Antes de expedir una vez más el certificado de muerte de la novela habría que recordar que en el acta de nacimiento está inscripto el germen de su disolución. No basta con citar a Blanchot o remitirse al nouveau roman o incluso al modernismo anglosajón: Don Quijote y luego el Tristram Shandy sellaron, en el albor de los tiempos, el ardid del género de estar siempre muriendo para garantizar así su propia supervivencia. Sartor Resartus, díscolo espécimen publicado por entregas entre 1833 y 1834, pertenece a esa estirpe.
La broma infinita que el propio Thomas Carlyle parece tomar al pie de la letra consiste en vestir las ropas de un editor inglés que traduce y comenta pasajes del tratado sobre la vestimenta con el que un filósofo alemán, el erudito Diógenes Teufelsdröckh, ha despertado un clamor inusitado en los círculos intelectuales germanos.
La atribución apócrifa no es el único guiño a Don Quijote. Así como en la novela de Cervantes los órdenes de la realidad y la fantasía aparecen personificados en los caracteres antagónicos de Sancho Panza y el caballero de la triste figura, del mismo modo opone Carlyle el empirismo del editor inglés al idealismo del profesor alemán. Y con ello, la construcción del puente que permitiría el pasaje de la existencia ordinaria a la “tierra prometida”, el mentado puente que el editor se empeña vanamente en construir, se ve gravemente comprometido, al punto de que los encomios y alabanzas iniciales mudan pronto en titubeos y luego en francos reparos: “Ardientes pensamientos brotan en forma de Palabras ardientes, como otras tantas Minervas surgidas entre llamas y esplendores de la cabeza de Júpiter; una dicción rica e idiomática, alusiones pintorescas, una orgullosa afectación poética o extraños juegos de palabras, todas las gracias y terrores de una Imaginación indomeñable unida al más lúcido de los Intelectos se alternan en hermosas vicisitudes. ¡Lástima que los interrumpan con tanta frecuencia otros tantos pasajes aburridos y soporíferos, circunloquios, repeticiones e incluso toques de pura jerigonza senil!”.
Rapsódica y desmesurada, la obra del inefable Teufelsdröckh es un mosaico de digresiones unidas por la idea de que todo vestido es un artificio que expresa un modo de ser social; que la mayor parte de las leyes, la educación, las religiones y los gobiernos no son más perennes que la ropa usada; y que el lenguaje, envoltorio del pensamiento, es el vestido por excelencia. Tan es así que los nombres juegan un papel destacado; el “mágico influjo” (Sterne dixit) de los nombres propios en la conducta y el temperamento. Así, Teufelsdröck (Estiércoldeldiablo), el colaborador Hofrath Heuschrecke (Consejero Saltamontes), la editorial Stillschweigen un Co. (Guardasilencio y Cía.), el lugar de nacimiento del filósofo Weissnichtwo (Nosesabedónde) y, claro, el título de la novela Sartor Resartor (Sastre remendado).
La glosa, ditirámbica y crítica en partes iguales, se complementa con el dificultoso trazado de la vida de Teufelsdröckh a partir de los rudimentos biográficos que un tal Hofrath Heuschrecke, aparente colaborador del filósofo, le hace llegar, no sin demora y en sendos sobres rubricados con signos zodiacales, al paciente, perseverante editor. Salvo que el contenido dista de ser satisfactorio: trozos de papeles, muchos de ellos ilegibles, facturas de la lavandería y alguna que otra semblanza. El editor, entonces, opta por escoger fragmentos y desechar otros según un criterio no menos dudoso. La conjetura y la invención, así, se entreveran en una suerte de hagiografía en la que es posible vislumbrar a contraluz hilachas de la historia del propio Carlyle.
Carlyle, que había traducido a Goethe, Schiller, Hoffman y Jean Paul, y estaba empapado del espíritu y la gramática germanos, sufrió una crisis existencial que le permitió desechar un borrador inicial, tomar distancia y construir una novela hilarante y abstrusa que no duda en lucir los oropeles de la sátira. Y que, a la vez, ofrece una punzante crítica a la feria de vanidades del mundo, suerte de advertencia ante el avance del entonces incipiente capitalismo industrial y su visión utilitarista de la sociedad.
Poliédrico artefacto fuera de su tiempo, Sartor Resartus sentó las bases de la cantera en donde abrevarían el Flann O'Brien de En Nadar-dos-pájaros, el Nabokov de Pálido Fuego, el Thomas Pynchon de Mason y Dixon o el Alasdair Gray de Pobres criaturas. Una novela que, tal como Foucault escribió acerca del clásico de Cervantes, se repliega sobre sí misma, se hunde en su propio espesor y se convierte en objeto de su propio relato.
7 de agosto, 2024
Sartor Resartus
Thomas Caryle
Traducción de Edmundo González Blanco. Actualización de Pablo Gianera
Epílogo de Ignacio Echeverría
Luz Fernández Editora, 2024
336 págs.