El paso del tiempo no desfigura la memoria, sino que espera que pequeños destellos la vuelvan a resurgir. Como una especie de tropezón; la caída, el golpe, todo puesto en la inesperada casualidad. En estos Relatos de Deborah Eisenberg, las y los personajes de golpe se topan con el pasado, que es el puntapié inicial para que la escritora desarrolle una serie de peripecias que, lejos de las grandes épicas (muy por el contrario), parecieran ser las manifestaciones de una idea acabada o, en todo caso, el último paso para que el descubrimiento sea un hecho. Porque estas personas, arrastradas a recuerdos que siguen vivos –demasiado para algunas–, descubren y se llevan algo: una revelación, un nuevo estado de ánimo; algunas rompen cadenas, otras crean las herramientas para romperlas.
En este segundo libro de Eisenberg que se publica en Argentina (nuevamente por Chai Editora y con traducción de Federico Falco), es interesante observar el manejo de la estructura que crece en cada ficción, como una figura geométrica que refina sus líneas, para terminar en una forma sin fisuras. Porque la prosa de la escritora norteamericana no tiene ninguna. La mayoría de estos cuentos fueron publicados en The New Yorker. Partiendo de esa información se entiende que el lugar central de estos relatos, por lo general, sea en Nueva York. Sin embargo, la relación con la ciudad es de ida y vuelta, de personas que van y vuelven. Por otro lado, es curioso cómo estos seis relatos no parecen serlos. Es decir, podrían tratarse de pequeñas novelas. Ya no solo se trata de la historia de una/un personaje, de un efecto, de las circunstancias de un contexto: es el estado puro del intercambio cotidiano. De allí las numerosas personas que entran y salen (apariciones breves, fugaces, pero que dotan de sentido a ese próximo descubrimiento), los lugares y el viaje (la constancia de los cambios de escenarios, con la ciudad de Nueva York como referencia, para que cobre efecto la transformación), los distintos pensamientos, esas reflexiones que solo son posibles gracias al transcurrir del tiempo y, por supuesto, en el interactuar cotidiano de la existencia.
La casualidad, para Deborah Eisenberg, es un elemento narrativo. Es un disparador, una serie de acciones que llevan a que sus personajes no solo reflexionen (poner en trabajo a la memoria, visualizar recuerdos), sino también den cuenta de un nuevo estado emocional. No la melancolía, ni la tristeza (que están presentes), más bien la esperanzadora sensación por vivir algo nuevo. En el caso del primer relato lo es cuando una mujer tras observar casualmente cómo dos chicas discuten, recuerda que alguna vez fue así –“Yo también me había forzado por adherir a los escurridizos requerimientos de unas autoridades demasiados distantes”–; en otro relato sucede cuando una amante, tras una conversación casual que entabla con un carnicero, apoyada sobre el pecho del que pensaba era su hombre, no siente recelo de que pronto lo olvidará; en los dos últimos cuentos que compila esta colección, le pasa a una adolescente que a partir de la inesperada muerte de la madre, conoce la verdad de su progenitor; finalmente, cuando un encabronado cincuentón, luego de una reunión familiar que aparenta ser como las anteriores (densas, tediosas, obligatorias), casualmente conoce a la sobrina más pequeña y por fin entiende el porqué de su condición de gruñón infeliz.
Si existe alguna clave para entender las transformaciones que por alguna razón efectuamos, es decir, esos cambios de perspectiva que nos convierten en otras personas, para la escriora norteamericana la respuesta está en la decodificación de esas casualidades misteriosas, a partir de personajes que que alguna vez se sintieron absurdos, incomprendidos, vacíos y que, afortunadamente, ya no lo son tanto.
13 de abril, 2022
Relatos
Deborah Eisenberg
Traducción de Federico Falco
Chai, 2022
208 págs.