Beatriz Sarlo nunca mostró demasiado entusiasmo por las escrituras confesionales. En Tiempo pasado (2005), por ejemplo, cuestionó el giro subjetivo que caracterizaría, según ella, a los tiempos postmodernos. En sus páginas, juzgaba ingenua la mera retórica testimonial pero rescataba, en cambio, escritos que imponían una distancia teórica con respecto a la experiencia vivida: los textos de Primo Levi sobre Auschwitz, “La Bemba” de Emilio de Ípola o Poder y desaparición, de Pilar Calveiro. Por eso, la aparición de No entender, las memorias póstumas de una pensadora renuente al intimismo, es una sorpresa solo a medias. En sus primeras páginas afirma, tajante, que “hay que ganarse el derecho a la primera persona”. No se trata de un gesto elitista sino, más bien, del reconocimiento que, sin la mediación del trabajo formal y de la conciencia crítica, los escritos del yo están destinados a la ingenuidad autorreferencial.
En uno de sus Ensayos argentinos, Sarlo afirmaba que Sarmiento en las páginas de Recuerdos de provincia construyó una vida ejemplar. Un lector malicioso podría preguntar si acaso No entender no se propone hacer algo semejante. Es cierto que, como en todo relato memorialístico, la autocelebración no está ausente. Sin embargo, mientras el autor del Facundo se presentaba a sí mismo como una suerte de pedagogo ejemplar, la protagonista de este libro es alguien atravesada por una insaciable voluntad de saber. “No entender” no es una forma de falsa modestia (gesto inimaginable en Sarlo, por cierto) sino la postulación de una ética ensayística y vital. Por eso, no sorprende que buena parte de los personajes celebrados en sus páginas (Rafael Filippelli, Susana Zanetti, Jaime Rest, entre otros) hayan tenido para ella una dimensión pedagógica: prestigiosa docente universitaria, Beatriz Sarlo elige, en cambio, presentarse en sus memorias como una alumna siempre dispuesta a aprender.
Los amantes de las escrituras confesionales o de la mera chismografía saldrán decepcionados de las páginas de No entender. Poco y nada se nos dice sobre amoríos, amistades y rencillas. Sorprende que apenas se refiera a su experiencia como profesora de la UBA y que sólo mencione una vez, al pasar, a su admirado amigo Juan José Saer. La escritura de Sarlo es controlada, atenta a no dejarse llevar por las “efusiones subjetivas”. En estas memorias, la autora se presenta como una ensayista que escribe y razona sobre su propia vida. Así, son frecuentes los segmentos argumentativos y las frases asertivas contundentes: “El buen gusto es, en verdad, una capacidad adquirida”, “No hay sabiduría infantil, salvo que se profese el culto a la inocencia, de la que es posible desconfiar siempre”, “El arte es negatividad, no afirmación plena”. La escritura de la propia vida es utilizada no sólo como una invitación a pensar diferentes cuestiones (la condición del intelectual, la naturaleza del arte moderno, la ética del ensayista), sino también como un productivo gesto polémico. Autora de La batalla de las ideas, para Sarlo pensar implicaba intervenir en la discusión pública.
Pese a su renuencia hacia el discurso sentimental, No entender va dibujando una somera novela familiar: una prima estudiante que le despierta la pasión por la arquitectura; un adorado padre alcohólico, tan campechano como gorila; una madre que rechaza, por considerarlo inútil, todo atisbo de interés cultural. Con un encono que recuerda a la María Negroni de El corazón del daño, Sarlo afirma que su madre era “la más limitada de las hermanas maestras nacidas del matrimonio de inmigrantes” y que “ignoraba que el placer de la música se alimenta tanto de la novedad como de la repetición y el reconocimiento”. También, detalla cómo destrozó en mil pedazos un ejemplar de Las flores del mal, señalado como culpable de las excentricidades de su hija. El malestar de la ensayista se vuelve involuntariamente risueño cuando le reproche, con saña, no haberla dejado asistir a una función en el teatro Colón.
Promediando el volumen, Sarlo afirma haber sido una “alumna infiel” de David Viñas. Ciertamente, el legado del autor de Literatura argentina y realidad política se ve menos en sus posicionamientos críticos y políticos que en su actitud siempre dispuesta a la discusión y a la sentencia contundente. Una y otro hicieron del gesto polémico uno de los motores más productivos para la reflexión intelectual y escribieron algunos de los ensayos más lúcidos y provocadores de nuestras letras. Por eso, quizás la mejor manera de honrar la producción de Beatriz Sarlo sea ejercer una infidelidad crítica que permita repensarla y discutirla. En otras palabras: hacer que su escritura continúe vigente.
26 de febrero, 2025
No entender
Beatriz Sarlo
Siglo XXI, 2025
208 págs.