Los cuentos que integran Ropamuerta, el primer libro del artista plástico Omar Caíno, sorprenden con la novedad que en ocasiones regalan algunos anacronismos. Ajenos a las modas del momento (autoficciones, narrativas de los arrabales, derivas del terror y de lo zombie), sin estridencias juvenilistas, están trabajados con un rigor formal que bien podría llamarse clásico. Los veinte relatos que lo integran muestran una homogeneidad sorprendente. No solo por la presentación de una galería de personajes descentrados (mendigos, niños perversos, ancianos que coquetean con la locura, freaks de todo tipo) sino por una prosa sofisticada, morosa, que página a página va construyendo un estilo que pronto se vuelve reconocible. Un estilo seco y lírico a la vez, en el que se vislumbran los ecos lejanos de Kafka, de Felisberto Hernández, de Elvio Gandolfo.
Ropamuerta comparte con otros libros fundamentales de la literatura argentina contemporánea la presentación de un universo en el que los vínculos comunitarios están rotos. En cada uno de los veinte relatos desfilan personajes solitarios que apenas llegan a conocerse entre sí. Para cada uno de ellos el otro parece como un enigma a descifrar, incluso (o sobre todo) cuando se trata de miembros de la propia familia: “Esa mujer era sin dudas Ropamuerta (...) Yo no podía saber si era mi madre” (“Ropamuerta”), “Ese hombre de aquí es otra persona. No puede ser el abuelo. No lo reconozco” (“La cara de mi abuelo ¡Un nido de avispas!”). No es casual que buena parte de los protagonistas y narradores de los cuentos sean niños: estamos ante miradas tan sorprendidas como deseantes ante los misterios de un mundo atravesado por la sombra de lo ominoso.
Algunos pocos cuentos (“El hombre de goma”, “La silla bajo la luna”) pueden ser catalogados sin más como fantásticos. La mayoría, en cambio, aborda lo real desde una perspectiva enrarecida, a veces bajo una forma cercana al grotesco. Lo marginal es dominante, menos por la situación social de algunos de sus protagonistas que por el punto de vista que adoptan los relatos. Un punto de vista excéntrico, que parece explicitarse en “Desde la puerta”: “Para evitar ser echada a la calle por uno u otro motivo, tuve que aprender a mirar de soslayo, con el rabillo del ojo”. La de Caíno es una narrativa de la mirada, a veces vouyerista (“El lustrador”), muchas veces difusa (“La cara de mi abuelo ¡Un nido de avispas”), pero siempre indirecta y opacada.
En este sentido, en los mejores relatos de Ropamuerta la opacidad no se limita a lo temático sino que se configura en apuesta estética. Los personajes se esfuerzan por ver con mayor precisión aquello que se les presenta poco nítido, sea la vida de su madre (“Ropamuerta”), la joroba de un trabajador callejero (“El lustrador”), incluso el nombre propio (“El olvido de mi nombre delante del anticuario”). El deseo de ver, de conocer aquello que habita lo cotidiano pero que, seductor, permanece oculto, es el motor de peripecias que por momentos bordean lo absurdo. Lo real en estos cuentos se presenta de forma extrañada, casi fantasmal y el efecto es más perturbador en aquellos cuentos en donde lo fantástico no termina de estallar. En ellos lo cotidiano se presenta como algo tan extraño y ominoso que la amenaza de lo sobrenatural se vuelve superflua.
Salva alguna referencia específica en algún cuento, la mayoría de los relatos presentan una indeterminación temporal y espacial, rasgo que los acerca a las producciones de autores contemporáneos como Leonardo Sabbatella o Mirko Barreiro. Como ellos, Caíno parece haber optado por el camino del anacronismo deliberado. En las páginas del libro no hay huella alguna del imperio de lo digital, ni de consumos culturales actuales, ni de la coyuntura política inmediata. Relatos como “Polidoro y el protector”, incluso, parecen parábolas en las cuales lo simbolizado está borrado ¿Nuevo avatar de la autonomía ¿Literaria? ¿Un nuevo regreso de la negatividad estética? En todo caso, la escritura de Caíno parece darle la espalda a algunos de los territorios transitados por la cuentística argentina más mainstream: no hay rasgos de juvenilismo trasnochado, ni coqueteos con lo kitsch, ni apuestas al final sorprendente. Por el contrario, Ropamuerta construye una lengua literaria sofisticada, exigente, que hace del escribir una forma descentrada de ver el mundo.
17 de abril, 2024
Ropamuerta
Omar Caíno
Paradiso, 2024
144 págs.
Crédito de fotografía: Catalina Bartolomé