En “Tiempo muerto”, el último relato de Magia para principiantes, Kelly Link presenta a un grupo de cuarentones que juegan al póquer. Del repaso de sus vidas mundanas ─plagadas de infidelidades, microviolencias, frustraciones y otros tópicos del realismo sucio─ se avanza a la descripción de la casa que alquiló uno de los amigos: una construcción deforme, hecha de partes que no armonizan, cruza degenerada entre el estilo gótico y la arquitectura moderna. De ahí la conversación salta a un servicio telefónico que, aunque promete erotismo, termina entregando una ristra de anécdotas que intercambian una porrista y el Diablo encerrados en un ropero. Como un piloto que sale con elegancia de una turbulencia compleja, Link llega al desenlace de semejante embrollo con el trofeo de un significado ulterior.
De Sherezade ─el paralelo es inevitable, no nos resistamos─ se ha hablado mucho sobre el relato como arma de supervivencia, utilitarismo ficcional, uso de la lengua en la encarnadura de una vida que sólo continuará en tanto haya siempre una historia por desplegar. Se habla de la ilación como maravilla técnica, desbrozada en tiempo y forma para ilustrar teorías literarias de variado tipo, y no tanto como un simple acto de magia. Más allá del juego con el título del libro, lo que rebalsa de los cuentos de Link es una magia libre y experta. Todo cabe en ellos; todo encaja y logra el sentido que persigue su singularidad.
En el cuento homónimo, un grupo de chicos mira y discute la última emisión de un programa llamado La biblioteca: la vida de esos chicos, su fanatismo por las aventuras de la hechicera Fox y los problemas que cada uno arrastra integran a su vez un capítulo del programa. El traslado de un universo a otro se efectúa sin chirridos, como si esos universos fueran vasos comunicantes que en realidad conforman uno solo. Al fin y al cabo, la ficción no es más que otro pliegue de la existencia humana, pertenece al mundo que lo creó tanto como cualquier otra tecnología más tangible o verificable, y de eso se aferra Link para urdir sus diseños de apariencia imposible.
Anclados en una juventud permanente, la mayoría de sus protagonistas están presos de ese momento en que todo es potencia y cualquier cosa se toma demasiado en serio, etapa ideal para la combinatoria de elementos de la cultura pop y el folklore anglosajón con los que la autora cementa sus tramas de brujas y fantasmas. La irrupción de referencias a Hello Kitty y Buffy, la cazavampiros provoca resultados inesperadamente hondos. Al retorcer los efectos de los géneros a los que apela, lo terrorífico se torna angustiante y la fantasía casi una variante naturalista que señala lo que falta, duele y ya se perdió. Más que voraces, los zombis de Link son seres extraviados, víctimas de una desmemoria que nadie sabe de dónde les viene, y lo que revela una casa embrujada es menos la invasión de lo ominoso que la evidencia de una disfuncionalidad sin solución a la vista.
A los personajes sólo les queda abrigarse en las historias que se cuentan unos a otros, con las que se mienten y al mismo tiempo se dicen las verdades más arduas. Si se la narra como corresponde, cualquier historia es un bolso mágico que contiene pueblos enteros, un pijama de estampado mutante, el matrimonio quimérico entre una persona viva y un espíritu decimonónico. Puliendo ciertos bordes, nada más que los indispensables, Link expone el caos del que provienen los relatos que nos dieron forma, los mismos que siguen moldeándonos en estos días en que todo tiene gusto a ya dicho, a ya inventado.
16 de marzo, 2022
Magia para principiantes
Kelly Link
Traducción de David Muchnik; prólogo de Marcelo Cohen
Evaristo, 2021
438 págs.