La trama de una novela como Montevideo, de Enrique Vila-Matas, bien se podría captar en las frases epifánicas, en la dislocación de una topología que conecta, a través de una mise en abyme, episodios sin ningún compromiso con el referente. Así el lector queda eximido de una prosaica continuidad de personajes y lugares ubicados en un contexto determinado.
En Montevideo el relato no se detiene en escenas donde podamos adormecernos apaciblemente, por el contrario, disuelve la ilusión de permanencia del yo creando un universo vertiginoso. En este universo, a veces casi imperceptiblemente el narrador pasa de una ciudad a otra, de una puerta a otra, para hacernos saber que la materia es "inacabable" (como el espacio desplegado por la experimental novela El Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández). La novela habla de la escritura misma, a partir de la aventura del protagonista. Cuenta sobre un escritor que cada tanto es arrastrado por una falaz inercia, un bloqueo sin aire, sin El Soplo, que cae en el infierno mismo de no escribir. Infierno que se localiza especialmente en una ciudad: "París, lugar estable, inmóvil, intangible". El mayor mal en la vida de alguien, de un escritor, es el de quedarse en ese lugar de estabilidad y terminar "pareciéndose a sí mismo". ¿Cuál es la salida que se da, que se inventa el narrador-protagonista?
En las primeras páginas el héroe propone una retrospectiva de su iniciación como escritor, fallida, como corresponde a un auténtico comienzo en la no menos casual ciudad de París. El punto de partida entonces es el derrotero de querer ser escritor, anunciando lo que no ocurrió: emplear el procedimiento del anacronismo para convertirse -en París- en un escritor de otra época, a contracorriente de las modas y del actual, podemos agregar, "transinfantilismo de la sinceridad imposible de la no-ficción", de "los escribidores de bodrios" promovidos por la Internacional de la Usura.
El procedimiento no se demora en ponerse en marcha, una cadena metonímica de encuadrados, uno dentro de otro, lo lleva a imaginar ser un escritor de la "generación perdida", un escritor norteamericano, al estilo Hemingway en un París del año 1974, sin dejar de advertirnos que su punto de partida viene desde su Barcelona natal. En efecto, este trastocamiento de épocas y de lugares produce un extrañamiento, una risa imprevista tal vez, al desnaturalizar los términos en juego, Barcelona ya no es Barcelona desde París, pero París ya no es París desde una Norteamérica de Hemingway perdida e inexistente.
De inmediato, el problema se presenta cuando una imposición dificulta el acceso a la experiencia, es decir, un blocage a lo que puede venir, a lo que se puede producir sin marca previa. Aquí, el autor retoma el parcours de París no se acaba nunca... dónde la falta de ironía sobre sí mismo puede dejar al personaje en el impedimento absoluto, en la imagen cristalizada de Ser-escritor en París, consumado en esa ciudad.
Caer irremediable en la literalidad de una pose, la de hacerse pasar por escritor es una sobreactuación inducida por el fantasma de permanecer en lo idéntico. La cuestión de querer convertirse en otro y a la vez aferrarse a una idea de identidad no van de la mano. París en este punto no es una referencia vacía a partir de la cual tendrá lugar Otra cosa, sino que se constituye en la significación absoluta del inmovilismo. No nos desesperemos, varios hechos, de una forma simultánea, sucederán antes de que se encuentre una salida. El acontecimiento está en la misma escritura, en su propio devenir, el mismo protagonista nos advirtió. ¿Cuál es la materia del acontecer? O, dicho de otro modo, ¿qué cuerpo se produce en la acción del escribir?
El vértigo de la ambigüedad, la suspensión del principio de identidad, será la llave para abrir una puerta inexistente, sin referente empírico. Habitar la simultaneidad implicará incursionar en el costado enigmático y desconocido de la realidad, dónde irrumpe Otra cosa. Varias figuras habitan ese espacio, dobles asimétricos, Enzo Cuadrelli-Morelli o la amiga de genio, Madeleine Moore-Liz Themerson. Soplos de un "goce sutil", como diría Jacques Lacan, que llevan adelante la acción de lo triturable (manipulable, en la versión francesa) de las categorías espacio-tiempo o de las disyunciones exclusivas: "o bien, o bien". De esta forma, el pasado como hecho "inenarrable" será trastocado en tanto materia inacabable, reubicado por el procedimiento del enmarcado. Entonces el estilo comienza a tallar sobre la trama, la historia que se narra. Así, el cuento La puerta condenada de Julio Cortázar es la valija literaria, la literatura portátil, que usará el autor para cernir el infierno, dándole un lugar al horror en el acontecer mismo de la escritura. Ese es el lugar exacto dónde irrumpe lo fantástico. Un cambio de registro, un salto narrativo vendrá a imponer su suerte. Pero en ese momento exacto, también (¿como contrapartida de las líneas unilaterales?, ¿como muestra de la existencia más cruda de la ambigüedad, que aquí carece de virtuosismo?). En los capítulos siguientes, lo real tiene su retorno en el horror: el escritor no puede sustraerse al escuchar lo "más excelso de tu literatura", frase que resuena en la voz una amiga. Sufre de la voz que lo condena a sí mismo. Una vez más, se trata de un atentado del goce, de la Cosa, que ya fue borrado y perdido, triturado por el trazo de la letra, pero vuelve en su retorno cómo si nada ...
La salida vendrá entonces ya no de la búsqueda de otra puerta, en otro deslizamiento contiguo, sino de encontrar, al pasar por ese horror máximo, un soplo. Sutil disciplina, hecha y desecha en la contingencia que se anima a entrar en la suspensión ambigua del mundo, en el género de lo Nunca visto (para decirlo con Macedonio Fernández).
Una vez que se probó el propio infierno, el sobreviviente puede contar, si se deja poseer por la contingencia, con la posibilidad del estilo. Trasformación en acto que no dejará de subvertir al autor, de inclasificarlo y al mismo tiempo en esta "temible disciplina del espíritu", ubicarlo en una clase inédita... Equilibrismo de creer y no, en el lugar exacto donde se dan la mano la epifanía de la fe y la Nada más radical.
21 de febrero, 2024
Montevideo
Enrique Vile-Matas
Seix Barral, 2023
304 págs.