Es posible que el movimiento que la poesía anida, su impulso, se vincule a la migración, y que el género como tal encuentre su vitalidad, la explore y la atesore en esa cualidad. No un movimiento migratorio, no sólo eso, sino un movimiento en migración. Es una zona posible. Witold Gombrowicz detectó algo de esto en la conferencia que dio en Buenos Aires en 1947 y que podemos leer en una versión ampliada de 1951. La poesía, dijo en Contra los poetas, tiene su condición de supervivencia cuando se deshace de la forma pura y migra a la tensión de los discursos sociales. Esta es una posibilidad y alimenta con sigilo el texto de Gloria Gervitz (1943-2022), que de todos modos trabaja en otra zona que parece ser la siguiente: migración define, no lo que va a narrar la poesía, ni tampoco una forma discursiva o un recurso, sino un estado. Migraciones, el libro hecho de un solo poema que la poeta mexicana construyó adhiriendo textos que siempre fueron uno, lleva el género a esa forma en la cual el movimiento no busca su prosecución, no progresa, sino que es el estado del texto, una forma y un estado en migración donde el poema libera sus límites y se despliega en una sola extensión que se mensura con la vida. Fue leído como un poema total, pero parece ser algo más: un poema que sale del poema para transformarse en todo el género y lograr una condición, una sola, que es cesar allí donde la vida cese.
Un poema que dure toda la vida, que mensure su frontera contra esa frontera y que mida sólo con la vida su extensión. Esto que Gervitz lleva al estado de la poesía tuvo distintas resoluciones y preocupaciones. Una de ellas, en la Argentina, la definió Mariano Blatt: la posibilidad de darle al poema una forma que no cese y que se escriba, lo dijo de este modo, “hasta que me muera”. Hacer que la práctica del género, la acción de escribir un poema, no se desprenda de la vida, persista incluso cuando algo la llama a languidecer. Blatt logró ese poema con una figura retórica que también explora Gervitz, la enumeración, y un recurso: hacer cesar el poema, disolverlo en el género y llegar a una secuencia que permita que el poema sea todo el género, que el género sea toda la vida, y que el poeta sea el que vive la vida adentro del género y vive el género adentro de la vida.
Este es un punto y Gervitz, que lo resuelve de otro modo, con otra persistencia y otro plan, trabaja el mismo problema como sedimento de todo lo que construye en su poesía: un solo poema, que es un estado de la poesía, una fuerza que pone al género en migración, en un desplazamiento de flujo y reflujo que cuando toma su curso se reenvía y vuelve a cursarse, y lo lleva al mismo movimiento que la vida. Un solo poema que es toda la obra, toda la vida y todo el género. Migraciones es menos un poema que imagina la infinitud, que un poema que trabaja la forma de mensurarse con la vida, y logra entonces ese momento extraordinario en el cual la poesía se vuelve a esa voluntad díscola con la que acumula desechos, formas residuales, memorias, saberes, el acervo de la fe, su detracción, lenguas, aquello que no rige ni cotiza, esto es, todo lo que sabemos que lleva a la poesía y a la vida a una misma forma de vitalidad.
Ese movimiento en migración hace que el texto de Gervitz sea un solo poema extendiéndose, desplazándose, que acumula sus partes, las incorpora con el ritmo acompasado de una temporalidad que mixtura las temporalidades, puede acelerarlas y desacelerarlas, y por eso interpelarlas. Aquí el tiempo del poema es el cauce desmesurado donde el sujeto se pregunta por sus fronteras y una de ellas, que persiste en toda la obra, es la muerte. ¿Qué es lo que pregunta sobre la muerte, la propia? Lo mismo que pregunta sobre el poema: su sentido y su futuro, esto es, qué es aquello que va a sobrevivir o a perpetuarse en la memoria, quién va a llevar a la oración, al Kadish y entonces al poema, la vida que trascienda a esa muerte. Esto implica lo que el poema va a posicionar en Migraciones como saber, porque saber es uno de sus motores y de allí el poema toma su impulso, la primera fuerza que lo pone en movimiento. Saber, pero de aquello que no se puede saber nada. El poema es el vector que permite poner en cauce esa imposibilidad, esa pulsión que no tiene posibilidad de ser saldada, y unirla a esa forma despojada del sujeto. Desde el primer verso, “en las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas”, hasta el último, “estoy viva”, el sujeto es eso: el relato de sus despojos, de su desolación, de sus vacíos, de todo eso que se deshace, se vacía de sentido, y entonces organiza el poema y su interpelación.
No parece así un poema orgánico, tampoco total o infinito, que es otra cualidad que se le atribuyó, sino un poema que no sólo se mensura con la vida, sino que crece en su misma frecuencia, en su mismo sentido. Gervitz lo dijo de este modo: “Llevo años escribiendo un poema que me crece como si fuera un árbol”. Años escribiendo un poema que me crece, esto es, un poema que se mueve al mismo ritmo que la vida y el sujeto, que se alimenta, crece y se expande. Un poema en migración que la poeta, lo dijo en una entrevista, tardó en detectar, demoró y lo escribía sin saber hasta que supo. Por eso no se homologa, no representa ni acompaña a la vida, no es un diario ni la secunda o la registra, es una forma vital, dinámica y biológica, que mixtura su temporalidad y es, de ese modo, el terreno donde la vida y el sujeto entrecruzan formas y sentidos.
Un poema que me crece como si fuera un árbol y que la poeta no deja de escribir; que crece, se escribe y lo escribe. Se mueven aferrados y toma entonces esa figura botánica que implica crecimiento, pero aún más enraizamiento. No se trata de la fruición de Vicente Huidobro cuando llama a los poetas a no cantar la rosa, sino hacerla florecer en el poema, eso que conocemos como creacionismo, sino del poema como una forma germinal, enraizada, no que crece, sino que le crece y desde allí, desde ese único núcleo que amasa en el mismo sedimento al poema, el sujeto y la vida, se expande. ¿Qué es lo que seguimos en este poema que tiene, lo sabemos, uno de sus tributos en la tradición judía? El decurso de una voz, no necesariamente como la construcción de una voz poética, lo cual sin dudas ocurre, sino como una voz que testimonia esa forma despojada del sujeto, ese modo de colocar al saber en su imposibilidad, y entonces esa voz, que podemos leer en interpelación, rápidamente apela. Es una voz que se desespera y nos presenta ese modo descarnado de esperar, preguntar y llamar, y se transforma en apelación. Por eso la plegaria es una de sus formas matrices.
Se trata, así, de migrar en todos los sentidos para cimentar el poema en una forma que lo abra y lo transforme en una fuerza expansiva, no una fuerza mutante sino en crecimiento y desplazamiento constante, dinámica y enraizada, buscando una sola temporalidad, una sola mensura, volviéndose cada vez sobre sí misma y tomando desde allí impulso. Nos vamos a mover con esta voz, dice el poema, que “sabe que no sabe”, que apela y pregunta en todo su decurso y en varias lenguas: “¿me oyes?”. El poema se extiende desde un solo núcleo de cuatro o cinco palabras y una de ellas es miedo. Buena parte de lo que leemos en Migraciones es la tensión entre esas formas, que son dos resoluciones con la misma raíz: el poema, que le crece a la que escribe y se extiende toda la vida, donde la voz recurre a la apelación y el sujeto busca el sentido allí donde el sentido lo despoja, y el miedo, porque el miedo aquí también crece, al mismo ritmo que el poema y que la vida, pero crece “como un cáncer”. Lo dice de este modo: “y el miedo allí en el otro miedo / el de más adentro el más temido / allí creciéndose como un cáncer”.
Son las dos formas radicales que trabajan en Migraciones, pertenecen a la misma raíz, crecen desde el mismo sedimento, se alimentan del mismo humus: el poema y el miedo, y en esa tensión este texto resuelve la posición de esa voz que cuando se pronuncia, se despoja y se vacía, y cuando se vacía, apela y se pronuncia. Cada segmento que ingresa en las ediciones sucesivas absorbe al otro y cuando lo hace lo coloca en esa temporalidad donde lo que está en movimiento toma el movimiento anterior, lo reconduce y lo lleva a ese nuevo territorio. Leemos desde 1991 un único título, un único poema que encontró no sólo un propósito sino una resolución. Una vez y otra el mismo poema extendiéndose desde su raíz, progresando desde una apelación hasta dejar de ser un poema o al menos abriendo lo suficiente sus fronteras para ser otra cosa, una sola fuerza extendida, una forma de migrar a la intemperie y escribirlo.
8 de noviembre, 2023
Migraciones (Poemas 1976-2019)
Gloria Gervitz
Cuneta, 2023
280 págs.