Puede sorprender quizás el uso de la palabra “santidad” para hablar de la obra de Bataille, aunque también puede ser quizás, por el contrario, la palabra requerida por una experiencia desplegada, exhibida y nunca concluida que estaría en el origen y en la persistencia de dicha obra. Después de todo, la suma principal de su escritura habrá sido bautizada como “ateología”, que es una exposición imposible de la experiencia mística sin dioses.
El libro de Surya, quien escribió hace algunas décadas la más notoria biografía de Bataille, titulada algo así como “la muerte en la obra” aunque también podría ser “la muerte actuando”, reúne una serie de ensayos más recientes en torno a cuestiones cruciales de su vida y de sus escritos: la negación de todo sentido de la historia, único verdadero ateísmo; las conjuras comunitarias del joven Bataille y sus desplazamientos de lo político a lo sagrado; la subsistencia del tema del pecado, que no deja de ser necesario para una teoría de la transgresión y para un método de escritura que buscará lo imposible de decir; las amistades, cuya misma franqueza tiende la trampa de una engañosa apariencia de unanimidad; y finalmente el silencio, la abjuración de todo argumento, la destrucción de la filosofía, lo que en términos de Surya sería “la idiotez de Bataille”.
Pero justamente esa imposibilidad de un pensamiento, esa rigurosa disolución de un sistema, que tienta al comentarista con los señuelos de una reconstrucción de conceptos, con la repetición de temas como si fuesen los vestigios de un sentido coherente que decidió suprimirse, sería la santidad y la idiotez de Bataille. Él es al mismo tiempo un ejemplo y un límite. Nadie puede seguir a un santo salvo para escribir su beatificación. Pero el límite que rodea, sin que lo sepan, a los múltiples seguidores de Bataille, sería su misma idiotez, incluso en un sentido vagamente etimológico. Él habla su propio idioma, su referencia es la unicidad incomunicable. En este sentido, el libro de Surya informa, e interesa y sugiere retornos, sobre muchos momentos de la vida, nunca separada de un absurdo y desmedido proyecto de escribirlo todo, y sobre sus relaciones con otros ámbitos, artísticos, literarios, incluso científicos. Cuando esos llamados de atención recaen en los fructíferos fracasos de Bataille para entender determinados fenómenos, Surya puede proseguir un nuevo proyecto filosófico, como el observatorio del fascismo, su sombra negra y europea de los años '30, que no es analizable por medios sociológicos o historiográficos, y que vuelve siempre, como un nudo no intrincado sino solidificado, hasta los asombrados filósofos del presente. O como en los cruces con el surrealismo, su combate y su recuperación por parte de Bataille, que habrá visto allí, con la ilusión del caso, una posibilidad de existencia para la poesía o para el arte, cuando en realidad solo se trataba de una confirmación de que no eran ya posibles. Del mismo modo, tampoco era posible el viejo y amigable pecado de la religión, excepto quizás en la poesía y en el arte.
Si bien Surya no deja de relacionar los ensayos y los diarios de Bataille con sus escritos por así decir literarios, esta posibilidad, donde lo único santo se insinúa en la agonía y en el goce de cuerpos que se describen porque son intocables, aparece menos en su libro. Como a todo interesado en la supervivencia de la filosofía, a Surya la poesía le sirve de límite y de alimento para un lenguaje siempre conceptual, siempre en pos de atestiguar lo que se piensa antes y después de cada frase. Por supuesto, la inmensa cantidad de páginas de Bataille dedicadas a reseñar teorías e investigaciones, o a explicar sus puntos de vista sobre elementos de la historia, de la antropología, del erotismo, le dan cierta razón, como a todos aquellos que buscan y encuentran en Bataille motivos para una filosofía asistemática. Sin embargo, dado que la santidad está en los relatos, en la experiencia de un encuentro inenarrable que es un cuento o una novelita de Bataille, se extraña en el libro esa posibilidad delirante, que solo podría surgir en un estilo, aunque para ello se necesitaría otro nombre único, no un biógrafo ni mucho menos un filósofo.
Quedan las sugerencias, todas las lecturas que pueden volver a hacerse en las miles de páginas, notas, cartas y anécdotas, y épocas y amistades, de un autor cuya misma idiotez, u obstinación, lo convierten en santo, el último que nació en el siglo del retiro de los dioses y del dios, en el final de todo sentido para las catástrofes concatenadas y para la sucesión de golpes ciegos que se llama vida en los años de un solo cuerpo nunca asegurado. Hablando del cuento en cierto sentido erótico, porque no había otra literatura para Bataille, ni otro arte que el de un erotismo capturado, que se titula justamente “Santa”, Surya puede anotar: “Nadie ha ido nunca más allá de donde tenía que ir para que se cumpliera la espantosa, la infernal revelación de que al final no hay nada”. Aunque justamente entonces habrá podido empezar la única afirmación de Bataille, esa que no se puede seguir: la práctica de la alegría ante la muerte.
Podría decirse también que la ausencia de toda reivindicación, la duda intermitente pero constante acerca de una sospechosa coherencia de Bataille, no es el menor de los méritos de este libro.
2 de agosto, 2023
Santidad de Bataille
Michel Surya
Traducción de Américo Cristófalo
Paradiso, 2023
240 págs.