La última dictadura cívico-militar no produjo únicamente desapariciones, asesinatos, torturas y vejámenes propios de un museo del horror humano; propició, simultáneamente, el germen de una fecunda literatura (con resultados tan excepcionales como ramplones) y que tuvo al Terror como un infecto centro gravitacional. De Ricardo Piglia, Luis Gusmán y Liliana Heker a Martín Kohan y Félix Bruzzone, por nombrar sólo algunos, la ficción se encargó de representar o alegorizar (desde la piel de una montonera, de un médico colaboracionista o un conscripto intrascendente, por citar un puñado de personajes) lo inenarrable: aquello de lo que, verdaderamente, no se puede hablar.
En Para hechizar a un Cazador, su última novela, ganadora del premio Clarín 2023, Luciano Lamberti (Córdoba, 1978) propone articular las ansias del suspenso y el terror de lo sobrenatural con el trauma de una joven conflictuada, el duelo de una familia oligárquica y la perversa historia reciente de un país. A sus 20 años, Julia es interceptada en plena calle por Griselda, una anciana escuálida pero vigorosa, que fuma un cigarrillo tras otro. Luego de una serie de diálogos introductorios, la mujer le asegura que ella es su abuela biológica y que sus padres son, en verdad, sus apropiadores. En sus entrañas, Julia lo sabe. Así cobran sentido, por lo menos, los abusos que ha sufrido desde niña por parte del Coronel, su apropiador. Pero intuye, también, que a esta mujer vieja y escuálida la corona un áurea, cuanto menos, extraña. A diferencia del fantástico tradicional, en el que el escándalo de lo sobrenatural o lo inverosímil transgrede la normalidad de una existencia, Julia decide, con mayor o menor grado de conciencia, ir hacia lo desconocido.
En la trama que Lamberti urde a partir de aquí –y en la que el registro más o menos realista se deshilacha– se juega la ambiciosa propuesta de la novela. Son diversos personajes y voces –como ocurría en La maestra rural y La masacre de Kruguer– los que entretejen los perfiles de los protagonistas y, en particular, el de la poderosa y siniestra familia biológica de Julia, los Lara. Porque serán ellos, los abuelos, y, en concreto ella, la abuela Graciela –en la que se percibe la convicción enfermiza de las madres de La muerte y la madre, la de “La pata de mono” y la del padre de Cementerio de animales– quien servirá de puente entre las prácticas esotéricas y las de la última dictadura.
La ficción de terror, parece decir Lamberti, con sus demoras truculentas, su giros y exageraciones oscuros, sádicos y sobrenaturales, es la indicada para ofrecer un pantallazo del trauma social y político que desgarró la década de los setenta. Ni la historia, ni la sociología ni la crónica: solo el terror, y su desatino inverosímil para con las convenciones del realismo, conferiría una idea de la crueldad –inverosímil– que azotó a la Argentina a manos de la Junta Militar. El terror, entonces, para narrar el Terror.
Hay ritos tremebundos, voces fantasmales, una figura terrorífica y sobrenatural –el Cazador– a la que se le ofrecen víctimas humanas; del mismo modo en que, a partir de Julia y sus abuelos biológicos, se esbozan, ligeramente diferentes, las preguntas decisivas para una persona (y una sociedad) que ha sido víctima (o partícipe) de un genocidio como el del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Por caso: ¿cómo y dónde buscar los cuerpos desaparecidos? ¿Cuándo comienza la vida de un niño apropiado? ¿Cuál es el costo a pagar por dejar una vida –una identidad– atrás?
Todorov afirmaba que una sociedad que ha incubado campos de concentración tiene su corazón corroído por gusanos. En Para hechizar a un Cazador Lamberti no intenta reconciliación social alguna: las clases existen, y los abusos y las diferencias de poder entre ellas son abrumadoras. Tampoco aviene a concesiones de ningún tipo: la inaccesibilidad de la cúpula de Montoneros y el ciego acatamiento que demanda replican los que exigen el dispositivo militar y los dioses esotéricos. A pesar de todo, tal vez haya, en la literatura, una reparación simbólica, una bocanada de aire para los que –aún hoy– no hay podido despertar de la pesadilla de la historia.
24 de julio, 2024
Para hechizar a un Cazador
Luciano Lamberti
Alfaguara, 2024
416 págs.
Crédito de fotografía: Alejandra López.