Kurt Vonnegut fue uno de los escritores más outsider de la literatura norteamericana del siglo XX. Difícil de construir una tradición que lo contenga, Vonnegut funciona como una tradición en sí mismo. Piensa la literatura en términos distintos a la imagen cristalizada que tenemos de la literatura de los Estados Unidos. Nació en 1922 y eso lo hace demasiado joven para ser pensado junto a Hemingway o Faulkner, su sensibilidad podría estar más cerca de J. D. Salinger que nació tres años antes y, tal vez, de Carson McCullers que es del 17. Sin embargo, todos los contactos le quedan incómodos. Hay algo en la risa de Vonnegut, en su fe en que la inteligencia tiene uno de sus mayores dominios en el sentido del humor, que parece alejarlo de un siglo XX que tuvo un carácter demasiado solemne y, por momentos, demasiado impostado.
Que levante mi mano quien crea en la telequinesis reúne una serie de discursos que Vonnegut dio a egresados universitarios. Los oradores de ceremonia de graduación inventaron algo así como un género donde un adulto le habla a jóvenes que están a punto de salir al mundo y les da una pequeña guía de supervivencia. No puede extrañarnos que Vonnegut se haya convertido en unos de los mejores. Pero, ¿a quién le habla? Se trata de la generación que, a partir de 1957, va a leer On the road de Kerouac con devoción, que escucha a The Beatles o jazz, que en el 69 hace explotar Woodstock, que marcha contra la guerra de Vietnam y que no está contenta con el mundo que recibe de manos de sus padres. Y entonces, en 1969, aparece Matadero Cinco y muchos de esos jóvenes sienten que en Vonnegut hay un interlocutor. Un soldado perdido detrás de la línea enemiga en la guerra generacional.
“La vida volverá a ser durísima en cuanto esto termine –dice en Freedonia College, en 1978–, y el pensamiento más útil al que nos podemos agarrar cuando todo vuelva a resultar horrible es este: pese a lo que algunos quieran hacernos creer, no somos miembros de distintas generaciones, tan diferentes como los esquimales de los aborígenes australianos. Estamos cerca unos de otros en el tiempo que deberíamos considerarnos hermanos y hermanas”.
Y, más tarde, habla como “miembro de una generación prestigiosa” y dice que si algo mantuvo en pie su generación fue el odio. “Me he pasado la vida odiando a gente, de Hitler a Nixon, aunque ya sé que no son comparables en su perfidia”. El problema es que ese camino es, en realidad, un callejón sin salida. Y, frente a la imagen que se genera en el sentido común sobre los jóvenes en Estados Unidos, Vonnegut dice: “Los miembros de su promoción no son especialmente letárgicos, indiferentes o apáticos, sólo intentan experimentar una vida sin odio. El odio es la vitamina o el mineral que falta en su dieta, pues han inferido atinadamente que ese sentimiento es, a la larga, tan nutritivo como el cianuro”.
Kurt Vonnegut por Juan Carlos Comperatore
Al leer las conferencias uno tiene la sensación de estar ante una pequeña reencarnación de Henry David Thoreau, alguien que pone a jugar una ética práctica, de argumentos sensibles y poderosos, que invitan a un buen vivir no sólo individual sino comunitario. Con el correr de los años –las conferencias van del 78 al 2004– vemos cómo Vennegut persiste en ideas simples que esconden grandes verdades. En la última intervención que registra este libro, dice: “Mientras me dirijo a ustedes, estamos quemando los últimos restos, gotas y tufos del combustible fósil con una alegría termodinámica digna de mejor causa. Y mientras tanto, nuestros residuos continúan haciendo irrespirable el aire e imbebible el agua, y cada vez más formas de vida mueren por culpa nuestra”. Y entonces se pregunta: “Estos es la universidad, ¿no? ¿No está bien que aquí se les cuente la verdad a los jóvenes?”.
Son tiempos opacos, donde en cada red social hay usuarios que proponen, con mala ironía y desprecio a cualquier semejante, lecciones para el buen vivir. Cómo debemos amar, cómo debemos alimentarnos, cómo debemos criar a nuestros hijos y cómo debemos relacionarnos con nuestros vecinos. Las teorías new age, el emprendedurismo, la automotivación y los discursos micropolíticos están por todas partes y nadie puede esconderse. Frente a eso, yo me quedaría con el consejo que uno de los mejores personajes de Vonnegut les dio a dos niños en el momento de ser bautizados: “Hola, niños. Bienvenidos a la Tierra. Es cálida en verano y fría en invierno. Es redonda, húmeda, superpoblada. En resumen, chiquillos, van a disfrutar de unos cien años aquí. Sólo hay una regla que quiero inculcaros, niños. ¡Maldita sea, tenéis que ser amables!”.
12 de julio, 2023
Que levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para corromper a la juventud
Kurt Vonnegut
Traducción de Ramón de España
Malpaso, 2014
118 págs.