Los personajes de Ray Bradbury suelen mirarse en el agua. Ni el gesto ni la materia elegida son casuales: mientras que el acto de mirarse desata cuestionamientos, deseos y pavores irreproducibles, el agua devuelve siempre imágenes móviles e imperfectas. El agua no es un espejo y quienes se miran en ella buscan bastante más que reflejarse, aun cuando no sepan exactamente qué es lo que necesitan o a quién o a qué le tienen miedo. Pasa en “El picnic de un millón de años”, cuento de cierre de Crónicas marcianas donde una familia humana se reconoce de pronto extraterrestre, génesis de una raza que unirá dos planetas y dos civilizaciones, y pasa también en “El que espera”, relato inaugural de Otras crónicas marcianas, volumen que reúne diez piezas descartadas de la edición original, donde un grupo de astronautas se topa en un estanque con el monstruo volátil que se los cargará en ristra.
Lo de “piezas descartadas” quizás sea desmedido. Bradbury las escribió con celo, peleó por ellas con su editorial y terminó encontrándoles un hueco en colecciones posteriores como El hombre ilustrado y en variopintas revistas de sci-fi. Basta comparar ambos conjuntos para verificar que los segundos cuentos marcianos no tienen nada que envidiarles a los que aterrizaron primero. La prosa sigue siendo tersa y exacta al modo norteamericano; las tramas siguen ecualizando tonos que hacen desfilar avatares del terror cósmico, la desesperanza política, la filosofía de la exploración y la creencia –sorprendente por agazapada, por sibilina y a la vez luminosa– de que, contra todo pronóstico, contra el egoísmo y la miseria de nuestra especie, el destino es una ficha que todavía no se jugó. Otras crónicas marcianas, traducido y curado por el autor y editor Marcial Souto y enriquecido por dibujos del artista David de las Heras, confirma una de las fortalezas de las crónicas oficiales de Bradbury: su dialéctica necesaria, la contradicción interna que se enciende cuando ciertos cuentos forman un todo, esa lección que el de Illinois aprendió de Sherwood Anderson y que lo ayudó a moldear un Marte tangible y espectral, exótico y no tan lejano.
En su famoso prólogo de la década del cincuenta, Borges lo dijo –como pasa casi siempre con Borges– mejor que nadie: “¿Qué importa la novela o la novelería de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street”. Sonará extraño después de la cita, pero el texto del autor de Ficciones supo ser agitado como una defensa de la literatura de género, cosa que hasta cierto punto es, aunque sólo de manera tácita. El verdadero propósito era la defensa de una forma de hacer arte y ser artista. Amén de la identificación exterior con el nicho, de los proyectos que desarrolló en la NASA y de las incontables entrevistas que dio para discurrir sobre el lugar del hombre en el gran esquema celeste, Bradbury no siempre respetó los verosímiles que llevan décadas robusteciendo la ciencia ficción. Los navegantes de estas crónicas –ya no interesa si nos referimos a la primera o la segunda cosecha– sólo a veces usan mascarillas; las colinas marcianas pueden ser azules; abundan en el paisaje fantasmas y arcanos salidos de otros pozos narrativos. Todo se deriva de una mirada ondulante, capaz de saltearse requisitos técnicos si el hallazgo y la extracción de la esencia literaria deben acometerse por otros medios.
Bajo el armazón de una épica galáctica, Bradbury ofrendó ni más ni menos que su espacio interior. Los horrores, las nostalgias, las ingenuidades y los ensueños apilados en el ambiguo “La aventura”, el todavía más enigmático “Piel morena y ojos dorados”, el casi carveriano “La ventana de color fresa” y los demás cuentos de Otras crónicas marcianas expanden el horizonte de un escritor que dedicó una vida entera a advertir que el viaje a las estrellas será tanto físico como espiritual, o de lo contrario no habrá viaje, ni estrellas, ni futuro.
Otras crónicas marcianas
Ray Bradbury
Selección, traducción y prólogo de Marcial Souto, ilustraciones de David de las Heras
Libros del Zorro Rojo, 2022
134 págs.