La escritura de Jean-Marie Gustave Le Clézio explora un cruce entre la poesía y la filosofía, extiende y enmaraña dichos campos para producir una síntesis que se postula como un tratado agónico y existencial sobre la perplejidad de la mirada. Así como desde la filosofía Georges Didi-Huberman lo hace en Lo que vemos, lo que nos mira o John Berger desde la pintura en Modos de ver, Le Clézio se posiciona en el campo de lo poético para trazar la singular arquitectura de un libro que arrasa desde su oscuridad rondando el posible e imposible acto de ver. Desde la infertilidad del lenguaje, la inmovilidad del cuerpo y la esterilidad del paisaje; el germen de la existencia que –parafraseando a J.P. Sartre– sabe beberse sin sed y que equipara lo existente a lo improbable de ser tal como el imperativo de su potencia reclama. Entonces hay un cuerpo y un mundo en choque, en roce siniestro cuyo horizonte se reduce en lugar de extenderse en la inmediatez fenomenológica; donde debería haber sujeto y mundo hay detención, parálisis e inacción. El fenómeno, lo que aparece ante la vista, aquello que se nos ofrece sería un estado prenatal, encapsulamiento aún nonato.
Sin embargo, hay temor y sufrimiento pese a la descripción de una subjetividad semejante al silencio y la oscuridad: “La noche sin luz ha nacido en el interior del cuerpo, en alguna parte de las entrañas vacías (...) No hay más palabras para decir yo o yo soy, para decir auxilio, para decir amar, sufrir, morir”.
Midriasis es el primer apartado de un libro cuyo mapa es enigmático porque es un diálogo entre poetas en el que Henri Michaux es reescrito en un acto de apropiación. Un segundo apartado, Hacia los icebergs, es una introducción a Iniji, poema de Michaux, que aparece como tercer eslabón de esta cadena, y que continúa con un último texto sobre Iniji de Le Clézio: ¿Qué cosa es la poesía?, se pregunta Le Clézio, y responde: Michaux. Es Iniji y su escritura como accidente, en tanto el cuerpo que la sostiene debería “estar en otros lugares también, escrito en un árbol, por ejemplo, o tallado en la tierra seca, o incluso tatuado en la piel humana”, porque su llegada implica un nacimiento y un encuentro que existía antes de su propia concreción.
Midriasis remite a la pupila dilatada (producto de un traumatismo, enfermedad o efecto por el consumo de drogas); el ojo de lince, la agudeza visual que se desprende del halo de luz y la intensificación, el esfuerzo para develar aquello que nos rodea, los ojos como la punta del iceberg que oculta un organismo oscuro y yermo previo al lenguaje.
Midriasis como metáfora de la única parte visible en una tierra nocturna, una tierra baldía –diría T. S. Eliot–, en la que “todo se vuelve negro”, “Inmóvil inmóvil inmóvil inmóvil inmóvil inmóvil inmóvil inmóvil”. El cuerpo es una estatua, sin carne, fría y helada. ¿Cómo será ser una piedra? Es la pregunta que condensa la estática de la pureza del ser y su fijeza sin deseo. “¿En qué estarán pensando las piedras?”, advierte miméticamente el poeta.
“La vista es un grito que resuena infinitamente en el espacio abierto”, dice Le Clézio, en medio de sentidos alterados que se transmutan y funden con un mundo que en principio se le opone al sujeto. El cuerpo cerrado, monádico, con la mirada cual ventana o puente hacia paisajes sombríos: “los ojos son motores, para ir hacia otra dirección (...)”. Son pulsión, búsqueda aún en estado estupefacto donde ya no hay en dónde buscar porque lo vivo es una puesta en suspenso. Porque si bien cuerpo y mundo hacen ecosistema, la apertura es una herida y una cicatriz. “¿Por qué la mirada resulta tan dolorosa?” Se pregunta Lé Clezio, para tantear luego una respuesta: “Ver, ver, sufrir. Pero en ese sufrimiento, habita una alegría muy grande, porque es la primera vez”.
La oscuridad de Midriasis es refundada en Hacia los icebergs por la intromisión de Michaux, quien representa a la poesía y la esperanza. Si en Midriasis Le Clézio plantea la duda de si “¿Se puede inventar algo cuando ya no queda nada?” y responde “No lo sabíamos con precisión, pero así es: el lenguaje habita en la materia”; en Hacia los icebergs, por su parte, afirma: “Sí, hemos llegado a la cuna del lenguaje, donde sólo existe una palabra, una palabra intensa y breve, una palabra que brilla como esta estrella”. Entonces el giro se produce cuando Le Clézio lee a Michaux y verbaliza, en el ensayo de cierre, que la aparición de Iniji supone un punto de quiebre: “Al margen de este poema, la vida resultaba muy plana, sólo un murmullo, porque todas las palabras del lenguaje organizado (el lenguaje de la tesis y la antítesis, el lenguaje de los análisis, los juicios y las palabras solemnes) no eran más que una neblina (...)”. Nace la posibilidad del lenguaje poético como mundo embrionario, donde un nuevo balbuceo reinicia el magma de significaciones que hacen a la materia del lenguaje. Ya nada va a ser igual para Le Clézio. Y el círculo culmina cuando Walter Cassara decide traducir y plasmar estos cuerpos.
26 de junio, 2024
Midriasis. Hacia los icebergs
J.M.G. Le Clézio
Traducción Walter Cassara
Huesos de Jibia, 2023
90 págs.