Miles de ojos, la nueva novela de Maximiliano Barrientos, promete en muchos sentidos. No solo por el tema sino, creo, fundamentalmente por la forma. Los críticos destacan la cruel violencia sádica, la velocidad, una subcultura de adoradores de los fierros, lo distópico y el black metal que impregna la novela. Sin embargo, quiero destacar en estas líneas la subjetividad hecha carne en la narración, sus metáforas y las torsiones en los temas de las cuatro partes que componen el libro. Entiendo que si leemos la novela desde ese lugar, su estética es bastante clásica y se enrarece a medida que la novela avanza. De una novela road movie violenta se transforma en una novela postapocalíptica.
Su estructura está compuesta por capítulos que parecen tener una unidad en sí misma, dando saltos de sentido que producen un clima enrevesado y precisan de la concentración del lector para hilar la narración. A partir de la segunda parte, la novela intercala una escritura en itálica, sin puntuación y con una falta de referencia de quien narra, generando cierta extrañeza con esa minúscula continua que parece simular algo onírico y denotar una búsqueda, aunque desentone con la voz narrativa principal. Esa misma forma, sin puntuación, parecería transportar el clima. Así, los sueños ocupan un lugar central. El culto de una hermandad a los muscle cars los hace venerar una deidad extraña, el dios de la velocidad. El líder de ese grupo es un albino que pretende liberar la tierra de una entidad que llaman “el sueño”. La hermandad realiza un ritual con un auto Plymouth Road Runner de 1970. La conducción del auto es designada por esa entidad llamada sueño. Esos elegidos enajenan su voluntad en la decisión del “sueño”, donde la necesidad de cumplir su tarea está más allá de su entendimiento. Los elegidos también adquieren unos poderes de escuchar a los muertos en accidentes a toda velocidad, y además tienen premoniciones sobre lo que sucederá en el inmediato futuro.
Si en la segunda parte comienza un intento de experimentación formal, en la primera hay una búsqueda del cuerpo en la escritura en los sentidos a flor de piel de los personajes. Esa sensibilidad que incluye los juegos de luces, sombras y reflejos, tiene un eco, en sus mejores momentos, que intuyo vienen de cierta influencia de Faulkner.
La tercera parte es distópica, aunque formalmente la narración sigue siendo clásica. El argumento acá se transforma de un posible sueño en algo pesadillesco: peces con luces que se aparecen en sueños de personas que se funden con materiales, ciudades destruidas, visiones que se apoderan de la mente de las personas, y mutaciones que aparecen después de un sueño. En esta parte el enrarecimiento formal ha avanzado.
El libro de Jim Thompson 1200 almas aparece mencionado dos veces; la diferencia formal entre esa novela y la de Barrientos es que en aquella el narrador es el violento, mientras que, en el caso de Miles de ojos, lo que impulsa la violencia es un ambiente lleno de situaciones que la generan. Por ejemplo: “le faltaba uno de sus ojos, se lo vació un saqueador cuando era niño: le hundió un cuchillo hasta que explotó como una burbuja de jabón, lo hizo por el placer de ver su cuerpo convertirse en otra cosa”.
La velocidad, el heavy metal y la cruda violencia hacen que los anillos circunvalares de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia (donde está ambientada la novela y de dónde es Maximiliano) aparezcan desdibujados bajo ese clima distópico.
Por último, ya sabemos que toda contratapa es una tapa en contra, y acá las etiquetas de weird fiction y literatura pulp generan una expectativa lectora que se cumple por el tema, aunque parcialmente por la forma. Lo weird no se refiere tanto a cómo está contada la novela, y sí, quizás, a la violencia sádica que potencia el argumento y deforma la realidad a medida que avanza. Lo que sí creo es que la contratapa no hace justicia a lo que Barrientos despliega: una literatura potente anclada en luces y sombras.
6 de julio, 2022
Miles de ojos
Maximiliano Barrientos
Caja negra, 2022
248 págs.