“Estoy segura, muy segura más que segura de que debería poder hacerse. Conozco muy bien todas las razones por las cuales no puede hacerse y sin embargo no puede hacerse no puede hacerse me pregunto sería mucho muchísimo más interesante que cualquier otra cosa si pudiera hacerse incluso si no puede hacerse”
Este fragmento que parece remedar el discurso político oficial hoy en la Argentina, en realidad, pertenece al tramo final de la última conferencia que Gertrude Stein pronunció en su gira por Estados Unidos en la década del 30. Como bien lo aclara en su prólogo el introductor y traductor de estos textos, Matías Battistón, la autora se encontró de golpe ante la fama que le acababa de propiciar la edición de la falsa autobiografía de su compañera de vida, Alice B. Toklas, en la que Gertrude Stein fingía ser Alice para dar su mirada sobre Gertrude. Como es ahora evidente, la torsión artificial del texto "autobiográfico" provocó la admiración de todo aquel que se hallara bajo la fascinación de lo que estaban haciendo las vanguardias en el terreno del arte desde comienzos del siglo XX. Esa autobiografía falsa le hizo realmente pito catalán a la arrogancia de la autobiógrafa a la vez que se solazaba en el egocentrismo, tomado como al sesgo, pero igualmente presente. En rigor, Gertrude Stein (1874-1946) había llegado a París en 1903 y, siendo cooptada por la vida efervescente de ese momento, no había abandonado Europa más que por pocos meses, cuando hizo la famosa gira de los años 30 por su propio país de origen. De más está decir que la asociación con Picasso de esta artista en tierras parisienses fue decisiva y así es que no por casualidad se puede hablar del retorcimiento cubista en su propia literatura. Allí se pone en entredicho, en efecto, el principio de la no contradicción, que juega a las escondidas en cada una de las manifestaciones en que Gertrude hace uso de la palabra o de la escritura. Por momentos uno estaría tentado a comparar la "tortícolis" de los textos de esta autora con lo que sucede en los cuentos de alguien como Silvina Ocampo, quien habiendo tomado clases de pintura en Europa con Giorgio de Chirico tuvo la oportunidad de ver de cerca lo que sucedía en el movimiento surrealista, como para trasladar algunos de esos principios a su literatura. Me refiero, especialmente, a la indecibilidad de algunos de los pasajes finales de Silvina o la inconsecuencia en el desarrollo narrativo de algunos de sus cuentos más emblemáticos, contados desde una mirada ignorante.
Siendo una lesbiana declarada, Gertrude Stein, por su parte, avanza en América con paso firme haciendo gala de una pose fálica que nadie, en definitiva, parece discutirle, porque esta figura, así como había hecho en sus giras americanas Oscar Wilde tres décadas antes (encaramado a su pose de dandy afectado), tenía el aval de la fama europea que la había precedido. De este modo, en su lengua repetitiva y artificiosamente dislálica, Gertrude se dio el lujo en esas cuatro charlas de pregonar que las vanguardias artísticas europeas habían venido a poner en duda todas las certezas. Con esta estocada a cualquier tipo de provincialismo, Gertrude llevaba agua para su molino, promocionando sus propios textos y presentándose como la disruptora máxima que podía, a partir de su experiencia, juzgar cómo se manifestaba el modo de vida norteamericano en su literatura (o más bien: dejaba de manifestarse). Gertrude, al mismo tiempo, era capaz de aventurar la idea de que los géneros literarios necesitaban ser redefinidos, y, al mismo tiempo que declaraba su ignorancia sobre lo que era el tema de sus reflexiones, se atrevía a anunciar la mezcla soberana de toda la escritura de su época, dentro de la cual estaba su propia obra. Esta sería como una nueva panacea para los cambios sociales que se avecinaban, cuando nada iba a ser como antes.
En este sentido, puede decirse que el valor de estas conferencias radicaría, a mi juicio, en la percepción correcta (por parte de la más irracional de sus cultoras) acerca de la idea de estar chapoteando dentro de los cambios. Esos mismos cambios aparecen aquí entendidos también de la mano de la convicción de ser ella misma una pieza radical en la bisagra que auguraba un nuevo tiempo histórico: la famosa década del 30, como antesala de una utopía artística que terminaría en el horror de los campos de concentración de los que ella se salvaría, como judía y lesbiana, justamente gracias a su capacidad para el juego con los significantes.
12 de junio, 2024
Narraciones
Gertrude Stein
Traducción y prólogo de Matías Battistón
Interzona, 2024
96 págs.