Luego de que Roman Polanski, el cineasta polaco hallado culpable de violación y abuso a menores, se alzara en 2020 con el galardón al mejor director en la celebración de los Premios César, la autora francesa Virginie Despentes escribió en el diario Libération: “Todas las víctimas de violación por parte de artistas saben que no existe una división milagrosa entre el cuerpo violado y el cuerpo creador. Acarreamos lo que somos y eso es todo. Vengan a explicarme cómo dejo a una chica violada en la puerta de mi despacho antes de ponerme a escribir, manga de bufones”.
Escándalos de esta naturaleza pulsan la médula de un conflicto, de una tensión, de una problemática –la cultura de la cancelación– cara a nuestra coyuntura occidental: ¿es posible diferenciar la moral de la obra de la de su creador? O, como diría la académica francesa Gisèle Sapiro (Neuilly-sur-Seine, 1965) en su último ensayo, ¿Se puede separar la obra del autor?
Antes que ofrecer una respuesta absoluta, Sapiro propone esbozar, en principio desde los marcos disímiles de la filosofía descriptivista y referencial, las ataduras, metonimias, distanciamientos, identificaciones que se juegan entre el nombre autoral y el personal. Antes que una respuesta definitiva, entonces, una serie de reflexiones que ayuden a complejizar el tema para que, en última instancia, sea el propio lector/a el que adopte, en el marco de sus limitaciones y libertades, su postura. Y, por último, antes que una respuesta definitiva, la explicitación de su posicionamiento: la suya, dice, termina por ser una “posición intermedia”, con determinadas características y condiciones.
Retomando conceptos de Foucault, de su maestro Bourdieu y de algún que otro académico, Sapiro, con claridad didáctica y una prosa que tiene sus (acotados) momentos de brillo, abre el juego y problematiza con facilidad las instancias en cuestión. La obra puede separarse porque se le “escapa” al autor, no sólo en el ámbito de sus condiciones de producción sino también en el de su recepción: el consumo de una obra, sabemos, no es pasivo, implica las apropiaciones más diversas. Sapiro no olvida tampoco, como bien remarca Hinde Pomeraniec en el prólogo, la cadena de “mediadores” necesarios para la circulación de un producto cultural: periodistas, críticos, investigadores, etc. Mediadores que, a fin de cuentas, contribuyen a la legitimación de un nombre autoral y de su obra. Por otro lado, afirma la académica, no puede separarse el autor de su obra en tanto que esta última lleva inscriptas las huellas de una cosmovisión particular, con sus marcas ético-políticas “más o menos sublimadas y metamorfoseadas por el trabajo sobre la forma”.
La complejidad y amplitud del tratamiento de Sapiro se distingue también en la diversidad de casos (en los tipos de caso) que aborda. Una obra como la del escritor francés Gabriel Matzneff, vertebrada en su sistemática pederastia, debe diferenciarse de aquella cuyo creador ha tenido un comportamiento inmoral o ilegal; comportamiento que permanece ajeno (por decirlo de algún modo) al trabajo artístico. El nombre de Polanski regresa una vez más puesto que, a diferencia de Matzneff, no hizo “obra” con su abuso. Era, al mismo tiempo, un cineasta reputado previamente a su condena, y en su filmografía resulta imposible rastrear apologías o defensas enmascaradas de los delitos por los que fue condenado.
¿Y qué hacer con los creadores que, ya no en acto, sino en el plano de las ideas y los valores, comparten ideologías que vulneran los derechos y las libertades de las diferentes minorías? No hay, tampoco en este campo, completa homogeneidad. ¿Qué ocurre cuando, como en el caso del crítico Paul de Man, el “compromiso comprometedor” –un puñado de artículos antisemitas– precede a la obra, o, por el contrario, como con Richard Millet, emergen a posteriori, cuando la obra y el creador han adquirido ya su aura de prestigio?
Entre muchos otros nombres problemáticos, circulan por el libro los de Günter Grass, Louis Ferdinand Céline, Martin Heidegger, Maurice Blanchot y Peter Handke (a quien la académica le dedica la totalidad del último capítulo). “¿Qué hacemos con estos autores encumbrados por la memoria colectiva?”, se pregunta Sapiro. Por lo pronto, antes que cancelar las obras, habría que estudiarlas –en especial las explícitamente denigrantes, xenófobas, racistas– no para ensalzar nada, claro, mucho menos a sus autores, sino para “perfilar la historia social de ese inconsciente epistémico”.
En el clima ominoso de la última dictadura cívico-militar, Borges, el escritor más prestigioso de América Latina, sostuvo en más de una oportunidad que la democracia era un abuso de la estadística. Se reunió, en los inicios del golpe, con parte de la Junta Militar y fue condecorado, ese mismo año en Chile, por el dictador Pinochet. ¿Qué hacemos, entonces, con estos autores encumbrados por la memoria colectiva? Por lo pronto, –y esto no sería más que un primer paso–, no olvidar, como sostiene Pomeraniec, que imaginar el mundo del arte concebido únicamente por personas de bien es tan ingenuo como inútil.
1 de junio 2022
¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error
Gisèle Sapiro
Traducción de Violeta Garrido; prólogo de Hinde Pomeraniec
Capital Intelectual, 2022
192 págs.