Hay una pintura de Caravaggio con una historia singular. En 1602, le es encomendado un encargo para la Capilla Contarelli de Giaccomo Crescenzi, donde el pintor debía proveer al altar con una pintura sobre la inspiración de San Mateo. Hubo dos versiones. La primera, que es la que me interesa, fue desechada por indecorosa. Se titulaba San Mateo y El Ángel. Fue adquirida por un banquero de la época y se destruyó luego del bombardeo a Berlín en 1945, a cuyos museos había ido a parar.
En el registro fotográfico que se conserva, se entiende el porqué. El santo, lejos de la segunda versión estilizada y más decorosa, es un viejo humilde, de movimientos bruscos y gestos ágrafos. Recibe la escritura de un ángel sugerente, muy joven y de cadencia indefinida entre lo masculino y lo femenino que, con la boca apenas abierta y su mano derecha sobre la derecha de Mateo, inocula y dicta la sagrada escritura. A diferencia del que efectivamente ilustra la pala del altar, la primera versión presenta las figuras a la misma altura y el contacto sucede entre las manos. El fondo, como todo Caravaggio, es una oscuridad densa. La fotografía que lo registra en blanco y negro quizás lo haya mejorado. Los miles de líneas que proliferan desde la imagen se condensan en una: el nudo ineluctable entre las manos y la escritura.
Empleo esta écfrasis para entrar a la novela Norep (La Comuna, 2010 / Nudista, 2023) de Omar Genovese, porque si hay una constante que se mantiene en la misma, es la relación dislocada entre manos-escritura. No-rep., sin repetición, es la inversión de Perón, el político-significante del siglo XX argentino. Lo cual ya es un chiste de por sí, cuando Perón es lo que se repite sin cesar en la política nacional. El inicio, titulado con un “Yo, humilde escriba”, se pone en la misma posición que el San Mateo de Caravaggio: “Yo, que recibo la escritura, en mi humildad eterna”. Pero esta vez no es un ángel el que dicta las letras, sino una voz que se desglosa en una serie de misivas que Norep/Perón le envía al escriba desde el infierno (única institución eterna en la teología cristiana). Y así, dando plano a una secuencia de capítulos donde el político se desenvuelve como narrador y personaje, en primera y tercera persona, la escritura que se teje es la de una constante prédica, que fue la misma que la del peronismo en sus diversas iteraciones. Sencillamente una prédica que repite el ritornello: organización y organización. La repetición del sustantivo con que se forma la frase es la marca doble que justifica su propensión al verbo: el líder y la masa, una organización mutua.
Con destellos de aquella vieja práctica literaria de la sátira política, la novela avanza al ritmo del bombo. “Bum, bum, bum” suena en un entramado donde el General sigue prendido a su práctica de organizar, operar, hacer política, incluso en el infierno. Comulgan toda una serie de políticos internacionales del siglo XX (Hitler, Stalin, Evita), pero sobresale la relación dual de Perón/Norep con Lopecito (a.k.a. José López Rega). Y la sátira se fructifica así, porque en el remedo de las clásicas parejas del horizonte cómico (Bouvard y Pécuchet o el gordo y el flaco), la relación entre ambos y su plan para operar en el infierno, deja escuchar escenas fantásticas. Pero hay un paso más.
No se trata de un gorila escribiendo su manifiesto anti-peronista, demostrando la falsedad del hilo de carne entre el líder y la masa, de una sátira antipolítica. Porque en el encuentro con ese Norep (o Perón invertido) y su ejército de norepistas (o peronistas travestidos), no hay una declamación que no sea música, sonido, ritmo. La sátira se convierte en lírica. Si hubiera sido solo el primer caso, con la escritura periodística (fuentes informativas y hermenéutica accidental), hubiera sido suficiente. Pero debió construirse como novela lírica, toda una verdad para la política manual de la escritura. Y en este giro, las manos juegan el rol central.
Un Perón del más allá, o del más abajo, un Perón devenido Norep con dotes de tenor, es el que queda manco. Profanadas de su tumba en 1987, las manos ausentes pasaron a ser todo un emblema de los avatares de la posdictadura argentina y del peronismo. Satirizar esta imagen, en la novela, es el primer gesto. Sin embargo, la conversión de eso en una lírica fulgente, estimulada por una sórdida pasión por los avatares de la política nacional, reescribe la cosa y la complica. No se pone de relieve tanto la falsedad del mito populista como la verdad misma de la política: su imposibilidad de estar más allá de la escritura. Se pone de relieve cómo la política no puede dejar de producir literatura, aún cuando para eso las manos y las letras pierdan su vínculo primigenio y se desanuden y desaparezcan.
Y ahí entra Borges, con sus habilidades para tejer la trama cultural argentina y con sus manos de viejo cuchillero escondidas sobre un bastón de anciano bueno –y también porque todo libro sobre Perón, al menos en Argentina desde 1974 en adelante, es un libro sobre Borges como bien lo demuestra el inicio de Literatura argentina de Pablo Farrés. Entra, digo, el Enemigo Público Número Uno del peronismo. Convertido en la novela en un “susurro” o “larga perorata maldita”, con tonos proféticos, cesa su coloquio con una firma para el dislate: “Ayatollah Borges, Inspector de Aves de Corral”. Es decir, en la sátira lírica de Genovese, el personaje Borges firma con el oficio que el mismo peronismo, en 1946, le había adjudicado al ascenderlo de su puesto de mero bibliotecario de la Biblioteca Pública Miguel Cané. Y firma también con un vocativo que define su práctica doctrinaria y represora en nuestra religión literaria: el Ayatollah. Y cierra con un mote sobre Norep que es uno de sus mejores momentos en el arte de la injuria, “¡Palíndromo fallido!”.
El chiste de Genovese tiene ribetes de los más exuberantes: en el más allá del infierno, alegoría del más acá y de la historia nacional posdictatorial, se enfrentan un manco y un ciego por definir el tono y la doctrina de la escritura y la política. O más bien, de la política de la escritura en Argentina –que es lo mismo que decir: la política de la escritura en el submundo. Si se me permite aunar las dos imágenes en una figura, lo que queda es un figurín, ciego y manco, queriendo leer y escribir en medio del infierno, queriendo operar políticamente, fracasando y organizando el fracaso.
La escritura se desata del nudo esencial que la vincula a las manos y el delirio hace a la política –nada puede dictarse sin que se desaten los monstruos que viven en un ágrafo de pies desnudos y humildes. San Mateo, ¿un norepista y Perón el ángel que enseña a escribir? Propongo una solución más local: el peronismo solo puede ser leído borgianamente, pero no a la inversa, porque Borges... Borges siempre será un Inspector de Aves de Corral.
23 de agosto, 2023
Norep
Omar Genovese
Nudista, 2023
172 págs.