Paisajes emocionales reúne parte de la producción crítica que Analía Capdevila ha escrito durante casi treinta años. El volumen está ordenado en cinco secciones que marcan algunos de sus intereses: el Roberto Arlt novelista, las polémicas literarias de la primera mitad del siglo XX, el policial argentino, las derivas del realismo en nuestro país, la obra de Juan José Saer. Las reflexiones en torno a las posibilidades del realismo atraviesan todos los textos y le otorgan unidad al libro. Polemizando en sordina con un sentido común dominante en nuestra literatura, no duda en afirmar que los autores de Los siete locos y Glosa tuvieron la ambición del Gran Realismo tal como fuera caracterizado por Lukács (“Sed de verdad. Fanatismo de realidad”). Las de Arlt y Saer, autores centrales en el volumen, fueron escrituras que, sin entregarse jamás a las ingenuidades del pietismo ni a los meros jugueteos autorreferenciales, problematizaron las conflictivas relaciones entre el lenguaje y lo real sin por ello salir de los límites del realismo.
Los textos dedicados a Arlt y a Saer son lo más destacado del volumen. Después de décadas de crítica arltiana, Capdevila consigue el milagro de iluminar zonas de la obra del autor de El jorobadito. Y, salvo en el artículo que aborda su polémica con Ortega y Gasset, no lo hace recurriendo a alguna aguafuerte inhallable sino centrándose en lo más transitado de su obra, Los siete locos y Los lanzallamas. ¿Qué caracteriza, para la autora, al realismo arltiano? El acercarse al referente exasperando la forma. La autora llega, así, a dos categorías para referirse a su imaginario: “paisajes emocionales”, en referencia a las imágenes que se despiertan a partir de los estados subjetivos de los personajes, y “realismo visionario”, en relación a la forma en que Arlt trasforma ideas en material novelesco. Del mismo modo, lee a Saer no solo junto a Proust sino también, de manera más sugestiva, junto a Balzac. ¿Qué acercaría el proyecto saeriano a La comedia humana? El “regreso calculado” de personajes cuyas vidas estarían orientadas en un determinado sentido y el irremediable “efecto mundo” que produce la lectura de su obra. Así, distanciándose de las consideraciones del autor de Glosa, afirma que “hay una narración que se detiene en ciertos momentos de la vida del personaje, que forman en nuestra memoria secuencias aleatorias, en las que presuponemos que hay una orientación, un sentido”.
Si bien los artículos dedicados a Versos de una..., de Clara Beter (heterónimo de César Tiempo), a Las colinas del hambre, de Rosa Wernicke y a Cenizas, de Diego Oxley son rigurosos en su abordaje analítico, cabe preguntarse por el sentido de escribir sobre obras olvidadas por el canon que además no gozan de la estima de la autora. ¿Para qué insistir, a esta altura de las circunstancias, en las inconsistencias teóricas de Elías Castelnuovo o en el humanismo conservador que habría caracterizado la retórica del grupo de Boedo? ¿Decir que los escritores regionalistas utilizaban “recursos básicos y hasta rudimentarios” no implica reafirmar un sentido común que hace décadas nadie discute? Lo cierto es que, salvo en la curiosidad de algún investigador en apuros, la lectura de estos artículos no despierta mayor interés en descubrir a estos autores.
En “Todos estos años de gente”, el texto ligeramente autobiográfico que cierra el volumen, Analía Capdevila afirma que los artículos que lo integran no son papers ni “ensayos literarios” y que prefiere llamarlos, más bien, “escritos” de sus lecturas. Sin embargo, bien puede leerse en el libro una tensión entre las dos primeras formas. Uno de los textos centrados en Saer, así como los dedicados al policial y a la estética boedista están más cerca de la retórica del paper mientras que los dedicados a Arlt y, por sobre todo, “Novela y personaje: el caso Ángel Leto” se acercan a las libertades del ensayo. En este último, Capdevila señala la influencia de Arlt en el primer libro de Saer y presenta la muerte de Leto como una afirmación de la soberanía de sí. Aquí no solo hace dialogar diferentes libros del santafesino sino que se permite, también, una pudorosa incursión en la primera persona, al señalar la perplejidad que le produjo el suicidio de Leto en su primera lectura de Glosa. Capdevila afirma que “la afinidad, el gusto, la simpatía y hasta la identificación con autores, situaciones o personajes” son fundamentales para la lectura auténtica. Formas del afecto lector que se hacen presentes en el ensayo que cierra el volumen.
En los textos que integran Paisajes emocionales puede leerse una reivindicación del realismo, categoría por décadas bastardeada en nuestras letras . No sólo subraya su importancia en zonas centrales de la literatura argentina (Arlt, Walsh, Saer) sino que, también, permite pensar con ojos menos prejuiciosos buena parte de la narrativa contemporánea (Gustavo Ferreyra, Juan José Becerra, Hernán Ronsino, Esteban López Brusa, entre otros tantos), continuadora de una tradición tan viva como productiva.
20 de noviembre, 2024
Paisajes emocionales
Analía Capdevila
Prólogo de Sandra Contreras
Eduner, 2024
304 págs.