Pronunciamiento –además de ser una localidad de la provincia de Entre Ríos con 1252 habitantes, según el Censo de 2010, cuyo nombre remite a la aceptación de Urquiza de la renuncia de Rosas al manejo de las relaciones exteriores, preludio de la Batalla de Caseros–, es el título del libro de Belén Sigot, publicado en 2023 por la editorial Caballo Negro. También, un dato fundamental si nos interesa pensar en este libro la relación entre autobiografía y ficción, el lugar de nacimiento de la autora, en el año 1979. Por último, Pronunciamiento se convierte ahora, a partir de esta publicación, en un espacio literario, en un territorio nuevo, hasta donde yo sé, que inventa la escritura sosteniendo un vínculo más o menos fidedigno con su referente real: ese pueblo que aparece en los mapas pero que se transfigura al entrar en los dominios de la literatura.
La operación no es nueva ni novedosa. De hecho, se inscribe en una vasta tradición de textos que recrean o reinventan o transforman un espacio real en uno literario y que, en los últimos años, tiene sabor a tendencia, como tiempo atrás lo fuera, desde Yoknapatawpha hasta Santamaría y Macondo, la invención de territorios completamente (¿?) ficticios. Sin embargo, la imagen del pueblo que compone Sigot se apoya en la precisión de una memoria atenta a los detalles, a la variedad de la naturaleza y de los objetos, a la historia oral que le atribuye a cada cosa un origen y, minuciosa con la distribución espacial, logra en sus frases con trazos poéticos poner frente a los ojos del lector un pequeño universo nuevo que, desde una perspectiva más amplia, “es apenas una puntada de hilo en el lienzo inmenso del mundo”.
La primera mitad de Pronunciamiento oscila entre la recopilación de relatos unidos por un lugar, tiempo y personajes en común, y la novela, pero desprovista de la clásica sucesión ordenada –cronológicamente o por la concatenación causal– de episodios, formándose así una suerte de acumulación de narraciones discontinuas por el empleo de la elipsis. Pero a medida que se avanza en la lectura, la simple anécdota costumbrista o cotidiana, o el boceto de ciertos estereotipos rurales, herederos del mestizaje entre el gaucho y los gringos, va convirtiéndose en el mero fondo de una trama que tematiza la relación entre una madre soltera que limpia casa y cuida ancianos y su hija Lelén –posible apodo de Belén, la autora– y las precarias condiciones materiales y la profunda desigualdad social en la que viven, a pesar de la aparente malla afectiva y de caridad que las contiene. En esa red se encuentran sus patrones, que romantizan la pobreza: “No importa ser pobre, le dice Blanco cuando están los dos solos. Y saca ese comentario de la nada, como si fuese su obligación recordárselo cada tanto [...] lo que importa es ser bueno, ser honrado, y aprender cosas, remarca Blanco. No te olvides de rezar todas las noches, le dice Chocha” y que expresan el perenne lamento de los insaciables terratenientes: “Y todo para que después venga el gobierno peronista y te saque lo poco que se ganó en la cosecha [...] Cosas así hacían Perón y Evita: darle y darle a la gente, y mientras tanto los colonos como él, como el padre, como los hermanos, moliéndose el lomo de tanto trabajar en el campo”. En estas páginas, ciertas imágenes: la caja PAN, icónica dádiva del único gobierno no peronista con sensibilidad social; la pobreza de una tumba de la familia de Lelén, en contraste con los panteones de los acaudalados chacareros, y el encantamiento con unos zapatos nuevos, como en la técnica del correlato objetivo, devienen en símbolos capaces de evocar en nosotros una emoción, un rechazo, un sentimiento de angustia o tristeza compartidos.
De pronto, en la que podría considerarse la segunda mitad del libro, comienza a imponerse el tema de la búsqueda del padre, la inquietud y la pregunta de Lelén por esa pieza que falta en su identidad. Entonces, la novela se encauza prodigiosamente y es ese conflicto el que pone en marcha, narrativamente hablando, las mejores páginas de Pronunciamiento, conjugando la cadencia de esa voz cuyas notas ya reconocemos, con la áspera historia de un personaje que lucha paciente y silenciosamente por ocupar el lugar que le corresponde dentro de la familia. Sigot, recordando o inventando, hace gala de la agudeza de su escritura, de su abismarse en las honduras del alma, de la irreversible miseria moral de aquellos que se creen superiores.
El pasaje de la primera a la segunda mitad de Pronunciamiento puede explicarse por la simbiosis entre la voz narradora y Lelén quien, a medida que se aleja de la infancia, cambia el modo de ver, desvía el foco; deja de detenerse en las pequeñas ilusiones y las pequeñas decepciones de la niña y su madre para, en la adolescencia y al entrar Lelén en la etapa adulta, concentrarse en otros aspectos del mundo, de su mundo interior y la construcción de su vida individual, sí, pero del mundo humano en general: la bajeza y la mezquindad, teñida de crueldad y de desprecio, de los hombres y mujeres que antes se mostraban magnánimos.
Para quienes adolecen del afán clasificatorio, Pronunciamiento plantea el dilema de si estamos frente a un texto que se agrupa, a pesar de la tercera persona, en las “escrituras del yo” o ante una ficción solamente. La dedicatoria a la memoria de personas que después encontraremos mencionadas como personajes, refuerza la hipótesis de que se trata de una de las formas de la autobiografía. En cualquiera de las claves posibles que el lector elija para orientarse y recorrer Pronunciamiento, el placer del texto, de la lectura, están garantizados por el oficio y la destreza de Sigot y porque la protagonista y su ambiente nos impulsan a seguir, en busca de respuestas.
13 de marzo, 2024
Pronunciamiento
Belén Sigot
Caballo negro, 2023
143 págs.