“Hay una parte tuya que está viajando siempre más rápido, viajando siempre hacia adelante. Incluso cuando te estás moviendo, nunca es lo suficientemente rápido como para satisfacer esa parte”. La cita pertenece a “Viajes con la Reina del Hielo”, uno de los cuentos de Pasan cosas más extrañas, debut con el que Kelly Link empezó a granjearse su fama de renovadora impenitente de un género que suele hacer de ciertos parámetros –el culto al recato, la disciplina del detalle– tanto una bandera estética como una fachada para traficar conservadurismos.
Se puede decir mucho sobre los títulos de Link. Aquello de que pasan cosas más extrañas puede entenderse de al menos dos maneras: como pacificación del asombro, porque en definitiva el límite de lo inaudito siempre estará un poco más allá y entonces no hay razones para enardecerse en demasía; o como apuesta contra ese mismo límite, el desafío casi atlético de empujar las categorías hasta deformarlas. Si uno observa la cuentística ya consolidada de la miamense –cuatro colecciones, entre ellas Magia para principiantes, maravilla que tuvo su edición local el año pasado–, hay argumentos para creer que Link escribe como sus personajes viajan.
Y no se trata sólo de viajes en un sentido geográfico, sino también de sondeos de dimensiones, aquello que William Burroughs, M. John Harrison y algunos otros cementaron como tránsitos entre zonas que, más que espacios fronterizos, son variaciones de un todo inabarcable e igualador. En los mundos de Link no hay una realidad más “real” que otra. No hay invasión al modo del fantástico cotidiano, no hay goteo que revire la solidez presunta de la materialidad que nos rodea. En “El fantasma de Louise”, quizás uno de los cuentos más maduros del conjunto, la protagonista lidia con su espectro con la misma naturalidad con la que se informa de los escarceos románticos entre su mejor amiga –que también se llama Louise– y el enésimo chelista de una orquesta. Qué dice una historia de la otra, qué relación puede tejerse entre fantasmas y chelistas, entre la primera Louise y la segunda, es lo que el cuento se propone dilucidar, pero en ningún momento las incógnitas suponen una jerarquización precedente o una admisión ingenua de la rareza. Convivir con un fantasma sigue siendo una experiencia angustiante. Cuentos como “Clavel, Azucena, Azucena, Rosa”, en el que un hombre batalla contra el olvido en el hotel deshabitado al que fue a parar después de muerto, o “Desaparición”, donde una nena ve a otra transparentarse en la preparación del desplazamiento a su lugar feliz, tampoco manipulan los elementos como si todos valieran lo mismo. Lo insólito en Link nunca es gratuito. Se lo tomen en solfa, lo padezcan o basculen entre las dos actitudes, sus criaturas arrastran un presentimiento de fracaso, un atisbo de profundidades que la frescura estilística no maquilla, ni niega, ni pretende evitar.
Una frescura que, en este libro, todavía es embrionaria. Publicado originalmente en 2001, Pasan cosas más extrañas apenas roza los niveles de desparpajo y flexibilidad de Magia para principiantes. Estos primeros cuentos de Link llevan sobre la espalda las marcas de origen de otros escritores que pueden o no haber sido influencias iniciales, pero que asaltan la mente de cualquier lector que ya se haya guanteado con referentes previos del weird. “La mayoría de mis amigos son dos tercios de agua” remeda una estrategia que el mencionado Harrison afinó a lo largo de décadas: un personaje narra a otro que se enajena, lo narra con un amor tan sincero como indolente, lo ama y no hará nada para evitar su descenso a la locura. También hay inflexiones de Neil Gaiman en el maridaje de mitología y residuos de la sociedad de consumo –“Clases de vuelo”, “De zapatos y matrimonio”–, un filón que Link después aquilató e hizo propio al subvertir folklores y degenerar tradiciones de todo tipo. El censo de precursores podría continuar e incluso chiflarse un poco: “La fiesta de los sobrevivientes, o la Expedición Donner” hace pensar en un choque a velocidad máxima entre El castillo de Kafka y El gran Meaulnes de Fournier; hay mucho de pesadilla gótica en el corazón de “El sombrero del especialista”; y el fetichismo por las prótesis de “Agua que resbala por el lomo de un perro negro” recuerda a ciertas maquinaciones de Agota Kristof y Lawrence Durrell. Pero pongámonos un freno.
Si enlistamos referencias posibles, es justamente porque hablamos de una autora que logró, con el tiempo, el milagro de parecerse sólo a sí misma. Gesta que completó, además, a sabiendas de que primero tendría que romper con unos cuantos preconceptos: “Señoritas, ¿habían notado que los cuentos de hadas no son muy amables con los pies?”. Caminar sobre cuchillas, contra las huellas del dolor y del cansancio, es una misión para artífices dispuestos a recrear en el movimiento la forma salvaje de su individualidad, y Link emprendió esa tarea escribiendo siempre rápido, siempre hacia adelante, y sin darse nunca por satisfecha.
30 de noviembre, 2022
Pasan cosas más extrañas
Kelly Link
Traducción de Tomás Downey
Evaristo, 2022
397 págs.