Entre las tendencias de la literatura argentina contemporánea, en el género novela, podría trazarse una serie que apela en sus núcleos narrativos al movimiento del protagonista, que se traslada del espacio urbano –la gran ciudad– a un escenario natural, es decir, que plantea una huida de la civilización a un ambiente en el que el hombre –o la mujer, según el caso– deberá enfrentar, además de sus propios conflictos y a su mundo interior, los desafíos que le lanzan esas fuerzas superiores e ingobernables para el individuo aislado. No se trata precisamente de la conocida y explorada “literatura de viajes” porque antes de en el recorrido, la exploración y los descubrimientos, el foco se concentra en la psicología de quien emprende ese alejamiento voluntario de la sociedad y la liberación de las ataduras impuestas por ella.
Ese retiro puede convertirse en definitivo, marcar la ruptura irreversible del personaje con el orden social, como sucede en el clásico La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, uno de los pioneros vernáculos; o bien derivar en un inesperado hallazgo de una extraña comunidad al margen de lo conocido, como en Toda la felicidad de la que somos capaces, de Nicolás Hochman; o simplemente funcionar como un terapéutico paréntesis durante el cual el personaje atraviesa un duelo, se reinicia o se reconfigura para seguir adelante, como es el caso de Los llanos, de Federico Falco.
En su primera novela, Regreso a las flores, publicada en el año 2023 por la editorial Enero, Lucio Vellucci propone, desde el comienzo, un pacto de lectura que nos invita a aceptar que nos asomaremos, en tiempo real, al work in progress de la escritura de un diario –uno muy particular, por cierto, ya que no incluirá la explicitación de las fechas, de los días en los cuales ese “yo” va escribiendo los avatares de su fuga de la urbe y el encierro en la naturaleza– que cobra forma con variados y heterogéneos objetivos. Mientras la redacción avanza –en una máquina de escribir, junto a una pila de papel que se va consumiendo–, ese “yo” nos prepara para conocer una confesión que desglosa a cuentagotas la historia de un triángulo amoroso. Durante esa rutina escrituraria que se impone, recibe las visitas del fantasma del tercero en discordia, Pablo; le reprocha a la mujer que lo introdujo en esa relación destructiva –el “vos” a quien se destina e interpela esta novela-diario–, la crueldad, el sadismo y el abandono; y debe enfrentar, paralelamente, la crecida del río, la inundación, las privaciones y la soledad, atrapado en la precaria cabaña que heredó de su oscuro abuelo.
La dispersión del narrador yuxtapone y desarrolla, con sugestivos silencios y hiatos que funcionan como “fueras de campo”, la compleja relación, sostenida sobre botellas de whisky y partidas de ajedrez, que él establece con Pablo; la turbia historia del abuelo proxeneta y colaborador de la dictadura; la amistad y los cuidados a su compañero, Perro; y la confianza, no desprovista de pasajes reflexivos, en el poder de la escritura que pasa a ocupar un lugar de privilegio en Regreso a las flores: “Escribir, contarlo todo, es la única forma de resistir en el encierro. Al menos, soportar un poco más, hasta que pueda vaciarme por completo para que el cadáver que yo deje no cargue con el peso de no haber dicho suficiente”.
De esta forma, el narrador explora la escritura como una actividad introspectiva que pretende encontrarle un orden y darle un sentido, quizás comprender, esas dos historias centrales que, a pesar de ser autónomas, independientes una de otra, tienen como punto de contacto y convergencia a ese “yo” que se va configurando, adquiriendo consistencia y espesor, con el correr de las frases y las páginas. Al impulso narrativo, a la progresión del relato, Vellucci, a través de su narrador, por cierto, lo refrena explorando su vena lírica, su inclinación poética que, en cada entrada, parágrafo o capítulo, se concreta en frases y periodos de esforzada hechura y con un logrado tono elegíaco: “Un misterio fugitivo, que se muestra ahí, tan cerca e inalcanzable, que nos deja con la boca abierta, cada vez más desamparados en la nocturnidad que nos devora. Siempre habrá otro crepuscular instante que nos fascine, y mañana podré buscarlo nuevamente, sentado en el mismo lugar. Pero no será el mismo”.
Por otra parte, con plena consciencia, Vellucci renuncia a las rigurosas exigencias de la verosimilitud realista y adscribe, por certeza o por las exigencias de la trama, a la creencia que la escritura puede continuar hasta el borde la muerte, que el hombre moribundo puede seguir contando o escribiendo mientras la locura, la inanición, las aguas que anegan el Delta y el dolor de la culpa o del despecho, lo van devorando: “¿Por qué sigo escribiendo, con el hambre metido (sic) en los huesos, con el alma harapienta y frágil, estas palabras inútiles?”. En cualquier caso, el heroísmo y el coraje de este “yo”, que lucha contra los recuerdos y la fatalidad de las traiciones; que enfrenta ese aislamiento absoluto sometido a los caprichos de la naturaleza, pueden resultarnos conmovedores al punto de dejarnos arrastrar por el fluir de esa escritura que nos lleva, de regreso a las flores.
4 de septiembre, 2024
Regreso a las flores
Lucio Vellucci
Enero Editorial, 2023
134 págs.