A la obra de Kafka, señalaban Deleuze y Guattari, se puede ingresar desde varios extremos. Por puertas frontales o laterales, por angostos callejones de rancia iluminación, por fétidos agujeros y madrigueras. Todos los accesos son igualmente válidos. A la obra del rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) podría adentrarse desde algún que otro flanco, aunque, en lo que respecta a los barrocos relatos que componen Nostalgia, no hay duda de que se ingresa para permanecer en un territorio de límites borrosos y onírica coloratura: la singularmente bella Bucarest.
Lo afirma el narrador que atraviesa los cuatro textos del libro, pero podría refrendarlo, sin problema alguno, el propio autor: se escribe, antes que para contar una historia, “para exorcizar una obsesión”. No resultaría tan productivo, de cualquier modo, intentar asir esta obsesión cuanto explorar ese nebuloso campo –nostálgico por definición– en el que se erige la infancia, la pujante patria de un escritor como Cărtărescu. Pujante como un inconsciente cargado de imágenes surrealistas y expresionistas que intenta aflorar, una y otra vez, a la superficie de los textos, y que baña, con su atmósfera alucinada de colores fuertes pero brumosos, a la ciudad, a los personajes, a la escritura.
Pero vayamos por partes. Nostalgia se estructura en función de tres secciones. En primer lugar, un prólogo, que incluye su relato –a esta altura célebre– “El ruletista”, en el que un hombre desganado logra lo imposible: vencer el azar y a las probabilidades en el juego –en el reto– de la ruleta rusa. Cărtărescu nos convierte en testigos de este peculiar personaje y de la propia hechura del relato porque –y este es un rasgo reiterado en el rumano– a medida que se despliega la historia, las digresiones y consideraciones respecto del trajín escritural se vuelven materia de observación y de cuestionamientos. Y el acto de lectura se descubre como la condición de posibilidad por excelencia para la vida de la literatura, de la obra del autor y del ruletista mismo. “Así cierro yo también mi cruz y mi mortaja de palabras –afirma el narrador en las últimas líneas–, bajo las que esperaré hasta mi resurrección, como Lázaro, cuando oiga tu voz clara y poderosa, lector”.
El cuerpo del libro lleva por nombre, justamente, “Nostalgia”, y se compone de tres cuentos que desnudan el vicio de Cărtărescu por la extensión barroca. En “El mendébil” la aparición de un niño genio de tintes salingerianos generará una breve revolución de los sentidos y del entendimiento en la pandilla infante a la que pertenece el narrador. Los niños pululan por la calle Stefan de Mare, y, a la sombra de los edificios de bloque, se persiguen en el interior laberíntico del alcantarillado y disfrutan de juegos verdaderamente crueles. El Mendébil, sin embargo, logrará hipnotizarlos con sus historias y discursos estrafalarios, al tiempo en que el narrador evoca el surgimiento de la sexualidad en cierto climax (y en cierto clima) que recuerda al Sábato del “Informe sobre ciegos”.
En “Los gemelos” un hombre se trasviste frente al espejo. Cuando termina la tarea, el narrador interviene para retomar y, a su manera, recordar la temprana adolescencia y su relación –sus despertares, sus aprendizajes– con Gina. El presente desde el que rememora, no obstante, está teñido por un matiz onírico y la memoria, por momentos, cobra trazos expresionistas. El narrador, en una idea que rubrica el cuerpo central del libro, anota: “yo también intento «apuntar lo inexpresable», rehacer un camino que ya no existe en ningún mapa ni en ningún recuerdo”.
La experiencia de “REM” –el texto del que el autor se siente más orgulloso– traza un contacto borgeano cuasi explícito. Un grupo de niñas –semejantes, en algún sentido, a las cortazarianas de “Final del juego”– alucinadas por un peculiar objeto –el REM del título– acceden gracias a él, y como lo hiciera Borges con su preciado Aleph, a los múltiples tiempos de manera simultánea, articulando la totalidad de los sueños humanos. Asegura la narradora, y es preciso citarla in extenso: “Algunos sostienen que REM sería un aparato infinito, un cerebro colosal que ordena y coordina, siguiendo un determinado plan y un determinado fin, todos los sueños de los seres vivos, desde los sueños inconcebibles de la ameba y del cólquico, hasta los sueños de los hombres. El sueño sería, según ellos, la verdadera realidad, en la que se revela la voluntad de la Divinidad escondida en REM. Otros ven en REM una especie de calidoscopio en el que puedes leer simultáneamente el universo entero, con todos los detalles de cada momento de su desarrollo, desde el génesis hasta el Apocalipsis”. El libro culmina con el relato “El arquitecto” y un anexo fotográfico, “La Bucarest de Cărtărescu”, a cargo de Andrei Pandele.
De prosa cargada y de extensiones desmesuradas, la imaginación irrefrenable de Cărtărescu se relame en paréntesis, demoras, aplazamientos. Los cruces barrocos entre ficción y realidad, entre sueño y vigilia, el juego metaficcional, las recurrentes mise en abyme, fraguan un fatigoso y espiralado derroche de literatura. Leer las descripciones alucinadas de los barrios y las calles de Bucarest, del interior de los hogares o de las fachadas de los comercios implica sumergirse en una geografía hipnótica en la que el lenguaje, lejos de representar, construye un mundo tan nebuloso como concreto, abarrotado, de colores estridentes, portentosamente personal, que encuentra su materia en la fibras del inconsciente y del sueño, de la infancia y de la experiencia. Lo ha dicho el propio autor en alguna que otra entrevista: no se escriben libros para publicar, se escriben libros para irse a vivir a ellos.
27 de septiembre, 2023
Nostalgia
Mircea Cărtărescu
Traducción de Marian Ochoa de Eribe; introducción de Edmundo Paz Soldán
Impedimenta, 2022
388 págs.