Aun cuando opera en relación a lo actual, visibilizando o invisibilizando según el caprichoso oleaje de las tendencias, el arte siempre tiene algo de inactual. Su tiempo, nos dice Gianera en este ensayo, es el de la espera, que declina en esperanza, esa invisibilidad en la que acaso se camufle la belleza. Y de eso, de la belleza, versa este librito, asumiendo la que quizás sea la más inactual de las cuestiones en la amplia esfera de la estética.
De ser un elemento central, tanto en la producción artística como en el pensamiento de la Antigüedad y la Edad Media, portando en cada caso una significación determinante, la belleza comienza poco a poco a desplazarse hasta ocupar un lugar periférico en la discusión estética. Ocurre que, librada del andamiaje prescriptivo que le proporcionaban aquellas pasadas determinaciones, se va licuando en un pluralismo cauteloso hasta tornarse indefinible y, por lo tanto, reacia al pensamiento.
La pregunta que cabe hacerse entonces es si la belleza es realmente un concepto agotado, que nada tiene que aportar a la discusión estética, o si, por el contrario, aun pese a su carácter indefinible y a su ostensible inactualidad (o quizás por eso mismo) es una cuestión que vale la pena seguir explorando. Ya no con el propósito de construir en torno a ella preceptos conclusivos y prescripciones autoritarias sino con el de iluminar desde su perspectiva siempre algo oblicua e inestable nuestra relación con eso a lo que llamamos arte.
Eso precisamente es lo que hace Pablo Gianera en este libro, que de entrada pone las cartas sobre la mesa, señalando que lo que se propone no es definir a la belleza sino perseguirla, sabiendo de antemano que no es posible darle alcance, pero valorando a la persecución como una vía regia para poder pensar. El título en este sentido es más que elocuente: equipara ambos términos (belleza y persecución), subrayando la gravitación equivalente que tienen en este ensayo.
Se trata entonces de la belleza, pero también y sobre todo de su persecución, debido entre otras razones a que, tal como enuncia la frase con la que abre el texto, “de la belleza no queremos su concepto, la queremos a ella”. Declaración más que pertinente, porque lo que propone este texto (que no deja de ser una conceptualización de la belleza) se juega en gran medida en la tensión que articula esta paradoja.
En el primer capítulo (A thing), el perseguidor indaga ese ocultamiento que caracteriza a la belleza, y acaba concluyendo que el único concepto plausible en relación a ella es lo bello, su presencia poniéndose por encima de los conceptos que, procurando explicarla, la deforman. Explora además su natural negación, que es lo feo, y sobre todo explora el juego dialéctico mediante el cual se relaciona con la obra, atendiendo al modo en el que ambas se determinan mutuamente. Lo incondicionado, que es lo bello, sólo puede tornarse incondicionado a través de lo condicionado, que es la Obra, nos dice, y agrega que la misma dinámica es aplicable para la relación que existe entre espíritu y materia en la obra de arte, dado que “el espíritu es una ilimitación que puede contemplarse en tanto es limitada por la materia”. Subraya así el carácter físico de la belleza, que en última instancia es siempre una cosa; pero una cosa, nos aclara, que se diferencia del resto de las cosas debido a que “en su materialidad habita algo que no es material”.
En el segundo capítulo (Spes), parte de la premisa de que el tiempo de la obra de arte es la espera, y explora la articulación anticipatoria que se pone de manifiesto en lo bello, ese “anuncio de un bien futuro” que es “promesa de felicidad” en la que se consuma la esperanza. Y sobre el final, dándole un cierre que imaginamos provisorio a la indagación, vincula a la esperanza con la utopía y la disonancia, componiendo la triada en la que, en su opinión, se trama la espera.
A través de este ensayo resulta más que evidente que la belleza no es en lo más mínimo un concepto agotado y que, pese a las apariencias, ha permanecido vigente, como lo prueba la nutrida presencia de artistas y pensadores que, de una manera u otra, participan de esta pesquisa. La nómina incluye a Naef, Trakl, Heidegger, Adorno, Hegel, Barthes, Goethe, Heine, Freud, Maritain, Rouault, Guardini, Keats, Du Bos, Hofmannsthal, Lipovetsky, Stendhal, San Buenaventura, Rilke, Schiegel, Scchöenberg y Anton Webern, y su gravitación en este ensayo es fundamental, porque Gianera discurre en gran medida encadenando citas, que funcionan menos como testimonio de sus aseveraciones que como plataformas en donde asentar la deriva de su pensamiento. Es de suponer que de este modo, es decir en diálogo permanente con sus lecturas, es como habitualmente piensa las cuestiones que competen a su oficio, y lo interesante en este caso es que optó por trasladar sin mediaciones ese proceder a la escritura, proponiendo un dispositivo a la medida de su propósito de persecución.
La potencia concentrada de este librito, entonces, deriva del carácter inédito de su propuesta, de su estrategia de escritura y de sus lúcidos señalamientos, lo que en conjunto probablemente funcione incitando al lector a convertirse él también en “perseguidor de la belleza”.
13 de septiembre, 2023
Persecución de la belleza
Pablo Gianera
AH, 2023
48 págs.