En el mito fáustico, un hombre vende su alma al diablo a cambio de conocimiento, poder o placeres mundanos, lo que finalmente conduce a su perdición. Las historias fáusticas exploran dilemas morales y filosóficos profundos sobre la ambición humana, la tentación y los límites éticos, y sus protagonistas son personajes complejos y atormentados que, en el afán de hacer realidad sus deseos más profundos, cruzan líneas que los llevan por un camino autodestructivo.
Fausto, de Goethe, Doctor Fausto, de Thomas Mann, también la conocida versión de Christopher Marlowe, entre otros títulos, y algunas novelas argentinas: Adan Buenosayres, de Leopoldo Marechal, Abaddón el exterminador, de Ernesto Sabato, y Crónica de un iniciado, de Abelardo Castillo, tienen un protagonista fáustico. Son hombres sus personajes y lo son quienes narraron sus historias. Noticias sobre el iceberg reactualiza ese mito: su protagonista, Greta, es una escritora que muy joven publicó dos novelas que ganaron gran repercusión y que está bloqueada desde que se propuso escribir esta última.
La narración se enfoca en la vida de Greta, de setenta y siete años, que vive con su gata Prascovia (el nombre es el de una de las dos únicas protagonistas del libro sobre niños célebres que leía de chica). A pesar de su exitoso pasado literario, Greta no ha escrito nada nuevo en décadas ni ha dado entrevistas. Marcos, un estudiante de periodismo, y Albertina, una joven curiosa, irrumpen en su casa, buscando descubrir el misterio detrás de su retiro. Este encuentro desencadena situaciones cómicas, mientras una voz interior implacable impulsa a Greta a revelar la compleja historia detrás de la creación de sus dos libros y del tercero, que nunca logró terminar.
Con la sensibilidad, el talento ya conocido y una visión sin concesiones sobre la madurez de la mujer, Heker ofrece una magistral lección de narrativa en esta esperada novela, de humor corrosivo y un estilo coloquial que deja a la vista su destreza discursiva. La protagonista monologa, interpelándose a sí misma, como si ella fuese otra, en una suerte de desdoblamiento, una forma ágil y fresca de entrelazar la exploración de su reinvención personal con la urgencia creativa en la última etapa de la vida.
A los veintidós años, Greta encontraba en el espejo la magia para seducir a los hombres. El cuerpo le otorgaba ese recurso, su ambición estaba a la altura de los logros futuros. La vida entera se tendía por delante, como una hoja en blanco. A los cuarenta y dos, decidió que, para alcanzar su máximo anhelo, tenía que “renunciar a la vida”. Al amor, por ejemplo. Nada debía distraerla de ese camino que requería una enorme voluntad. Ni a la protagonista de la novela fáustica que se proponía escribir, ni a Greta, les hizo falta que el diablo las tentara con su pacto. Se los decía, a gritos, el espejo: su propio cuerpo cumplía el rol de ese personaje fascinante, una metáfora de las luchas internas por la ávida búsqueda del triunfo: “hay algo que emana del cuerpo mismo y de lo cual, como vampiras, extraemos la juventud eterna y la fuerza para animarnos a lo inalcanzable”, afirma Greta.
Al igual que en Zona de clivaje y El fin de la historia, las otras dos novelas de Heker, la narración es metaliteraria: acompañamos a Greta mientras escribe para entender, para encontrar un sentido. Presenciamos su trabajo: discute con su voz interior, acomoda sus fetiches, organiza rituales y construye la soledad que necesita para crear. De todo ello participan los gatos, tan valiosos –y sabios– compañeros. No demandan como otras mascotas, ofrecen un cariño discreto y en silencio llenan el vacío de esa isla que habitan los escritores cuando escriben. Los años pasan y Greta, a pesar de que la empuja una fuerza arrolladora que oscila entre una convicción a ultranza y la negación, no logra encontrar el sentido que busca su protagonista.
Como Mariana, el alter ego de Heker de las novelas anteriores, de niña Greta jugaba a ser “normal” delante de la madre y hacía “cosas de nenas”, mientras se inventaba otras vidas mucho más apasionantes. La imaginación era su rebeldía y su amparo. Ahora, a los setenta y siete, no siente nostalgia por su idealismo de juventud en los años sesenta, cuando se creía capaz de cambiar el mundo, porque cómo recuperar la fe en lo que vendrá, si lo que vendrá ya sucedió y es esto, este mundo que ya no entiende del todo. Lo deseado o lo soñado ya no ocurrirá, el tiempo hizo su trabajo; sin embargo, y aunque percibe la muerte como algo más cercano, aún anhela, “hasta los huesos”, “ser la más grande”.
En la literatura de Liliana Heker, sobre todo la del comienzo, hay niñas muy precoces e inteligentes, solitarias, rebeldes y desbordantes de imaginación. La fantasía les permite escabullirse de la realidad anodina y colonizada por los adultos y crear vivencias acordes a sus expectativas. Son niñas –sobre todo Mariana– que se afanan por tocar lo inalcanzable, al igual que Greta, su alter ego de la madurez. No aspiran a colocarse detrás de los grandes hombres para estimularlos a trepar la torre solnessiana más alta sino treparla ellas mismas.
Entonces, hace un descubrimiento fundamental: la novela fáustica puede adquirir una forma nueva. La revelación se produce por la coincidencia de dos factores: a su regreso del viaje al sur argentino, su gata se esconde, tal vez porque Greta lo hizo acompañada de un escritorio inmenso que remplazará su mesa de escritura; así, la gata tiene que salir de su escondite e instalarse en su templo, como la deidad que es. El otro son los jóvenes que aparecen sorpresivamente y la ayudan a reponer su antigua mesa en el lugar acostumbrado. Esa mesa, despojada de su escenografía habitual, le permite reorganizarse, la ayuda a encontrar el sentido que hace tanto busca. A la vez, las preguntas de los visitantes estimulan su memoria, fuente de creación que remueve momentos de su pasado, cada uno con sus canciones, dichos y expresiones de moda, y así descubre que no todo está dicho sobre la literatura: ahora es ella la que puede dar una noticia sobre el iceberg hemingwayano (la teoría de que el relato solo exhibe una parte y oculta lo demás): si un iceberg parece algo inamovible, de repente pierde un pedazo, entonces gira sobre sí mismo hasta que encuentra un nuevo equilibrio, una renovada forma: una belleza distinta, más libre. Porque, como sabemos, lo esencial está sumergido.
Noticias sobre el iceberg demuestra que una mujer con una gran ambición necesita de una inmensa voluntad para darle lugar a sus aspiraciones y, además, pagar un costo importante: la soledad. Greta le explica a Albertina que ahora le parecerá usual que una mujer quiera llegar a lo más alto, pero cuando ella tenía su edad, se sentía muy sola pensando cosas así. Las mujeres, desde el suelo, empujaban a los hombres. Por eso, de chica, se empecinó en quitarse de encima todo lo que la hiciera vulnerable, no depender de un hombre y probar que podía lograr lo mismo que ellos.
El cuerpo, el demonio fáustico en la mujer, recorre toda la novela como un leit motiv: la protagonista siente, presiente, desea, necesita, advierte con todo el cuerpo. El propio cuerpo de Greta contiene su gran enseñanza: “no te aferres a mí, mi forma es transitoria”, parece decir. Y, también, “aprendé a ver el encanto de sus cambios”. Como contracara, a través de dos personajes femeninos secundarios como Sonia, la prima de Greta, y la madre de Albertina, Heker pone en evidencia los diferentes caminos y los costos que asumen las mujeres. Sonia fue puro cuerpo “que ilumina con su sola presencia: el pelo, y esa esbeltez, y la destreza para todo” y, envejecida, se quedó sin nada. La madre de Albertina conmueve a Greta: la maternidad le frustró su anhelo de ser bailarina y entonces quedó reducida a un exhibicionismo yermo y desfasado. Es que, para las mujeres de la generación de Greta, hacía falta una gran inteligencia, independencia mental y convicción para rebelarse y escapar de los mandatos familiares y las expectativas de la sociedad.
Noticias sobre el iceberg es la novela más personal de Heker. Los deseos, muestra, cambian con el paso de los años; las personas cambiamos. También, que cualquier camino que elija una mujer la obliga a pagar un precio incalculable. “Eso sí, la vida es difícil para todos. No solo para todas”, le advierte Greta a Albertina, con lo cual expresa una posición ideológica: clase por encima de género; independencia y coraje por encima de la victimización.
Con esta historia, Heker planta bandera sobre el feminismo, no tanto como una lucha grupal o colectiva donde se diluye la individualidad, o no solo en esa dirección, sino como la batalla librada desde los deseos personales. En los años sesenta y setenta, durante la juventud de Greta y de Liliana Heker, a las mujeres les costaba escapar del mandato de subordinación a la voluntad del varón, tal como lo expone en uno de sus primeros cuentos, “Los que vieron la zarza”: la esposa hace propio el logro del esposo. Pasadas varias décadas, la postulación de Heker es más radical: cada mujer elige su camino, resigna lo que deba resignar y apuesta a su ambición –también a su pasión–, porque sin el riesgo individual, sin negociar con las propias fuerzas no hay modo de alcanzar la cima ni empujar el cambio.
22 de mayo, 2024
Noticias sobre el iceberg
Liliana Heker
Alfaguara, 2024
256 págs.
Crédito de fotografía: Alejandra López.