Severino y Saturnino son ancianos de 99 años de edad, son enormes –verdaderos gigantes que rozan el techo de las casas– e incansablemente quejosos; pero ante todo, son los tíos de un escritor cuyos textos nunca están a la altura de sus demandas lectoras. La trama de Mis tíos gigantes, de Nicolás Schuff (Campana, 1973) se resume y se limita a la vida del narrador (de semejanzas icónicas con el autor, como lo muestran las coloridas ilustraciones naifs de Javier Reboursin) y su diaria (y aparentemente poco redituable) relación con sus tíos.
De ese recorte –que implica la creación de todo un mundo posible– se infiere la temática del libro: la escritura y las relaciones familiares. O, si se prefiere, la literatura como excusa para fomentar un vínculo que se presenta irremediablemente tenso. Severino y Saturnino, viejos pero fortachones, en una conducta que invierte su rol y su edad, no hacen otra cosa más que reclamarle al narrador la lectura de una historia. “Algunos días vienen a mi casa a que les lea lo que escribo (…) Ellos son impacientes y caprichosos y no les importa interrumpirme, a veces apenas empiezo”. El problema pareciera estar en los relatos (o en la escritura de esos relatos): los tíos los encuentran, siempre, incompletos, ininteligibles, carentes de sentido.
De esta manera, el conflicto intrafamiliar es también un conflicto literario, puesto que lo que se enfrentan son horizontes de expectativas diferentes. Severino y Saturnino esperan de la escritura/lectura de su sobrino una historia –y una forma– convencional. Claro que, cual dúo cómico, complementario, se quejan por razones opuestas (para uno el relato es muy breve, para el otro, muy largo; uno se emociona hasta las lágrimas, el otro se aburre, etc.), pero es evidente que, dejando estas diferencias de lado, comparten una misma concepción de literatura. Quejas, insatisfacciones, molestias, que, por otra parte, un asiduo lector/a de textos infantiles tradicionales puede experimentar, a su vez, con la lectura de esta novelita.
Ilustración de Javier Reboursin
Al parecer, esa narrativa infantil –la misma que, paradojas aparte, tiene los mismos atributos que la que consumen los longevos Severino y Saturnino –, ha sabido con-formar (o producir) no sólo lectores en serie, sino también una figura de autor y una expectativa, digamos, comercial. La literatura, encorsetada por los lugares comunes del género, equivaldría así a una mercancía con valor (de cambio), en la que el cliente, al tener siempre la razón (de cambio), se siente con derecho a encontrar en su tramado los signos claros por los que ha pagado. ¿Qué ocurre cuando esa expectativa se frustra? Algo parecido –es un suponer– a la irritación y a la bronca que los tíos vuelcan sobre su sobrino.
La propuesta de Schuff (al igual que la del narrador) pretende alejarse de un paradigma infantil asociado a la explicitación de la anécdota, al relato cerrado, a la moraleja evidente, a la ciega celebración familiar. Lo que sí se menciona (lo que queda en claro) son las quejas sobre lo que se lee, sobre las historias que los tíos escuchan: “–Esta historia es parecida a otra que ya nos contaste”, rabia Severino, o “–El primer cuento era empalagoso”, critica Saturnino. Historias, cuentos, que han sido elididos, que proponen el trabajo imaginativo del lector antes que la pereza de su placer.
En el capítulo final la conversación entre el escritor y los tíos enmarca una discusión que ha tenido, incluso, su batalla académica: ¿Qué quiere decir un relato? Para ponerlo en términos pragmáticos: ¿cuál es su intención comunicativa? “–¿Qué quisiste decir con ese cuento? [Preguntan los tíos] (…) –Lo que quería decir es lo que dije –Pero lo que dijiste no se entiende –Eso es problema de ustedes”. La opacidad de la significación como rasgo característico de la literatura es un valor que no se negocia; ni siquiera el autor puede decir algo al respecto; el texto es el texto, está ahí, produciendo sentidos, en parte, gracias a sus omisiones: nadie es su propietario. Del mismo modo, los tíos protestan porque no entienden el “mensaje” del cuento. “Si quieren mensajes –les responde el narrador– los llamo todos los días y les dejo un mensaje en el teléfono. O me disfrazo de cartero”.
Severino y Saturnino pondrán el grito en el cielo: es que con esos relatos –escribiendo como escribe– su sobrino nunca será famoso, no conseguirá premios, ni dinero, ni propiedades. A no preocuparse, la literatura –incluso la literatura infantil– sugiere Schuff, es otra cosa, que todo (y nada) significa.
3 de julio, 2019
Mis tíos gigantes
Nicolás Schuff
Loqueleo, 2019
64 págs.