Obligada por las restricciones de una lengua no compartida, la literatura brasilera aprendió rápido a expandirse hacia adentro y descubrir territorios en la reconversión de tradiciones, la descarga popular, la búsqueda de nuevas sonoridades a través del humor, las particularidades de la negritud y los ecos robados a una música siempre vibrante, tan autóctona como repartida en estratos que encontraron su supervivencia en la comunicación desprejuiciada. Algo de eso dijo Aira en un ensayo de los ochenta: “A la autonomía de la rigidez hispánica de nuestros países, Brasil opone una retórica, de raíces literarias, basada en transformaciones, maleable, mestiza, con sutilezas imperiales, africanas, orientales, cortesanas, indígenas y europeas”. Además de espesar los motes estereotípicos –la lira cimbreante y tornasolada, la alegría carnavalesca como remedio contra y justificación de la saudade–, el resultado impulsó una idea de nación que ya se venía patrocinando en otros ámbitos, y a la que la literatura y las demás artes dieron una voz definitiva.
Reunidos ahora en un mismo paquete –que no volumen: la editorial mexicana Alias las publicó como ejemplares independientes, con la sumatoria de un ensayo, a cargo del traductor Rafael Toriz, que titula y enlaza el conjunto–, dos de los poemarios esenciales de esa época fundacional recalan a la par en lengua española. En la década del veinte del siglo pasado, Brasil estaba creciendo y modelándose, corriendo para empatar la imagen que una élite de políticos, empresarios y pensadores tenía del país en ciernes. Sobre el valor intrínseco de esa imagen vertiginosa escribieron y dibujaron con igual velocidad Mário de Andrade, Oswald de Andrade y los otros modernistas que completaban el Grupo de los Cinco: Menotti del Piccia, Tarsila do Amaral y Anita Malfatti. A quiénes preservaba el nuevo gigante, a quiénes dejaba afuera, cuáles eran sus virtudes y cuáles sus injusticias, fueron preguntas que Paulicea desquiciada y Pau Brasil respondieron con explosiones erráticas de denuncia y celebración, surgidas de individualidades que se sabían inmersas en un proceso mucho más grande, al que ya no se podía detener.
En 1922, año de publicación de Paulicea desquiciada, Mário de Andrade todavía no era el autor de Macunaíma, la novela rapsódica con la que terminaría de cimentar una mirada occidentalizada sobre los muchos folclores de su tierra, pero sí había indicios. En ambos libros se comprueba, después de todo, un esfuerzo intelectual para dar con una forma nueva, más viva y salvaje, que permitiera tamizar los mitos amerindios, la potencia de las nuevas ciudades y todo lo que se encendía en el choque de elementos. La introducción a los poemas, denominada jocosamente “Prefacio interesantísimo”, persigue una gracia ambigua –“es muy difícil saber en esta prosa dónde termina la broma y dónde comienza la seriedad”– y sistematiza el orden característico de las vanguardias: antes de soltar las riendas, se indica el procedimiento, el cómo y el porqué de la operación rupturista. El “cabaret rítmico” de Paulicea desvariada, sus indagaciones de la oralidad y los nexos entre cantinela y retórica patentan el tipo de experimento que Mário llevaría adelante a lo largo de su obra posterior. En sus palabras: “Libertad. No abuso: me sirvo de ella”. Su musa es San Pablo, la urbe naciente y contradictoria, cruza de innovaciones y de fábulas, que lo empuja a cantar como un “tupí tañendo un laúd” versos colmados de estridencia.
¡Cuídate! Bajo los aplausos del efusivo clown,
Heroico sucesor de la raza heril de los
bandeirantes,
pasa gallardo un hijo de inmigrante,
¡rubiamente domando un automotor!
En contraposición, Oswald de Andrade ofrece en Pau Brasil (1925) una poesía más visceral y fibrosa. Hay melodía a partir de la repetición: “Bárbaros, pintorescos y crédulos. Pau-Brasil. La floresta y la escuela. La cocina, la minería y la danza. La vegetación: Pau-Brasil”. Hay neologismos, formas bastardas que no aceptan la corrección porque corregir sería, justamente, el verdadero acto de impureza.
Para decir maíz dicen mai
Para mejor dicen mejol
Para decir peor pior
Para decir teja dicen tea
Para tejado dicen teado
Y van haciendo tejados
Hay furia en la voz de Oswald, una furia no necesariamente contenida, necesitada de imponer una sentencia: si tiene que haber mixtura, que la haya, pero que nunca se pase por alto qué estuvo antes, qué vino después. La tierra sostiene las ciudades y las precede; su violencia, intrínseca a todos los hombres, los ancestrales y los arribados, mora en la acción de asimilar, comer, tragarse lo que llega y se encima. “Pero no fueron cruzados los que vinieron. Fueron fugitivos de una civilización que estamos devorando, porque somos fuertes y vengativos como el Jabuti”, reza el Manifiesto Antropófago que Oswald redactó en 1928, que do Amaral ilustró con su famoso Abaporu y que la edición de Alias también incluye. La radicalidad anidaría, entonces, ya no en la certeza del cambio, sino en la duda de quién cambió a quién, cuál es la silueta que se recorta contra el fondo de rascacielos, qué es lo que pulsa bajo el asfalto. De esos enigmas está hecho el país de los Andrade, como revela Oswald en un verso tan parco como misterioso:
Allá afuera la luz de luna sigue
Y el tren divide al Brasil
Como un meridiano
23 de agosto, 2023
Resaca tropical
Mário de Andrade & Oswald de Andrade
Traducción de Rafael Toriz
Alias, 2022
298 págs.