Juan Cárdenas (Popayán, Cauca, 1978) es un autor colombiano muy prolífico que antes que escritor es traductor, editor, crítico de arte, docente y también librero. Parece que su destino era escribir, teniendo en cuenta que conoce de primera mano todos los eslabones del circuito editorial. Además, ha ido forjándose como una de las promesas de la literatura latinoamericana, especialmente por su sed de explorar la escritura. Este novelista colombiano publica en 2015 su novela corta Ornamento con el sello editorial Periférica, el cual se ha encargado de sacar a la luz la mayoría de sus escritos. En marzo del corriente año, la editorial Sigilo la edita en Argentina.
Ya su título y su portada hacen ruido. La imagen de un hombre enredado en opulentas flores que se tapa la cara con sus manos. Las flores parecen dulces y atractivas, sin embargo van conquistando el cuerpo del sujeto, se tornan siniestras. Es una imagen cargada de detalles y colores vibrantes que dialoga con el nombre de la obra. De él se desprende un campo semántico: adorno, decorado, artificio. Pasamos las primeras páginas y dos epígrafes nos preparan para introducirnos en el texto. El primero cita a Adolf Loos, arquitecto moderno austríaco que consideraba al adorno como el culpable de la inutilidad de los objetos, su función es volverlos obsoletos; por lo que en su obra priman la simplicidad y la funcionalidad. El segundo cita a León de Greiff, poeta colombiano, tal vez inclasificable, cuyo gusto por la experimentación suele encuadrarlo, según la crítica, en el sinfonismo y el modernismo latinoamericanos, movimientos en los cuales el ornamento es revalorizado y renovado en pos del artificio buscado. Evidentemente, hay una contradicción entre las citas que nos ponen en jaque y nos alertan antes de adentrarnos en el relato.
Ilustración de Santiago Contín
Una vez inmersos en él, nos encontramos con un científico que diseña, a partir de unas flores desconocidas, una droga recreativa que sólo tiene efecto en las mujeres y prueba durante un tiempo indeterminado en cuatro voluntarias. Al final del día, nos narra en primera persona lo sucedido durante la jornada, en una especie de bitácora sin fecha ni estructura rígida. Parece vaciar el vaso de nebulosa mental para poder dormir. Una de las voluntarias, llamada Número 4 durante toda la novela, no es una simple rata de laboratorio. El narrador se detiene en ella porque lo cautiva tanto su aspecto físico como su nivel intelectual. El vínculo entre ellos trasciende los límites de la relación entre analista y objeto de estudio. Número 4 deviene en el tercer vértice de un triángulo amoroso con la voz narradora y su esposa, una artista de clase media alta en plena crisis creativa de autoplagio que, de repente, percibe su lugar amenazado tanto en el ámbito artístico como en su matrimonio. La nueva droga se configura como una estela que atraviesa todo el texto y se vuelve un nuevo canal de comunicación entre los personajes. No la consumen solo las mujeres de estrato alto. Por el contrario, las de clase media y baja, también. Su éxito no encuentra fronteras sociales. Es un objeto de consumo que decora la realidad. Y aquí, la brecha entre objeto estético y objeto de consumo se acorta. Este producto como tal implica un artificio. Casi que se vuelve un procedimiento mágico en que un elemento es puesto en el frente dejando otro en retaguardia. Un velo traslúcido deja entrever un sinfín de constituyentes en la obra. ¿Cuánto deja ver el ornamento? El científico, cual Walter White de la serie Breaking Bad, se concibe como un artista y esta sustancia es su obra de arte. Cabe resaltar que el narcótico funciona como un vehículo directo para llegar al inconsciente. Los discursos de Número 4, producidos bajo su efecto, se atiborran de elementos desordenados, ominosos, inefables. La razón como membrana que contiene y filtra, es ahora permeable.
Sin previo aviso, el texto oscila entre un realismo de límites estirados y un fantástico ambiguo que queda en ascuas, a disposición de la interpretación de los lectores. Si tenemos en cuenta la historia de Colombia y el narcotráfico, la novela a su vez podría adquirir cierto carácter alegórico. Los narcotraficantes de los '80 compraban cantidades inexplicables de obras de arte contemporáneo. Su impunidad les permitió ostentar el gusto por los excesos lujosos. De modo que el barroco, y en consecuencia el ornamento, quedaron relacionados al estereotipo de estos sujetos tan particulares y al grado de sofisticación del universo narco. Por otro lado, este texto entabla un diálogo simultáneo con anteriores escritos del autor, especialmente con su novela Los estratos (Periférica, 2013); e incluso con sus influencias literarias: realiza un homenaje claro a las mujeres-muñecas de Las hortensias, novela del escritor uruguayo Felisberto Hernández.
Arte, adicción, artificio, nuevas formas de trabajo ambiguas en cuanto a su precarización y/o flexibilidad, sujetos deshumanizados en la mercantilización de los cuerpos y las conciencias y el papel de la mujer en el mercado son los focos temáticos problematizados en una prosa poco compleja, sin nada novedoso a nivel discursivo, pero con algo para decir imperiosamente, algo que necesita ser descifrado. Es esa necesidad la que lleva adelante la trama, la que mantiene al lector atento. Por momentos, la compulsión por decir no da lugar a respiraciones textuales, a puntos y aparte. Cuerpo, mente y discurso se transforman en territorios de lucha y negociación en los que el deseo y la ética operan mientras el científico busca construir categorías que den sentido a sí mismo y a lo que lo rodea. Puede no ser una novela trascendental. Sin embargo, sí invita loablemente a repensar el alcance del arte en relación al mercado y a cómo nosotros, sujetos en disputa, nos ubicamos frente a un capitalismo que no repara en esfuerzos y estrategias para mermar lo que nos quede de nuestra condición, para hacernos esclavos de nuestra propia libertad.
16 de septiembre, 2020
Ornamento
Juan Cárdenas
Sigilo, 2020
144 págs.