Hace un siglo, cuando Sherwood Anderson escribió Risa negra, los hombres, la sociedad, el país ya no eran los mismos: “¿No te das cuenta de que el mundo progresa? Claro que progresa. Mira las máquinas voladoras que tenemos y la radio. ¿No tuvimos una guerra genial? ¿No nos llevamos puestos a los alemanes?”. Las preguntas, la ironía, el descreimiento le pertenecen a Bruce Dudley, el protagonista de esta historia de 300 páginas que transita la incertidumbre y la búsqueda de algo que no sabe bien qué es a través del paisaje del midwest estadounidense de los años '20. Como dice Mike Wilson en la contratapa, “explora los abismos de la soledad, el deseo y el anhelo de encontrar sentido en una sociedad desencantada”. Y fue la novela elegida para la presentación en público de la editorial Palmeras Salvajes, con gran traducción de Márgara Averbach.
Anderson (1876-1941) fue presentado en Argentina con Winesburg, Ohio (1919; Eterna Cadencia, 2013), una novela con estructura fragmentada donde narra a través de distintos personajes las dificultades que trajo la transición de lo rural a lo fabril, de lo antiguo a la vida moderna en su estado natal. De ahí, la desorientación. En Risa negra ya se siente el sinsentido de lo nuevo, esa idea de progreso que promovía Estados Unidos, contra la que Anderson hacía preguntas a través de Bruce, quien por algunas características funciona como alter ego: “Si no podemos producir hombres honestos, ¿de qué otra manera llegaríamos a progresar aunque fuera un poco?”.
La novela gana en esos detalles que la anclan a una época sin perder actualidad cien años después. Entre varios, el consumo como sinónimo de felicidad, el daño de la posguerra, el lugar de la comunidad negra o las mujeres, junto a las lecturas frescas del Ulises de Joyce (de donde “roba” la narración desde los pensamientos) o el periódico como protagonista.
También los detalles de su vida, la de Anderson, que en 1912 abandonó su trabajo y su familia, se fue a Chicago para ser escritor y terminó siendo maestro de Faulkner y Hemingway. En Risa negra, a la inversa, Bruce abandona a su pareja –una mujer moderna, involucrada en los circuitos de escritores– y su trabajo como periodista en Chicago, y vuelve al pueblo de su infancia en Ohio para ser un obrero más. Ahí conoce a Sponge, un negro de vida sencilla que lo apadrina, quien será uno de los que reirá en silencio con las decisiones de su amigo.
Un día, a la salida del trabajo, Bruce ve a Aline en un auto. Ella, que también lo vio, espera a su marido, Fred, excombatiente y dueño de la fábrica. Ahí el quiebre: Aline, una esposa perfecta que vive sin que le falte nada, nada más que interés real en algo, pondrá un aviso en el diario en busca de jardinero esperando a Bruce y Bruce se presentará sabiendo que ese trabajo es para él, aunque no sepa nada de plantas. Y entonces, para nosotros como para Bruce, surgirá algo que dará sentido.
Narrada con una voz en movimiento, en capas, la novela cambia sus puntos de vista justo antes de empantanarse, ubicándose siempre desde el personaje perdido. Primero desde Bruce, luego desde Aline y el desenlace lo tendrá a Fred intentando, impotente, reír. Pero entonces, ¿qué son esas risas de fondo? De nuevo, la ironía de Anderson, la mirada sutil. Risa negra es una pregunta por la vida que deseamos, contra la respuesta de la vida que tenemos.
18 de diciembre, 2024
Risa negra
Sherwood Anderson
Traducción de Márgara Averbach
Palmeras salvajes, 2024
304 págs.