Olivier Marchon practica el siempre renovado arte de la curiosidad. El físico y documentalista francés es un sabueso de anécdotas, datos y sucesos, un coleccionista nato cuyo saber no está reñido con su veta de divulgador. En 30 de febrero rastrea las fluctuaciones que ha tenido la medición del tiempo a lo largo de la historia y los inconvenientes concretos que ello trajo aparejado para la organización de la vida cotidiana. En el reciente Rarezas geográficas, también editado por Godot, el tema es el que reza su título. Un trayecto por treinta lugares con cinco paradas (territorios enclavados, simbólicos, en disputa, especiales y utópicos) ilustra la cualidad difusa de las fronteras.
Que el mapa no es el territorio es algo que sabemos desde antes de Borges. Pero ese divorcio entre la representación y su objeto es una cuestión menor si se considera el embrollo burocrático que debe causar la existencia de un país enclavado en dos territorios, o una nación, cual mamushka, que albergue a otra en su interior. Es la anomalía, sugiere Marchon, lo que más nos dice sobre los lugares. Aunque el tiro salga por la culata, la anomalía no está al servicio de la excentricidad, sino a unos fines más bien pragmáticos. Ejemplo de ello es la suite de un hotel londinense que adquirió el estatus de territorio yugoslavo por un día cuando acogió a un príncipe en el exilio. "Pura acrobacia jurídica", escribe Marchon, "que puede llevar a pensar que todo reparto del mundo no es sino ilusión y artificio ─en todos los casos algo muy provisional─ y, desde luego, totalmente discutible". Efectivamente, la delimitación de las naciones es arbitraria, discutible y lábil, sobre todo cuando leemos que uno podría pasar de un país a otro sin tener que viajar. La isla de la Conferencia, por caos, durante un periodo que va del 1 de febrero y al 31 de julio se encuentra bajo control de Francia, mientras que el resto del año está bajo control español.
Hay territorios que pasan de mano por descuido, islas que de pronto desaparecen, reclamos por el pico de una montaña. Si bien generalmente las disputas territoriales giran alrededor de la apropiación, Egipto y Sudán pueden darse el lujo de participar en un caso excepcional. Cada uno le endosa al vecino una zona desértica que ninguno reclama para sí. Las anécdotas ganan cuerpo cuando la singularidad permite ahondar en la historia y sus protagonistas. Eso muchas veces implica trazar un recorrido de largos periodos de tiempo, cosa que Marchon logra comprimiendo los hechos con soltura y sentido del relato. Cada cual podrá atesorar el capítulo que le plazca. Menciono dos. "Una tierra veget-ariana", cuenta el intento de construir una comunidad protonazi en el Paraguay, mientras que "El Reino del guano y de los libros", hace lo propio respecto a un territorio literario.
El libro de Marchon puede leerse como una guía turística de singularidades geográficas, pero, oculta entre sus pliegues y su tono ameno, hay una cartografía del poder, una mirada engañosamente cándida que se detiene en lo aparentemente distinto para sacudir los cimientos de aquello que damos por sentado.
9 de junio, 2021
Rarezas geográficas
Olivier Marchon
Traducción de Aníbal Díaz Gallinal
Godot, 2021
160 págs.