¿Qué nos revela un viaje? ¿Qué nos dice acerca del lugar visitado, particularmente ahora, cuando el mundo pareciera haberse hecho accesible a todos, como si acaso se hubiera vuelto transparente? Aun cuando pareciera haberse tornado superflua, la pregunta persiste, quizás porque esa transparencia es tan extrema que acaba traduciéndose en opacidad. Pero persiste transfiriéndose al viajero, que pasa a ser el epicentro del acontecimiento. ¿Qué le ocurre al viajero?, nos preguntamos entonces, y si acaso media una crónica de la experiencia, la pregunta se hace extensiva a la escritura, y el interrogante pasa a ser en última instancia qué es lo que nos revela la escritura de un viaje.
Sobre esta parábola que compete al cronista de viajes contemporáneo se asienta este libro, que, si nos atenemos a lo que indica el índice, relata tres viajes a tres países de Oriente: Corea, Japón y China. El viajero en cuestión es un dramaturgo, cineasta y escritor argentino que, según algunas señales específicas (presenta en Corea una película sobre un bailarín de malambo que no puede ser otra que Malambo, el hombre bueno) pareciera ser el autor del libro, Santiago Loza.
De lo que se trata entonces es de una serie de crónicas que en conjunto componen una novela autobiográfica escrita en segunda persona. Este desplazamiento, que supone un sutil distanciamiento del narrador en relación a sí mismo y a lo narrado, es el dispositivo sobre el que se sostiene todo el andamiaje de este experimento. En un mismo movimiento, construye una perspectiva levemente distorsiva y determina el tono de la voz narrativa, y por lo tanto el tenor de lo narrado.
Más que en los lugares visitados, el foco está puesto en el viajero, del cual ese narrador en segunda va consignando, de manera sintética y a la vez minuciosa, acciones específicas, pequeñas experiencias, excursiones, manías, inquietudes, dolencias, impresiones, pensamientos, encuentros, desencuentros, en fin, diferentes situaciones y estados a través de los cuales procesa lo que va experimentando. El conjunto acaba configurando crónicas más o menos ordenadas de esos tres viajes, que en última instancia son crónicas de lo que le ocurre en esa circunstancia al personaje. El tipo de notación se asimila a la de un diario (escrito en este caso en segunda persona), lo que dota al texto de un cierto carácter íntimo, que verosimiliza lo narrado y de algún modo reafirma la impresión de que se trata de un texto autobiográfico. Más allá de que sea o no sea estrictamente pertinente, el lector tenderá a vincular al protagonista con el autor, lo que a su manera potencia y enriquece el relato, sobre todo si consideramos que esa supuesta verdad está trabajada con elementos propios de la ficción, como por ejemplo esa segunda persona, que aporta un innegable matiz de ambigüedad.
Considerando su centralidad en el texto, cada uno de los tres viajes configura un estado del protagonista.
En la primera crónica, en la que se relata su viaje a Corea invitado a participar en un festival de cine, se configura como un fantasma distante, que deambula por el festival sin llegar a integrarse del todo en el evento. La extranjería, sumada a su actitud retraída y reticente, lo mantienen a una discreta distancia de toda posible relación interpersonal. El vínculo más estrecho lo establece con una raíz que le regala una mujer ancestral (“su presencia diminuta y verde tiene una sutil amabilidad que te hace sentir como en casa”).
En la crónica del segundo viaje, esta vez a Japón, se reafirma su ensimismamiento al punto de encarnar la figura del viajero cansando. En el proceso, se disuelve en la multitud indistinta de los pasajeros del hotel donde se hospeda, hasta llegar a desaparecer en el anonimato. “Con el paso de los días nadie repara en tu occidentalidad”, dice el narrador, y sigue: “Sin darte cuenta te comenzás a parecer a todos esos hombres que asisten cada día al sauna sobre el final de la jornada laboral”. La sinécdoque en este caso, que refiere al estado del personaje en esa ciudad de Oriente, está representada por la cápsula donde duerme.
En la crónica del tercer viaje, supuestamente a China (porque lo que en realidad se cuenta es un viaje a E.E.U.U), se revela su faceta más abierta y comunicativa, debido en gran medida a que el ensimismamiento, que en parte persiste, se ve fisurado por Diana, una mujer de Singapur con la que mantiene una relación intensa e inclasificable.
Lo que en principio entonces era una historia solipsista y ensimismada, acaba resolviéndose en la historia de la curiosa relación de dos criaturas que no acaban de encajar en sus propias vidas pero que, inesperadamente, funcionan juntas, en una singular dinámica de potenciaciones mutuas. ¿Es eso el amor más allá de toda nomenclatura?
Como sea, en la complicidad extrema que articula ese vínculo, el viajero finalmente acaba arribando al secreto de Oriente. Y el círculo se cierra (abriéndose al lector) cuando, en última instancia, comprende que el viaje, incluida la vuelta, sólo acabará de realizarse en la escritura.
30 de octubre, 2024
Pequeña novela de oriente
Santiago Loza
Entropía, 2024
145 págs.
Crédito de fotografía: Leandro Teysseire.