primera, es que el inmueble debe tener jardín. La segunda, es conocer la historia de quienes habitaron la casa previamente, saber de ellos, su forma de vivir, sus sueños. Julita no desiste ante ese particular requerimiento y decide mostrarle la casa y apelar a la buena voluntad de sus habitantes para satisfacer el pedido.
Ahí es donde entra en juego la familia Tereso. Haciendo a un lado la comicidad escatológica que impregna al apellido, se trata de un grupo familiar para el que el pasado funciona como presente y que parece buscar en la venta de su hogar una salida a esa paradójica configuración del hoy eclipsado por un ayer bastante lejano.
Teresa, Tamara y Tobías son los hermanos Tereso y conviven con John William Look, un sujeto que se viste como Julio Iglesias y, a veces, canta sus canciones. Es la pareja de Tamara desde los años setenta, tiempos a los que se remontan ─de manera permanente─ los recuerdos de esta familia. Las anécdotas que les quedaron de sus años de estudiantes en la facultad de filosofía y un álgido clima social signado por la vuelta de El Profesor han dejado marcas tan profundas en ellos que pareciera no haber más que eso en sus días.
La figura de El Profesor que retorna aparece recurrentemente en el discurso de los Teresos y es desde allí que Casas construye una notable referencia a un complejo momento sociohistórico de la Argentina. No huelga decir que consigue hacerlo de un modo en el que la consistencia y la inconsistencia de la referencia se encuentran en una constante negociación que mantiene al lector expectante de saber hasta dónde llegará el esclarecimiento. Verbigracia, la frase que Tobías Tereso le dice a Linshespir mientras conversaban delirantemente en el patio de la casa ─“El Profesor decía: la única mierda es la realidad. ¿Qué opina usted de eso?─”, sin dudas está cargada de un simbolismo susceptible de abundantes interpretaciones o de ser percibido, simplemente, como una presencia difusa.
Quizás, prescindir de la solemnidad al momento de contar lo que se propone ─sin que esto menoscabe la seriedad de lo que dice─ sea una de las virtudes constituyentes del estilo que porta este autor.
En la exaltación del absurdo de lo cotidiano, Casas parece ubicar un pilar que permite que la obra se sostenga en un marco tan donoso como profundo, y que esas dos cualidades se equilibren en una exquisita mixtura.
22 de septiembre, 2021
Los Teresos
Fabián Casas
Blatt & Ríos, 2021
64 págs.