En 2020, poco después de fallecer Rosario Bléfari, Mansalva publicó sus Diarios sobre el dinero, que habían sido anticipados en Indie Hoy entre fines de 2017 y principios de 2018, con tres breves entregas y que ella había anunciado en su cuenta del aquel entonces llamado Twitter, el 31 de enero de 2020. La última entrada del diario correspondía al martes 28 de mayo de 2019, cuando visitó la Internacional Argentina, la librería de la editorial, para conversar sobre la publicación del diario, su tema, su orden no cronológico, las monedas nacionales y extranjeras que circulaban en él y el dinero que recibiría por el libro. El libro estaba listo aun en vida de Rosario, pero por cuestiones intempestivas no se pudo publicar a tiempo. Fue el primer texto póstumo sin serlo. Entre 2019 y 2020 publicó online otro diario, Diario de la dispersión, en La Agenda Revista. Era, de algún modo, la continuación, literalmente hablando, es decir: cronológicamente hablando, la continuación del anterior. Y así lo fue su edición, de nuevo a cargo de Mansalva, acontecida en mayo de 2023, que reunió esas entregas. Diario del diario, diario de su salud debilitada, diario de una hija, de una madre, de alguien que está continuamente probando cosas distintas, disímiles, que se empeña en hacer de cada día un día, tuvo un cierre un día domingo inigualable dentro de la tradición de los diarios: “En este momento entra el sol en la casa y promete un día más. ¡Vamos por un día más!”. Este año, 2024, Mansalva publicó Poemas en prosa, reedición de un librito (tal como quería Tamara Kamenszain) editado por Belleza y Felicidad en 2001, hoy inconseguible, cuya circulación es rara y a través de fotocopias que pasan –como una tuca, y la comparación también es de Tamara, creo– de mano en mano. Continúa, así, la labor de Mansalva y los herederos de Rosario Bléfari por rescatar sus textos publicados, editar lo disperso y preparar los inéditos por venir.
En una de sus últimas contratapas de Página/12, Saccomanno trazó un perfil de Rosario, titulado “Bléfari y las grampas de escalar”, a partir de la colección de libros que Mansalva editó de ella, de alguna forma preso del rapto de su lectura, yendo de libro en libro, a medida que los iba consiguiendo. Agrupaba algunos datos que conocemos, que ponía a disposición del gran público del matutino. Pero, a pesar de las descripciones y citas que iba acumulando, de las canciones que escuchaba, no encontraba, él mismo lo asumía, dar con el clavo, definir a Rosario, explicarla.
La edición que nos presenta Mansalva ahora es, básicamente, la misma que la de Belleza y Felicidad del aciago 2001, con apenas algunas correcciones de puntuación u ortografía. Los poemas en prosa, en sí, tienen una larga tradición, cuyo antecedente siempre recordado son aquellos de Baudelaire. Rosario Bléfari hace suya esa forma y la aproxima a su universo. Así, el apunte de una revelación, de una emoción súbita, la busca consciente y esforzada de la experiencia (perdida desde que entramos en la Modernidad, nos avisó Benjamin y, por lo tanto, un intento encomiable por anacrónico o imposible), de eso que –como la propia Bléfari escribió en “Fuera de curso”– “no dura para siempre”, de eso que “se termina si detenemos el mundo para vivirlo”, de eso que, “cuando se manifiesta, todo se detiene. Cuando todo se detiene, no se manifiesta”, la preocupación por ver (y querer ver siempre es querer ver de otro modo), la capacidad por detenerse, llevan su marca, reconocemos allí su voz y hasta su cuerpo. Pero, entonces, si la edición es una re-edición, es otro texto, porque se lee en otra secuencia, inexistente en 2001, cuando el corpus publicado de Rosario no tenía las dimensiones actuales. De este modo, el comienzo de Poemas en prosa, “Santa Rosa”, o “Plan 5000”, esas escenas pampeanas, o incluso “Perfume”, cuando arma sobre la cama una carpa, como también hará en la casa paterna en su último verano, se leen desde el final, desde sus escrituras finales del Diario de la dispersión, cuando desplegó en La Pampa su plan de operaciones dispersas. Alguna oración después será el verso de una canción: “Pero adorar es tan poco en el templo de la madrugada cuando el viento marino es revoltoso” de “Microscopio”, se transformará en el estribillo de “Exacto”, “Adorarte es muy poco / Adorarte no es nada”, del disco solista de 2004, Estaciones; “Que la fiebre no me pierda el rastro, que la luna no se esfume tanto en tu sonrisa, ese sol naciente que me hace verte mejor. Que se corran las cortinas de tu pelo, que el lucero amanezca en vos primero, encandilado”, de “Canción de mejillas”, reaparecerá, casi exacto, en “Mejillas”, también de Estaciones, por ejemplo. Y ahí se traza el arco de una vida, y ahí el futuro actúa sobre el pasado, y ahí el pasado es un archivo práctico, de praxis, para el futuro.
Rosario buscaba capturar gestos. El poema en prosa, así, parece, en primera instancia, el lugar del registro, de la anotación de lo cotidiano que, en un segundo momento, comienza a ser habitado por otras cosas, de órdenes diversas, disímiles, extrañas. Las imágenes se suceden, se encadenan y se sueltan, el relato se fragmenta y escapa y por momentos adquieren unas formas neo-cubistas. En ese movimiento surgen frases inesperadas, versos bellísimos, misteriosos. Algunos ejemplos. “No pregunten quién viene. Transparente es el destino que llama”, escribe en “El sol”; “Hoy falta todo lo que siempre sobra”, en “Perfume”; “Tiremos los trineos sin gente, livianos e indiferentes”, en “Extintor”. O “Cartas”, que me permito transcribir entero:
Todos saben de las cartas simples en los buzones, solas durante la noche, ignorando todo, menos el destino y el remitente. Una lluvia inclinada por el viento y al día siguiente son una bola de papel mallé. El cartero se la lleva a su casa para hacer una escultura de su perro perdido. Una foto del perro, cinco horas de trabajo y listo. Todo el amasijo de cartas hecho perro querido. Y los remitentes dicen ¿por qué no me contesta? Y los destinatarios ¿por qué no me escribe?
El universo de Rosario, su predisposición por el convivio con la naturaleza y su admiración, su deambular por calles, su pasión por bares y cafés, ya aparecen en estos poemas con aires de juventud, con el dinero casi ausente, con las expresiones desiderativas tan propias de ella surgiendo aquí y allá, con su dar lugar a los sentimientos, las sensaciones, los afectos (y hacer, de ellos, sin ruborizarse ni preocuparse mucho, una poética, como cuando escribe, al comienzo de “Valle”, “En los amores y odios están las ideas”). Muchos poemas llevan como título el nombre de una estación de subte, el cruce de calles en una esquina, tal vez en Buenos Aires, tal vez en Mar del Plata, tal vez en cualquier otra ciudad, sitios donde hay un café y se detiene a observar y registrar, sitios donde acontece algo del orden de lo ordinario, de lo extraordinario, de lo que Perec llamó lo infraordinario, sitios donde se registra una anécdota que se escapa, que vuela, donde moran imágenes potentes entre descripciones y anotaciones, sitios que se capturan en escenas. Lo naif, la banalidad, esencia de la estética de Belleza y Felicidad, de sus dos estandartes, Fernanda Laguna y Cecilia Pavón, aparece en estos poemas, quizás como una marca generacional, que muchos atribuyeron a la larga década menemista que terminaba –más allá de su figura– abruptamente ese año, el 2001; aparece, sí, sin temor a mezclarse con lo oculto, lo sublime, tal vez como un camino errante que va de aquí para allí. “Yo siempre estoy esperando el milagro”, escribirá en “Quimbo”. Y para nosotros el milagro es este librito, los que están por venir, el milagro fue ella, Rosario, que nos atravesó, como aquel viento helado, imperceptible, pero con fuerza, decidida.
26 de junio, 2024
Poemas en prosa
Rosario Bléfari
Mansalva, 2024
80 págs.