El agua es el primer espejo del ser humano, lo que espoleó su conciencia de sí. Sinónimo de vida en los sistemas de pensamiento de todas las culturas, acaso remita a la bolsa uterina en la que fuimos gestados. A su vez, abre la puerta a la fantasía, lo que fluye por debajo de nuestra racionalidad, y qué mejor ejemplo que el viaje de Ulises y sus encuentros con sirenas, caballos alados y monstruos marinos. Al mismo tiempo el agua representa destrucción como muestra el diluvio universal relatado por varias civilizaciones antiguas. En el bíblico, un dios enfurecido se dispone a terminar con la corrupción humana, y entonces inunda la faz de la tierra. En Quebrada, de Mariana Travacio, el agua corre como deseo y como exceso.
Lina vive en la aridez de la quebrada con su esposo Relicario. Hace años partió su hijo el Tala porque allá arriba ya nada crece, salvo yuyos “que arañan el viento”. Un día la sed de agua se le hace insoportable y decide dejar aquella tierra seca y cuarteada. El mar será la aspiración que le dará la fuerza necesaria para dejar su casa y a su esposo. Va a descender hasta toparse con un arroyo, ya que el agua de ríos y arroyos se dirige al mar. Relicario no quiere irse por lealtad a sus muertos enterrados en la quebrada. Hasta que la ausencia de Lina se le hace un vacío demasiado penoso y entonces canjea su rancho por un burro y una carreta para cargar los ataúdes de sus padres y salir detrás de ella.
La palabra “quebrada” define una hondonada entre montañas y así se quiebra la novela, en dos partes. La primera cuenta los viajes a pura intemperie de Lina y Relicario, Lina detrás del río y él detrás de ella. Se alternan capítulos cortos, narrados por ellos mismos. Conmueve el deseo porfiado de Lina de alcanzar lo desconocido, y entregarse, a todo o nada, a lo que el viaje le traiga. La segunda parte es narrada por un personaje nuevo que recién al final conocemos quién es, y cuenta sobre el Tala, que un día llegó a la llanura y se dedicó a la carpintería. La llanura, lo opuesto a la quebrada, recibe agua que permite vida y entonces trabajo. Su contracara son las lluvias torrenciales, crecidas que anegan y enloquecen. Acaso para Lina dar con su hijo sea un incentivo tan vital como el mar, una ambición remota y desconocida, pero poderosísima como fuerza impulsora.
La historia de Quebrada, en la que el desborde llega como algo inevitable, es la precuela de Como si existiese el perdón, (2016) la anterior novela de Travacio, en la que la violencia era algo existencial. La segunda parte de Quebrada nos regresa a aquel escenario gauchesco-westerniano desolado, sin ley, justicia ni perdón; puro polvo y viento y en el que la lluvia trae la locura a un mundo de hombres en el que un malentendido desata una cadena de venganzas. Ahí llega Lina, en busca de trabajo antes de seguir al mar.
Quebrada es una novela más compleja que Como si existiese el perdón en su aspecto técnico, está narrada por tres voces en vez de una, y exige mayor participación del lector para componer el puzle de sucesos y personajes que se abren en varias direcciones fragmentarias. La muerte acecha, como todo final humano, pero la vida resiste, como Lina, por más de que, y también como todos, ella esté a la deriva.
El mayor logro de la novela es el lenguaje, preciso y poético, amalgamado con el paisaje. Las frases fluyen con una cadencia hipnótica pero inclemente; quebradizas, con silencios aún más escabrosos. Parecen decir que si el destino es algo sinsentido y fatal, también tiene un alto componente de error y de absurdo. Dan cuenta de un mundo atemporal, con personajes rotos salvo Lina, que tiene una fortaleza extraordinaria. “Esta tierra será poca cosa pero acá somos quienes somos“, dice Relicario, “hay que tener ganas de abandonarlo todo por un destino que no se conoce”. Y Lina las tiene.
11 de enero, 2023
Quebrada
Mariana Travacio
Tusquets, 2022
178 págs.