Rapsodia promete contar una historia, la que indica precisamente su subtítulo: Romance de suiciudad y una chica. Y desde el subtítulo, el autor Marcelo Zabaloy –conocido por sus traducciones de James Joyce– revelará los procedimientos de los que echará mano: diásporas y parodias.
En verdad, en este libro (de trama imposible de narrar o resumir) estas dos palabras están elevadas a procedimientos de lectura y escritura. Zabaloy, podemos decir, propone algo así como la dispersión de un modelo, puesto que todo, todo, se dispersa; propone, al mismo tiempo, un conjunto de lenguas exiliadas, exiliadas entre sí. En Rapsodia hay injertos de todo tipo: injertos en francés y en inglés; hay un coloquial "idioma de los argentinos", y hay chistes, chistes cuya referencia es puramente lingüística. Y entre los injertos de esas lenguas, los coloquialismos, las digresiones, la materia apabullante de la lengua, hay, borroneadas en la "trama" de Rapsodia, un encuentro amoroso y la re-creación de una ciudad: Bahía Blanca.
El asunto comienza en esa ciudad con una lluvia que semeja Macondo sino fuera que el bustrofedon del método nos evoca más a Cabrera Infante. Y, hasta la lluvia es tomada por la palabra: “…era raro que en Bahía Blanca yo viese”.
Un verso de George Perec en las primeras páginas de la novela revela que el autor marchará, avanzará, enmascarado por ella. En ánimo contradictorio, Zabaloy sostiene que los hechos relatados no guardan ninguna relación con personas reales y que, a la inversa, los nombres mencionados son verdaderos y que cualquier semejanza con personajes no puede ser menos que intencionales. Paradojas humorísticas a las que Zabaloy nos tiene acostumbrados, a pesar de no estar acostumbrados, en nuestra literatura, a un libro como este. Nuestra literatura puede ser dada a la lengua del humor, mas no al humor de la lengua. Cortázar, que también era afecto al humor, logró con la ruptura de Rayuela la inversión de la lectura. Zabaloy se propone a su manera contar y descontar la historia. Quiero decir, avanza por la inversión.
Uno de los epígrafes nos anuncia que esta es la historia es contada por un idiota lleno de sonido y de furia sin significación ninguna. Me gusta que esté contada por una lengua llena de sonido y de furia, con la idiocia que toma a veces la misma lengua. Así, en Rapsodia hay torpezas, inversiones y trastoques, todo embebido de lenguaje. Beckett es: "Ebecett", Ionesco es: "Oinesco"; la lengua huele y a veces se emborracha y marea. Como decía Zelarayan, gran traductor y poeta, todo lo que esta quieto se pinta, acá todo lo que está escrito, en cualquier cartel, en una pared, se lee. Pero puede estar escrito en chino japonés, o ruso.
Entre Cómico de la lengua y Piel de Caballo esta Rapsodia no es la reunión de los fragmentos literarios a los que se refiere paródicamente si no que está armada desarmadamente por la dispersión de trozos literarios. Propios y ajenos, si es que en literatura existe la propiedad privada del lenguaje. Zabaloy cita la célebre frase de Dante Panzeri: "El fútbol, dinámica de lo impensado". Este libro está atravesado por "lo pensado de la lengua", quiero decir, se expone como tomado por lo impensado de la lengua. Lo que se debate en Rapsodia no es ninguna polémica, sino aquello que se inscribe en las tensiones de un escritor debatido entre lenguas. No debe ser sencillo escribir entre lenguas para alguien que se arriesgó a traducir Ulises y Finnegans Wake.
Zabaloy ejecuta con gracia algo que escasea en nuestra literatura: ser agraciado por el humor. Y si recuerdo El carapálida,un libro de Luis Chitarroni próximo a Queneau, no es vano: allí también los juegos de la lengua hacen reír, aunque sea ella en realidad la que ría de nosotros.
7 de diciembre, 2022
Rapsodia
Marcelo Zabaloy
El cuenco de plata, 2022
384 págs.