Luego de que en julio de 2021 un ACV inhabilitara su brazo derecho, la periodista y narradora María Moreno (Buenos Aires, 1947) recordó –no lo sabemos, claro, pero jugamos a que sí– que hasta la más despersonalizante forma de escritura –la del teclado por computadora o celular– acarrea un esfuerzo físico que se creía perdido o superado. “Escribo con un solo dedo (el índice) –afirma en la introducción del conjunto de ensayos Pero aun así– forzándolo a estirarse junto con el pulgar para escribir los distintos signos de puntuación (...). Todo eso me llevó a pensar la escritura como un trabajo fundamentalmente manual”. Recordatorio dramático del brío, del riesgo implícito en una escritura como la de Moreno que, en su densidad y sintaxis alambicadas, apuesta por la barroca dislocación del sentido común, del imaginario burgués, de la posición falocéntrica.
Suerte de continuación de sus Subrayados editados por Mardulce en 2013, los textos de Pero aun así se ciñen a las imágenes y a las escritura de mujeres y disidencias, al vínculo con Chile, a una serie de despedidas finales de compañeros de ruta. Al aproximarse a los distintos objetos, alguien como Moreno no puede sino dejar la indeleble marca de su observación, concretamente, de su trabajosa escritura. Del mismo modo en que, de acuerdo con la autora, Toni Morrison no escribe sobre los negros, sino con y desde ellos, “aspirando a integrar el archivo de la raza”, el fraseo dilatado, la heterogeneidad y ductilidad léxicas de Moreno replican, para decirlo con Deleuze y Guattari, un modo menor (un modo feminista) de ser en la lengua; un modo que se aleja de toda sedimentación semántica inmediata, de todo significado instituido, en última instancia, por un diccionario paternalista. Se trataría, probablemente, de un maridaje entre Virginia Woolf y Joyce: un jugar con los límites de la lengua para producir un (leve) estallido. Y, desde luego, tomar de la primera una concepción troncal para el feminismo de la diferencia: la pasión más allá de lo genital.
Ya sea para pensar junto a él o para ironizarlo, el padrinazgo de Freud despunta aquí y allá; lo mismo ocurre con Lacan y Julia Kristeva. A su vez, lejos de denostar o demorarse en las limitaciones del pensamiento feminista de Simone de Beauvoir, unas breves líneas sirven para reivindicarla. En su veta narradora, reescribe “Emma Zunz” y “La intrusa”, dos relatos del incastrable Borges. Reseña, a su manera, Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, un libro de entrevistas a Pedro Lemebel y Poeta chileno, de Alejandro Zambra, que, entrelíneas, responde “la pregunta sobre qué hacer con los legados literarios” y cuyo título, antes que sentar el fundamento de una identidad, pretende desestabilizarlo. En el tramo final, partiendo del Diario del duelo de Barthes, despide a una serie de maestros y amigos admirados: de Fogwill a Juan Forn, de Germán García a Ricardo Piglia.
Luego del ACV Moreno se negó a rehabilitar sus piernas. Los médicos y kinesiólogos, azorados, desistieron ante la negativa de la escritora. Si el bipedismo es una de las marcas específicas del humano, el prestigio (viril y adulto, sobre todo) del avance, de la marcha, probablemente haya que rastrearlo hasta el origen militar de los Estados. Con la escritura, que para Moreno exige también un trabajo físico, otro ha sido el cantar: es que su horizonte se cifra en el trajinar de sus entrañas, en una hechura barroca en la que el signo no hace otra cosa más que estar en perpetuo movimiento.
6 de diciembre, 2023
Pero aun así. Elogios y despedidas
María Moreno
Random House, 2023
384 págs.