La obra de la mexicana de padres argentinos Verónica Gerber Bicecci se juega en los pasajes, comenzando por el que va de la imagen a la palabra y viceversa. No casualmente persiste en definirse con la curiosa fórmula “artista visual que escribe”, gesto que refrenda con piezas que pueden ser abordadas como textos, y textos que, como su novela Conjunto vacío, son piezas conceptuales que traccionan en parte a partir de la imagen. Las claves de esta poética singular se encuentran encriptadas en este experimento inclasificable (mezcla de ensayo y autobiografía), que es su primera incursión en la literatura. Ya el título, Mudanza, da una pista más que elocuente, subrayando su vocación nómade y su marcada inclinación por ubicarse, y ubicar su obra, en esa zona inestable que propician los traslados.
Según sugiere en el texto autobiográfico que abre este libro, esa propensión a la dislocación en todas sus formas (desvío, desenfoque, desterritorialización, despersonalización y demás derivas de lo inestable) acaso tenga su origen en su ambliopía, curioso síndrome por la cual su ojo derecho ha renunciado a su función prestablecida y hace lo que se le da la gana. Y a esto hay que agregarle su condición de zurda que, según dice en el otro texto autobiográfico, el que cierra el libro, la ha convertido en una suerte de emisaria o corresponsal del mundo al revés. Su manera de plantarse en el mundo, que necesariamente redunda en la producción de su obra, implica entonces una circulación constante por los pasajes, siempre en búsqueda de dar con el que la conduzca al otro lado del espejo. Acerca de eso trata este libro: de lo que ocurre en esas continuas mudanzas en las que, de manera simultánea, se signa su forma de vida y su arte poética.
Pero, en una jugada inesperada, que determina en gran medida la eficacia de este artefacto, Gerber no delinea su arte poética a partir de su propia obra sino a partir de la exploración de las acciones de cinco artistas, en los que elije reflejarse, aun cuando, y esto quizás sea lo más interesante de su apuesta, todos le devuelven una imagen invertida. Porque resulta que los cinco artistas en cuestión hicieron el pasaje pero en el sentido contrario que ella: en lugar de ir del arte al literatura, fueron de la literatura al arte. Cada cual por sus razones, tanto el estadounidense Vito Aconcci como la francesa Sophie Calle, tanto el belga Marcel Broodthaers como el mexicano Ulises Carrión y el sueco nacido en Brasil Öyvind Fahlström, todos en un momento de sus vidas tomaron la decisión extrema de desertar de la literatura, como si, luego de haber trabado una relación íntima e intensa con la palabra, se hubiesen visto en la necesidad de emprender el camino de vuelta hacia su origen, para poder recrear esa instancia fantasmal, en algún sentido inimaginable, anterior a la palabra.
El denominador común entre estos cinco disidentes es una palmaria desconfianza hacia la escritura, que en su consideración se encuentra fatalmente restringida, anclada al papel y sujeta a una serie acotada de grafismos y a una gramática preestablecida. En estas condiciones, la escritura para ellos es un cadáver al que es preciso resucitar. Hay que sacarla de quicio, piensan, lo que por fuerza implica que el propio poeta acabe él mismo también desquiciado. Tan desquiciado como para abandonar la escritura literaria, salir de la comodidad de su estudio y ofrendar su cuerpo como superficie donde la escritura se inscriba, que es lo que hace Vito Aconcci a través de sus performances. Fuera de la hoja de papel, la escritura se despliega en el espacio y cobra cuerpo en, por ejemplo, Sophie Calle, que, adoptando el lugar de la protagonista, sigue al pie de la letra lo consignado en un libreto que Paul Auster ha escrito para ella. También Ulises Carrión huye de la escritura, pero no yendo hacia afuera sino adentrándose en sus estructuras internas, a las que manipula y expone para que “digan” sólo a través de su expresión física. Renuncia en consecuencia a la composición de textos en favor de la creación de libros, cuya máxima expresión, según lo postula en su manifiesto, sería un libro en blanco, porque “el lenguaje más completo es el que se encuentra más allá de las palabras que el hombre pueda pronunciar”.
Habiéndola ejercido de manera digamos que profesional, los cinco son conscientes de la insuficiencia de la palabra, saben que entre las palabras y los hechos hay un hiato insalvable por donde se escapa gran parte de eso a lo que llamamos “realidad”. Y, afectados por esa deficiencia, salen a la caza de ese resto que se pierde, de eso que la palabra, aunque quiera, no puede capturar. Con ese propósito es que Öyvind Fahlström se adentra en un bosque para, valiéndose de nuestro alfabeto, aprehender y traducir en escritos monstruosos las “lenguas-monstruo” del espectro zoológico que lo habita. Por su parte, Marcel Broodthaers apela en su búsqueda al vacío, al sinsentido y la mera arbitrariedad, componiendo por ejemplo libros inaccesibles o proponiendo una exposición donde las supuestas obras se encuentran encerradas en cajas presumiblemente vacías.
A través de crónicas sintéticas, que se estructuran haciendo un recorrido ligero por las diferentes obras, Gerber Bicecci logra delinear una imagen elocuente y sugestiva de cada uno de estos cinco artistas, exponiendo en cada caso el núcleo de la operación conceptual en el que sustenta la acción insurgente. Más que argumentaciones, propone una serie de asociaciones metafóricas que, encadenando imágenes potentes, van armando un rompecabezas en el que se insinúa una historia en la que vida y obra se enlazan, en principio porque siempre están enlazadas, y sobre todo porque ese enlace pareciera reafirmase particularmente en la articulación migrante materializada por estos artistas. Poner en crisis la relación que se tiene con la palabra implica poner en crisis la propia vida, y esa doble inestabilidad se transfiere a la obra que, como si se tratase de una fatalidad, ocurre en el pasaje.
Consecuente con aquello que expone, este libro funciona yendo y viniendo del ensayo a la autobiografía, de la literatura a lo que la excede, de la palabra a la imagen y del dicho al hecho, en un tránsito continuo que finalmente le habilita a la autora su ansiado paso al otro lado del espejo. Porque en este juego de constantes transformaciones resulta que el espejo invertido que le ofrecen los cinco dimitentes de la literatura es el que, contra todo pronóstico, acaba habilitándola a mudarse a la literatura. Ella misma lo sugiere sobre el final, cuando dice: “Todas las piezas reunidas en los ensayos tienen por objetivo darle vuelta a la literatura para reencontrarse con ella como si fuera la primera vez; solamente al trasladarla, al verla desde otro lugar, es como puede sorprendernos su simpleza y mostrarnos sus agujeros”.
5 de julio, 2023
Mudanza
Verónica Gerber Bicecci
Sigilo, 2023
120 págs.