Keiner deambula en una fría noche de junio; los pulmones ahogados por el tabaco, las tripas llenas de whisky, aunque sean las voces ─sobre todo las voces que van y vienen, del pasado, del presente, de los muertos, de los vivos─ las que le nublan el rumbo. Una preocupación lo atormenta: ¿cómo narrar la historia que leemos? ¿Cómo hilar un sentido que estructure el flujo incesante y caótico de materiales tan heterogéneos como testimonios, citas, archivos de audio, artículos de campos varios, la propia memoria, para concebir, finalmente, esta máquina discursiva que es Materiales para una pesadilla, la última novela de Juan Mattio (Bs. As., 1983)?
Son discursos que proliferan, que abundan, que circulan, y, como una novela kafkiana, no terminan, en todo caso cesan. Siendo esta la cuestión: ¿cómo establecer el corte? ¿Y de qué modo articularlos? Preocupaciones de esta índole, de nuevo, son las que agobian al protagonista. Discursos que proliferan, sí, legados caóticamente por Katy, la mujer moribunda que, antes de expirar, pasa sus noches junto al narrador que prende el grabador y la deja hablar, para que diga, entre otras, cosas como esta: "La máquina fue hecha por escritores. Una máquina intangible, al servicio de la muerte, hecha por escritores".
Las "partes" de esta máquina circulan por la novela, inscriptas en sus materiales fragmentarios, y la lectura sería la encargada de producir su inteligibilidad. En principio, se trata de Hermes, un sensor de sonido diseñado por un grupo de escritores, lingüistas, lógicos, psicólogos, colaboracionistas de la última dictadura cívico-militar argentina. Hermes se activa con la pronunciación de ciertas palabras-clave; máquina de vigilancia y persecución con la que cuenta, entonces, el Estado genocida, a la pesca de la disidencia en el lenguaje, del terrorismo verbal.
De ese pasado reciente llegamos a un futuro no muy lejano: el 2040, último año que figura en los archivos del dispositivo celular Gërat de Keiner. Con su voz fantasmal, Katy le lega también su obsesión por Haruka, la programadora que ha utilizado aspectos del Hermes para el lenguaje inicial de la máquina Treffen, esto es, el mundo virtual al que millones y millones de usuarios se conectan a través de un casco, el VR Helmet. Keiner, suerte de detective negro y escritor cyberpunk, se mueve por las arenas balbuceantes del lenguaje ─que no deja de ser la materia y la preocupación central de la novela─ para ir tras los pasos de Miguel Jemand, único creador, aún con vida, del Hermes.
Ilustración de Tikso
Entre muchas otras postulaciones, la existencia del Treffen plantea la ingenuidad de considerar la virtualidad como una mera copia de lo real. Los avatares y bots de la máquina virtual comienzan a autonomizarse y a configurar una existencia relativamente autónoma respecto de los cuerpos y mentes orgánicas sujetas al mundo físico. El Treffen cuenta, a su vez, con su propio más allá: Die Toteninsel, la isla de los muertos, habitada por los avatares de las personas físicas fallecidas. Máquinas dentro de máquinas, mundos dentro de mundos. "Los sueños son el género ─expuso Borges en una célebre conferencia─; la pesadilla, la especie". La Historia del siglo XX, y concretamente la argentina, reviste ese carácter pesadillesco y atroz, de la que Keiner quisiera despertar. Pero siendo los límites tan inasibles, las fronteras tan porosas, las esencias tan indefinidas, ¿despertar a qué realidad, a qué máquina, a qué otro mundo artificial?
Los materiales fragmentarios que recopila en su investigación escritural son incontables. Muchos resuenan familiares al oído del campo intelectual argentino: Wittgenstein, Freud, Benjamin, Shcklovski, Deleuze, Barthes, Byung Chul-Han, Lucrecio, Ballard, K. Dick, Alan Moore, Tarkovski, Lynch... De todos modos, en el lenguaje, en la trama secreta y paralela del Estado, en cierta concepción de la literatura como máquina narrativa, en las conexiones de lectura (en el uso de los textos) que muchos de los personajes establecen, sobrevuela el aura de Ricardo Piglia. Y el del avatar que creó para sortear la vigilancia del terrorismo de Estado, Emilio Renzi, y que, a su manera lo sobrevive.
"¿Cómo se convierte alguien en escritor o ─es convertido en escritor─? No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción". Quien enuncia es Piglia, aunque lo haga en los diarios de Emilio Renzi. El hábito (la obsesión) de Keiner es escuchar, transcribir, escribir, yuxtaponer, voces, textos y "palabras críticas" de otros autores y poéticas, que emergen como síntomas en su discurso. Rumia, en definitiva, contagiado por el virus del lenguaje. Consciente de la enfermedad, nada puede hacer, sin embargo, para remediarla: "apenas somos ─sostiene─ inquilinos de la lengua".
Obsesionado, recorre en soledad las calles de una ciudad distante y se cuestiona cómo organizar los materiales de la novela que leemos, aunque, eso sí, con la certeza de una manía: escribir para representar el desorden. Y anhelando en el fondo, que el caos ─tarde o temprano, ya no importa─ sea un orden por descifrar.
30 de junio, 2021
Materiales para una pesadilla
Juan Mattio
Aquilina, 2021
384 págs.