Otra luz, el último libro de Leandro LLull (Rosario, 1983), nos devela el movimiento, el tránsito de una escritura que está siempre en acto, inscripto en la constancia de un cuerpo, aunque viajar no sea, simplemente, ir de un lado a otro. En “Génesis de la extranjería” leemos: “Un viaje empieza donde empieza. Pero ¿dónde, en qué momento?”.
El pensamiento de Llull se encabalga en verbos, en un andar en el que el yo recibe y entrega. Ya desde el prólogo el hablante de los poemas se define como un paseante por la vida, con el deseo de fundirse con el paisaje. Así, un viajero es aquel que está en eterno proceso de búsqueda. La escritura es el viaje, y el viaje se escribe: “Pintar la nieve. Si uno encuentra el matiz, el nombre surge. El matiz es la clave para refutar la pátina que petrifica la escritura cuando `ya no hay nada más por decir'. A matices nuevos, mundos nuevos”.
El viaje es hacia adentro, lo vivenciado se tramita para luego ser dicho. Una renovación latente, lo que no cesa de sorprender y adherirse a uno en el marchar: “las cosas y la gente, que se nos pegan por el roce”. Por eso hay una iluminación iniciática, un conocimiento, otra luz*. Según San Juan, la luz primordial se identifica con el Verbo; lo que expresa de cierta manera “la radiación del sol espiritual que es el verdadero corazón del mundo”, al decir de Guénon. Toda epifanía, toda aparición de un signo representado, está rodeada de un nimbo de esa nueva luz, por el cual se reconoce el instante poético y sagrado; lo que se desplaza es la luz que proviene de un umbral, de ese espacio que podría ser invisible para otros; el poeta, sin embargo, se detiene allí. Habita las imágenes y las traduce al silencio con el que trabaja.
En De lo espiritual en el arte, Kandinsky asevera: “La literatura, la música y la pintura son los sectores más sensibles y los primeros en registrar el giro espiritual de una manera real, reflejando la sombría imagen del presente, y la intuición de algo grande, todavía lejano e imperceptible para la gran masa”. Llull nos permite ingresar en ese trance, en ese alumbramiento y deslumbramiento que no puede darse sin el viaje hacia las cavernas del ser. “Yo solo pido guardar esta luz”, reza el verso final del poema “Viaje interior”.
No se trata de retener el recuerdo, de fijarlo en la retina o perpetuarlo en una fotografía, sino de tramitar un pasaje de la oscuridad a la luz, de morir y renacer en ese instante; de encarnar la epifanía gracias a que la espiritualidad es revelada y, de esa manera, celebrada. Existe una intuición en el curso de esta iniciación, la trasformación se opera y se afirma en luz, se adquiere un nuevo yo: “Un sombrero puede ser aureola. Un momento puede ser el cielo. Pero debe haber viaje y luz”.
Aunque desconocemos, junto al autor, cuándo empieza y cuándo termina un viaje, si es en la previa, en el camino mismo o en la llegada; o si nace del deseo, de una idea o de una posibilidad, lo que percibimos es una vibración que invita a continuar el camino, en camino. Y como Ulises o Egeria, viajamos en las penumbras para encontrar la lumbre. Otra luz es una invitación al vuelo eterno del verbo, que se ramifica en muchas cosas, pero que se puede reducir solo a una: la escritura de la palabra poética.
29 de mayo, 2024
Otra luz
Leandro Llull
Bardos, 2023
178 págs.