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Nombre de familia

Cecilia Ferreiroa


Leonardo Insinga


De alguna forma toda debacle política trastorna de manera directa o indirecta a las sucesivas generaciones. Por lo general, las primeras voces que se erigen como denunciantes de hechos trágicos lo hacen desde sus elementos factuales. Al respecto, en lo concerniente a la última dictadura cívico-militar argentina el campo semántico incluiría palabras como secuestros, torturas, desapariciones. Ahora bien, cuando el inexorable devenir del tiempo va extinguiendo a los sobrevivientes los nuevos actores que ocupan su lugar optan por nuevas perspectivas testimoniales, demostrando que la dimensión del horror poseía aristas aún impensadas.

En los últimos años han surgido ficciones que proponen una mirada distinta de ese pasado traumático, a través de la palabra de hijos de exiliados. Esto se comprueba en las novelas La casa de los conejos de Laura Alcoba --escrita originalmente en francés- y Una familia bajo la nieve de Mónica Zwaig, escritora francesa hija de padres argentinos. Asimismo, la primera novela de Cecilia Ferreiroa, Nombre de familia, de algún modo viene a continuar con el camino trazado por las escritoras mencionadas. Y sea porque a veces se incurre en la torpeza de mezclar la vida del autor con su obra o porque las solapas de los libros así lo sugieren, lo concreto es que dicha escritora vivió su niñez en el exilio, hasta la recuperación de la democracia en Argentina en 1983. Justamente su más reciente publicación tiene como protagonista a una niña que narra su historia familiar en tiempos de dictadura, mientras su parentela paulatinamente va quedando dividida entre los eligen quedarse y los que consiguen escapar.

A través de la voz de una niña Nombre de familia arma el rompecabezas de una familia pieza por pieza, no en su devenir cronológico sino moldeando narrativamente a cada uno de sus miembros; propuesta que recuerda a Léxico familiar de Natalia Ginsburg: se relatan historias de vida que el lector leerá como una novela, exigiéndole todo lo que se le exige a la ficción. Evitando los lugares comunes del imaginario represivo, la autora platense demuestra que la historia de una familia también puede representar la de una nación. Se narra para traer de nuevo un pasado y dimensionar aquello que en la infancia era parte de la cotidianeidad: “Cuando estábamos en México con Micha, que nos acababa de llevar a Vicky y a mí para reunirnos con mamá, los militares allanaron su casa en La Plata. Ceci estaba ahí con Natalia, su hija mayor, cuidando al abuelo. Esta historia me llegó muy clara en algún momento, a pesar de que está llena de huecos, detalles que no sé, que olvido y que probablemente modifico”. Aunque la ficción no siempre es voluntaria la memoria habitualmente deja resquicios que la imaginación se encargará de llenar.

Todo legado familiar siempre se transmite de los grandes a los chicos, de la generación adulta a la más joven. Sin embargo, en este aspecto la novela muestra una cara distinta. Los jóvenes que ofrecieron su vida por defender una causa son transmisores de una herencia ideológica que sus padres se proponen continuar: “Micha denunció siempre los crímenes, firmó solicitadas. Llevó a cabo tareas, entregó mensajes. Miró a través de espejitos si tenía a sus espaldas algún perseguidor, como en las películas de espionaje que veía. Sentirse como la madre de Gorki era una manera de invertir el legado, recibir el flujo que venía de su hijo. Su hijo le había abierto un camino que ella se dispuso a seguir, como antes, consciente o no, había seguido el que había recibido de sus padres, de sus abuelos o tíos, en su particular manera de reanimarlo y reformarlo”. A su vez, los personajes comparten un mismo principio: la renuncia. Todos ellos, en mayor o menor medida, buscan despojarse de algo, se imponen la abnegación como principio ético: “Al instante se recobró y aceptó la pérdida de su objeto. Era algo que Ceci hacía seguido, regalarle a alguien que ella pensaba que lo necesitaba más: los juguetes, la ropa o cosas de sus hijas. Cada vez que una familia se escondía un tiempo en su casa, mis primas sabían que su guardarropa se achicaría”.

Nombre de familia tiene el encanto de las cosas simples, familiares precisamente. La prosa de Cecilia Ferreiroa no cautiva por su novedad, sí por su sencillez y la transparencia de sus personajes. Su novela representa una reivindicación de las víctimas de la dictadura, de los que la resistieron y de quienes, pese a la dolorosa experiencia del exilio, eligieron volver.

4 de junio, 2025

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Nombre de familia
Cecilia Ferreiroa
Emecé, 2025
144 págs.

Crédito de fotografía: Alejandra López.


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