Parece que cuanto más encamina un movimiento de ruptura la poesía más se acerca a sus formas sedimentarias y a medida que lo hace busca su sentido etimológico y una fantasía orgánica que es, al mismo tiempo, el modo en que el género piensa más allá de lo que piensa: las estrategias de supervivencia de eso que llamamos poesía que ensaya, cada vez, su disolución para reconstituirse y restaurar su sentido y su propósito. Memética, de Tomás Fadel, hace germinar en ese terreno los vectores con los que presenta su juego, que es ni más ni menos que el modo en que la poesía explora el campo de sus posibilidades, incluso hasta deshacerse de sí misma. La silva es un vector porque resuelve el discurrir y le da al género su capacidad de argumentación; la apertura de fronteras para que ingresen todos los materiales es otro; los modos de la vida, la vitalidad, la evolución y el paradigma científico son otros. Memética, digámoslo de este modo, tiene una ilusión infinita de materiales, variables, modos, temas, estilos, pero una sola matriz: la vida es la materia de la literatura y la literatura busca la forma de absorberla. Se coloca en esa zona de confluencia y desde allí revierte la unidad mínima, porque cambia el verso por el meme (y habría que debatir hasta dónde se altera el sentido de esa unidad), presenta una ficción teórica interna, El gen egoísta de Richard Dawkins (y se enlaza por eso a una figura, la analogía), y explora entonces sus variables: la absorción, el discurrir, la disolución del poema, la apertura de fronteras, las economías de la literatura, su retórica, sus instituciones y su mercado, pero más aún la persistencia del género y lo que en esa persistencia le interesa a este libro, tanto que toma la energía de una diatriba, que es el debate con las formas del capital.
¿De qué está hecho entonces Memética sino de un estado en mutación, un encadenamiento de temas, variables, núcleos que se parasitan y entonces pueden, desde allí, generar otras variables? Se mueve en todas las superficies, pero en un solo territorio al que le da una progresión ilimitada desde esa unidad que llama meme y que define la transmisión cultural, y lo hace con un recurso clásico, porque lo que leemos es un diario, en este caso del estado de la experiencia. Es una operación constante de infición que le permite desplazarse en una especie de entre-nos, de causeries meméticas, pasar por el problema de las teorías y el poema, pensar el verso alejandrino (el de Rubén Darío, pero con la palabra azul, su santo y seña, mutando en el azul feroz cobalto de un poema de Beatriz Vignoli), narrar la acumulación de basura doméstica, reflexionar sobre la evolución de las especies de la literatura, sobre la categoría de invención y copia, y así.
Algo de esto leemos en la contratapa, que funciona como un plan, pero aún más como un manifiesto que despliega los instrumentos de esto que es un mecanismo y un sistema (y sistema es una de las palabras del texto): una unidad mínima; el régimen que conforma la experiencia y busca construir sentidos; la mutación de esas variables; y la forma en que todo ese sistema, ese conjunto que llama memes replicantes, puede tomar “el control del poema”. La vida es la materia, pero también la materialidad, porque se trata no sólo de la vida como material del poema, sino de la vida como aquello de lo cual está hecho y permite a su vez comprenderlo. Una materia, una sustancia y una figura o una hermenéutica. El texto tiene su manifiesto (y es probable que todo el libro pueda ser leído como la extensión cadenciosa de un manifiesto) y ese recurso se pronuncia no sólo en ese texto final, sino en la secuencia que abre el libro, que podemos volver a hilvanar, sin alterar sus palabras, de este modo: Esto solo constituye el material cósmico o, podríamos decir, que los barcos están hechos de un azul inmutable. El cosmos reúne todo lo existente y lo que presenta Memética en esa apertura es una sigilosa cosmogonía del origen del poema, o mejor, de la experiencia del poema y su potencialidad, su extensión que es, lo sabemos con su lectura, incuantificable. Por eso no se trata de un experimento, no se inscribe en las vanguardias tardías o en los laboratorios que sujetan y amarran lo que llamamos poesía, sino en un estado de experimentación que busca en la lengua del poema su superficie, la misma lengua que explora, ausculta, revierte, disuelve y restaura. Busca ese territorio para asentarse, desde ya, pero no para fijar ni consolidar aquello que asienta.
Entonces, no hay un tema, porque el tema es la experiencia; no hay un poema, porque el poema es la estructura que se abre, se disuelve para hacer mover todo eso que ingresa; no hay fronteras, porque las fronteras son aquello que cada vez que se posiciona se desplaza a otro espacio y otra temporalidad. Esto es así porque la materia es la vida, el motor es la experiencia y el estado la experimentación, pero puede ocurrir porque, en una nueva progresión del manifiesto interno, dice que la belleza ya no tiene dueño y que lo bueno ya no es de nadie, y dice otra cosa: si yo estoy en el centro, el centro dónde está. Son dos categorías estéticas y morales, y un problema, la propiedad; y otra categoría que va a esa forma de acumulación que llamamos Yo y se pregunta por esa centralidad. Todo el trabajo parece dirigirse a una forma del desecho o el desperdicio. “Creemos –dice el texto– acumular saber/ Pero la información pasa/ como el agua por la manguera”. Esa acumulación de desperdicios y desechos es una invectiva contra la acumulación, la arroja a la ilusión de las creencias, pero es también una forma estratégica de acopio banal que interviene en las propiedades estéticas, morales y entonces en las formas del capital. Memética discute los modos de acumulación y preservación, la supervivencia y los usos de la poesía porque es el género que entrelaza el valor extraordinario de no valer nada (es una moneda sin valor de cambio, un circulante sin circulación) y significar todo (es el bien que atesora los sedimentos simbólicos).
Por eso se trata menos de acumular que de absorber, de preservar que de transformar, de persistir que de mutar, y por eso se trata de la colisión de las jerarquías en una discusión que por momentos asienta una economía política del desperdicio –y de hecho hace funcionar parte de eso como un pequeño tratado sobre la producción, los hábitos, las leyes y el usufructo– pero para mostrar esa colisión en otra red, que es el poema, no disuelto, sino llevado al estado de la experiencia. Lo que leemos no son todas las formas posibles, sino el efecto de una fusión por impacto entre géneros, temas, lenguas, estilos, paradigmas, registros de la realidad que se desplazan en una secuencia donde puede parecer que el hilván es el sujeto, y en parte lo es, pero el hilván, aquello que sujeta el texto y lo libera, es un flujo constante que discurre, pero lo hace porque cada núcleo intercepta a otro, lo interviene, y desde allí genera una forma nueva porque la corrompe y la contamina, la inficiona.
Es así, en parte, porque este libro (y es la forma que buscó y sobre esto reflexiona: el libro) piensa en una teoría de la evolución de las especies, pero al mismo tiempo de la supervivencia, de aquello que funciona como condición para que la poesía persista, y encuentra un camino en la mezcla constante de aquello que discurre. Discurrir, mezclar, desplazarse y contaminar para que todo esto sea posible, pero también intervenir, porque Memética discute sentidos y usos, teorías, hace de esos materiales un teatro disruptivo y por momentos disolvente, pero esa dinámica se alimenta de una sola fuerza, que es el debate sobre la literatura y las formas del capital. Las economías, la producción, las ganancias y las rentas, los roles y posiciones, el escritor y las editoriales, la propiedad y la copia, y más. La literatura y sus estados, y el Estado de la literatura, sus instituciones, regulaciones y jerarquizaciones. Sus bienes de capital, su circulación y su circulante. ¿Estamos lejos de La Comedia Humana? Un poco, pero hay que decirlo: quizás no tanto.
6 de noviembre, 2024
Memética
Tomás Fadel
Fadel&Fadel, 2024
272 págs.