Ante las discusiones suscitadas por la difusión de las bases del Concurso de Letras 2020 del Fondo Nacional de las Artes, que acotan la selección de obras a los géneros Ciencia Ficción, Fantástico y Terror, El Diletante convocó a Elsa Drucaroff y a Eric Schierloh para que, en sendos artículos, aporten argumentos que permitan complejizar el debate.
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Junto con la pandemia aparecieron en el campo cultural una serie de discusiones bien puntuales: la libre circulación de textos electrónicos en una biblioteca de un grupo de Facebook cuestionada por los autores de algunos de esos textos; el dumping de uno de los grupos multinacionales de la publicación de libros aprovechando el revuelo del conflicto anterior; la tienda de venta directa que el otro de los grupos abrió en la mayor plataforma de comercio electrónico nacional; y ahora el concurso de Letras del FNA. Antes de abordarlo habría que decir que hay un conflicto anterior, de más larga data y que en cierta forma los atraviesa a todos: el de la escritura como trabajo y el escritor como "trabajador de la palabra", y además como trabajador "precarizado" por la industria editorial; es como si cierta escritura (ciertas escrituras) estuvieran siendo pensadas más bien como un tipo de vínculo contractual en relación de dependencia, algo muy apropiado para escribir un guión o producir una investigación periodística, digamos, pero no para escribir y publicar una novela o un libro de poesía, sin dudas. Otro conflicto previo y también transversal tiene que ver con el actual proyecto de ley para la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino: considera "libro argentino" (el objeto de sus políticas y beneficios impositivos) a todo libro que tenga ISBN argentino (una "entidad" que puede concretarse muy fácilmente desde cualquier oficina europea), independientemente de si el texto de ese libro se tradujo, corrigió, maquetó, editó y, muy especialmente, si se imprimió en talleres gráficos del territorio nacional, algo llamativo (muy llamativo) si se tiene en cuenta que, como me dicen, el proyecto de ley es de "promoción industrial". Pero vayamos al asunto de este artículo: el último Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes.
Algunos entendimos hace unas semanas que las bases del concurso planteaban ciertos problemas en tanto política cultural de Estado. Con ánimo de que las bases fueran revisadas, circuló una carta que firmamos más de 450 personas. Finalmente, hace unos pocos días, el concurso entró en vigencia sin ninguna modificación (se anunció, eso sí, que el de este año sería un concurso excepcional y que el año próximo se volvería al concurso tradicional). Analicemos, de todos modos, algunos de esos problemas:
El último Concurso de Letras del FNA implica un recorte sustancial en el monto total de los premios a adjudicar: de 920.000 pesos en 2019 pasó a 960.000 pesos para este año. (La variación interanual nacional del IPC es del 40%).
Implica además un recorte en la contratación de personal: de los 12 jurados históricos (3 por cada género "formal" de poesía, cuento, novela y no ficción) se pasa ahora a 5 "especialistas".
El último Concurso de Letras del FNA resulta menos "inclusivo" en el sentido más llano de la expresión: la cantidad de aspirantes a participar (descontando que se ajusten a las bases). Hasta el año pasado primaba un recorte duro, digamos, ordenado en base a géneros formales (poesía, cuento, novela y no ficción) y ninguno respecto al género temático o subgénero (me consta personalmente que en varias ocasiones hubo textos premiados de muy diversas estéticas, o incluso subgéneros). Este año, sin embargo, las bases dicen "escritores e ilustradores argentinos y extranjeros que residan en el país podrán presentar sus obras inéditas en formato: Novela, Libro de Cuentos, Ensayo, Libro de Poesía, Novela Gráfica" (bien por la inclusión de un nuevo género formal; se me ocurre otro que aguarda su turno: la dramaturgia) y "en los géneros Ciencia Ficción, Fantástico y Terror". Evidentemente, la puerta de la variedad temática era más amplia antes, ya que podían presentarse toda clase de textos, por caso, novelas de ciencia ficción, fantástico y terror y, digamos, naturalismo, policiales, "realistas" o cualquier otra cosa (sobre todo éstas, ¿no?). Puede que este año participen autores que antes se sofrenaban autoconsiderando "menor" alguno de los géneros que practican y que ahora se alienta a presentar, lo que no quita sin embargo que vayan a estar entrando por la puerta más angosta de una convocatoria menguada. ¿Por qué no mantener el concurso habitual y gestionar uno paralelo dedicado a los subgéneros propuestos? Esto, que sí sería mayor amplitud e "inclusión", quizás pueda explicarse con los recortes que mencioné al comienzo.
Las bases del último Concurso de Letras del FNA dejan un espacio insignificante para la participación con libros de poesía. La ciencia ficción, el fantástico y el terror, subgéneros (preponderantemente) narrativos bastante habituales, premiados y bien asimilados por el mercado editorial global son, en el mejor de los casos, excepciones pintorescas dentro de la poesía. Es cierto que toda poesía puede entenderse como "fantástica" en tanto delira el lenguaje, o hace delirar las sinapsis a causa de las esporas de sentidos múltiples que hiperventilan nuestro aparato sintético-cognitivo, pero esto no conduce a ningún lado (provisoriamente) porque del mismo modo podría decirse que es, y por esa misma razón, profundamente "realista". En cuanto al ensayo, me da la impresión de que con las actuales bases también queda relegado, aunque se me ocurre que alguien como Mark Fisher, por ejemplo, podría catalogarse como ensayista pulp de ciberpunk político en un sentido amplio, más allá de que eso incomodaría a casi nadie (porque le importaría a casi nadie).
Respecto a la segmentación regional con "el fin de promover la diversidad cultural y la participación federal", demuestra una preocupación admirable por parte del organismo, aunque no deja de proponer un federalismo tan imperfecto o accidentado, por así decir, como el de años anteriores. Tiene en cuenta el lugar de residencia y no el de procedencia de los autores, por ejemplo. A raíz de esto se podría pensar cómo y de qué forma un tipo de texto, escritura y cuerpo se relacionan con un lugar geográfico "propio", con una lengua más o menos marcada regionalmente o con un nuevo espacio "habitado" por razones muy diversas (la migración, entre ellas; por cierto: ¿por qué un autor argentino que vive en "el exterior" no puede participar de las políticas culturales del organismo?), y la atención especial de cuál o cuáles de estos aspectos, o de otros, asegurarían un federalismo mejor. ¿Debería, por ejemplo, aplicarse a las personas que integran el jurado el mismo criterio "federal" que se espera de los concursantes? Quizás.
Lo que es seguro es que si las bases del último Concurso de Letras del FNA armaron tanto revuelo es porque se trata de un concurso esperado año tras año por cientos de autores de todo el país, que tiene cierto prestigio, cierta transparencia también (o en todo caso toda la que puede aspirar a tener un concurso de este tipo frente a los concursos-propaganda cada vez más evidentes de los sellos editoriales de los grupos multinacionales de la publicación de libros) y un modesto atractivo pecuniario. Razones todas estas, creo yo, para que los altos funcionarios del organismo consideren hacer visible cualquier recorte presupuestario o disminución en el alcance de las políticas culturales del organismo. Explicarlos, intentar justificarlos y demostrar que las alternativas no se encontraron, o que fue imposible instrumentarlas. Desarrollar políticas culturales "inclusivas", así como buscar incrementar su número, cuantía y alcances, no debería ser negociable.
En cuanto a la "victimización" de géneros, ya sean los alentados a presentar al concurso como el de la directora del área de Letras (y de la presidenta) del organismo, es una salida cómoda. Tanto la carta que circuló como buena parte de las notas que leí (neguémosle relevancia a los insultos y las descalificaciones personales de los haters de las redes sociales) eran contra políticas culturales que se consideraban equivocadas, no contra mujeres en cargos de gestión. Hablar de los géneros de ciencia ficción, fantástico y terror como "relegados" o "plebeyos" (!) en Argentina (y el mundo, pero especialmente en Argentina) implica dejar de lado la larga tradición de revistas, editoriales, autores (varios de ellos canónicos), textos y libros que los conforman, o sea, un error. Bastante parecido, por cierto, al de creer que unos géneros temáticos son más cercanos a una "literatura de imaginación", o que están más en "sintonía" con un momento excepcional como el que atravesamos.
Cuando las aguas de esta discusión bajen (ya lo están haciendo) quizás podamos seguir en tema (FNA) para repensar el funcionamiento de ciertas políticas culturales de un organismo de prestigio, relevancia y peso cultural nacional cuya autarquía nos cuesta a los argentinos, sin embargo, la vergüenza de ser uno de los muy pocos países en todo el mundo que no tienen dominio público (stricto sensu) en lo que respecta a las creaciones artísticas universales (incluidas las nacionales), o bien que lo tiene por completo desnaturalizado bajo el nombre de "dominio público pagante" y el muy poco imaginativo slogan de "un ciclo virtuoso en el que las obras de los artistas de ayer financian a los de hoy". Se trata, por cierto, de un problema regional, pues la mitad de esos muy pocos países en todo el mundo sin dominio público real son Paraguay y Bolivia (donde en la práctica no se aplica), Uruguay y Argentina. Brasil y Costa Rica lo derogaron en 1983, Chile en 1992, México en 1994...
PS: habrá quien diga, tal vez, que después de todo las bases de los concursos son apenas para organizar la participación, no así el envío efectivo de un archivo a una plataforma online. Quizás este año, ya sea en señal de protesta, sabotaje o cualquier otra cosa, la participación sea desbordante y los jurados de preselección vayan a tener mucho trabajo y, sí, quizás algunas dudas.
5 de agosto, 2020
*Eric Schierloh (La Plata, 1981) es escritor y editor de Barba de Abejas.
Crédito de fotografía: Rocío Fuhr, 2019