En las ficciones de Mariano Quirós (Resistencia, 1979) la geografía no actúa solo como escenario, telón de fondo, o simple marco espacial donde ubicar sus historias, sino que el territorio, definido y reconocible, interviene en el relato como una especie de metáfora velada y tangencial, que carga de significado los hechos, pero con el peso y la presencia de lo indiferente, de lo que está antes y después de lo que sucede. Río Negro, su reciente novela, no es una excepción.
En este caso, ese elemento indiferente es un río. El Río Negro, que pasa por los fondos de una casa, cruza una ciudad y atraviesa el relato de un escritor de mediana edad que está en ese punto de tensión que significa ser padre e hijo al mismo tiempo, como un puente tendido entre dos orillas. Por un lado, su padre, un hombre que cree que el trabajo y el esfuerzo físico son una misma cosa y para quien trabajar en una compañía de seguros es una forma refinada de estafa; y por el otro, el hijo, que en su cumpleaños número dieciocho, anuncia que quiere ser escritor.
Aquí, el tópico del mandato se presenta de una forma alternativa, no ya desde la negación del "heredero" a tomar la posta, sino que lo hace desde la aceptación, pero con un gesto liviano y de forma casi desapasionada. Esto se evidencia cuando, consultado el joven por este repentino deseo, confiesa que en realidad está en la duda de dedicarse a escribir, o estudiar turismo o diseño gráfico.
El diálogo o la comunicación entre estos eslabones generacionales parece pertenecer a la categoría de lo imposible. El protagonista encuentra en su padre un hombre que no responde y ante el cual desarrolla un monólogo catártico, algo más cercano a la confesión ante un Dios tan indiferente como un río y del que ya no espera nada; y en su hijo, encuentra monosílabos y sonidos vacíos de significado aparente, suerte de onomatopeya generacional que lo expulsa, de igual modo que la relación endogámica entre este hijo y su esposa, que lo asquea con cada gesto de ese hijo que se comporta como un niño pequeño y que busca y encuentra el reparo desmedido de la madre.
La ausencia de su esposa durante una semana debido a un viaje de trabajo expondrá de lleno a padre e hijo a una relación distante, casi de extraños íntimos. Esta situación será para el protagonista la oportunidad de acercarse y compartir cosas de hombres, y comprobar que los elementos que definen el concepto social de masculinidad, generacionalmente, suelen parecer incompatibles.
Una relación donde reina la carencia. Un mundo de hombres donde la ley parece estar dada por las mujeres, desde la esposa del protagonista que al partir les habla como si dejara a dos niños solos, pasando por Mariel, amiga de su hijo que expresa la maduración ausente en el joven, hasta Irma, la señora que limpia y es el elemento que parece establecer un principio de orden espacio-temporal a partir la simple rutina de su trabajo.
Observando todo desde un cinismo perfumado de marihuana, el protagonista no logra entender la constante apatía de su hijo, ni la relación de amistad con Mariel, por quien no manifiesta ninguna forma de deseo, cuando él, a esa edad, conoció a su esposa compartiendo filas en Montoneros, donde la acción y el deseo parecían una misma sustancia que los desbordaba, mientras que, ahora, su hijo no hace más que estar sentado frente a la computadora, dejando que el sedentarismo se le marque en el cuerpo. En este punto, donde el deseo del padre parece buscar imponerse al deseo del hijo y cumplir con un mandato, una imposición, que viene de antes y parece excederlos, lo perverso se hace presente.
Así, la novela se divide en dos partes claramente diferenciadas. Dos orillas. En una primera parte la historia transita la típica novela familiar del neurótico, las relaciones generacionales y sus imposibilidades. Mientras que en la segunda, la novela vira hacia un costado más ominoso, donde el protagonista recurrirá a los excesos (de alcohol, marihuana y antidepresivos) como puente generacional y desemboca en un desborde bestial y violento, llegando al punto de anular cualquier elemento de humanidad en los protagonistas.
Con una prosa cuidada y fluida, Quirós nos adentra de forma paulatina pero constante en un relato que se torna asfixiante, en el que dos hombres, padre e hijo, parecen haberse sumergido en un pozo del que buscarán salir cavando más y más profundo. Y si bien dos en un pozo están hundidos, lo cierto es que también están más cerca.
10 de marzo, 2021
Río Negro
Mariano Quirós
Tusquets, 2020
224 págs.