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Píldora roja

Hari Kunzru


Tomás Villegas


A mitad del camino de la vida, suele repetirse, la experiencia es acuñada por un puñado de reflexiones y vuelcos que pueden cobrar las más diversas formas. Un hombre descarrilla de su sendero aburguesado, abandona la rutina laboral y se echa a la ruta, sin otra brújula más que su capricho; otro desempolva pulsiones reprimidas y se aventura a la vida haciéndose cargo de su deseo; y otro, como el caso del narrador de Píldora roja, la novela de Hari Kunzru (1969, Londres) se hunde –cerebral– en la más ponzoñosa de las paranoias.  

El protagonista de Kunzru, académico perezoso, escritor freelance, accede a una prestigiosa beca alemana para desarrollar un proyecto otrora trunco: el estudio del yo en la poesía lírica. Visto en principio como una vacación, como un descanso de la vida en Manhattan –en la que su mujer y su pequeña hija dificultan las oportunidades para ahondar en la concentración que demanda la escritura–, el centro Deuter, en las afueras de Berlín, despierta en él tempranas incomodidades. Incomodidades que se convierten, con el paso de los días, en febriles sospechas. Sospechas de que cada objeto, locación, encuentro, gesto o práctica, por minúscula que sea, encierran en su corazón un significado oculto –una caja negra– que solo una mente aguda y activa es capaz de desentrañar.

El límpido y moderno centro Deuter linda con una peculiar casucha gris: no es otro que el lugar en el que se celebró la apocalíptica Conferencia de Wannsee, en la que se dictaminó la solución final a la “cuestión judía”. El frio invernal, la proximidad de un lago oscuro, la rigidez de un idioma extranjero, el espacio común de trabajo –en el que cada becado debe trabajar a la vista de los demás– configuran una atmósfera algo siniestra, en la que la pesadilla de la historia se articula con la moderna vigilancia tecnológica, en una época en la que las últimas gotas de privacidad se licuan bajo la aprobación de un contrato cuyos términos y condiciones nadie tiene tiempo, ni interés, de leer.

La poesía lírica, asegura el narrador, se propone como “una tecnología textual para la organización de la experiencia afectiva, un receptáculo donde formular la moderna concepción del yo”. La fórmula paranoica sería el insalubre modo que la subjetividad actual tiene de afrontar las problemáticas personales atravesadas por una sociedad azotada por la xenofobia y el imaginario conservador de las ultraderechas. No se trataría entonces, en Píldora roja, de la canonizada, segura, revisitada, locura romántica recluida en los nombres clásicos de Goethe, Rilke o Hölderlin. Antes bien, la figura con la que se obsesiona el protagonista es la de Heinrich von Kleist, el insondable poeta suicida, que procuraba cerrar un pacto de muerte mutua con cuanto individuo se le cruzara en el camino.  Un escritor de racionalidad oscura e intenciones nebulosas, de identidad rasgada por la ansiedad y la autodestrucción, que dificulta su encorsetamiento en lo que el protagonista denominaba, justamente, poesía lírica.

Kunzru, de madre inglesa y padre indio, sensible a las problemáticas de las minorías y disidencias, escudriña en la ficción los límites del pensamiento progresista y fascista y sus efectos en una actualidad de augurios apocalípticos; en esa articulación entre narración e ideas, ambas –literatura y política– rozan una artificialidad que hace trastabillar, por momentos, a la novela. En Píldora roja se imbrican los extremos políticos, la vigilancia estatal y las actuales vías del capitalismo de vigilancia; Kunzuru repara en las fragilidades que sustentan la estructura de una subjetividad que duda de sus propios cimientos porque es lo real –con sus sombras, sus tensiones y excesos– lo que parece estar a un paso de desmoronarse.

9 de agosto, 2023

Pildora roja.jpg

Píldora roja
Hari Kunzru
Traducción de Damián Tullio
Caja negra, 2023
312 págs.


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