Sobre un campeón póstumo, su cuarta novela, confirma a Leonardo Sabbatella no sólo como uno de los mejores escritores de su generación sino como un hacedor de la que posiblemente sea la obra más consistente de su generación. Leyendo unas pocas páginas nos encontramos con un estilo reconocible: los verbos en presente, las descripciones morosas, la indeterminación espacio temporal, los capítulos brevísimos que funcionan como pequeños relatos autónomos de no más de un par de páginas.
Posiblemente la principal novedad que ofrece con respecto a su producción previa sea la extensión temporal de lo narrado. Si la acción de Tipos móviles, su novela anterior, se reducía a unos pocos meses en la vida de su protagonista, Sobre un campeón póstumo da cuenta del devenir de su vida, en un registro que le escapa a toda forma de grandilocuencia y a cualquier pretensión de totalidad. El ritmo sigue siendo lento, detallista hasta casi la detención, pero ahora al servicio de una relato que atraviesa lustros. Así, durante poco más de ochenta páginas seguiremos los acontecimientos vitales de Lozza, su protagonista, en un primerísimo plano que todo lo distorsiona y lo cubre bajo un tenue manto de irrealidad.
Hay algo de estilo indie en la prosa de Sabbatella. Es sabido: hace rato que lo indie no se refiere tanto a una forma determinada de producir y hacer circular productos culturales sino, más bien, a una estética y a una sensibilidad reconocibles. Mucho de esto se encuentra en Sobre un campeón póstumo: el personaje solitario, perdedor aún en la victoria, el ritmo asordinado, el énfasis sobre lo pequeño, cierta reticencia a lo local en favor de un estilo internacional. También un humorismo seco, menos verbal que de situación, que parece deberle tanto a Wes Anderson como al cine mudo.
La novela coquetea con el relato de iniciación para luego traicionar sus presupuestos. En las primeras páginas asistimos a la puesta en escena de algunos de sus tópicos (el vínculo con los padres, el descubrimiento de la sexualidad y la muerte, los primeros referentes) que, sin embargo, no conducirán al desarrollo de una identidad plena ni a la llegada de la madurez. Al contrario, lo que se ve en Lozza es la imposibilidad de hallar un conocimiento de sí y cómo su refugio en diferentes máscaras genera, inevitablemente, insatisfacción. Incluso la firma y la fotografía, las formas con que la Modernidad creyó, por fin, anclar la identidad, son puestas en tensión: en una de las escenas más cómicas de la novela Lozza autografía un póster con la imagen de otro piloto, con quien un niño lo ha confundido. Como si la identidad no fuera más que eso: la asunción grotesca de una imagen ajena.
Si bien Sabbatella juega con la indeterminación temporal, algunas alusiones nos permiten situar el grueso de la acción a mediados de los años setenta y ochenta, una de las tantas edades de oro de la Fórmula 1: desde la figura de Giambiagi, que recuerda a la tiranía de algunos dueños de escuderías (Enzo Ferrari, Frank Williams) hasta la reversión del mítico conflicto entre Carlos Reutemann y Alan Jones. En esta remisión al automovilismo de cuatro décadas atrás, Sabbatella retoma una de sus obsesiones: la relación entre hombre y máquina antes de la irrupción de lo digital. Su imaginación técnica es más afín al siglo XX que al XXI: Víctor, en El pez rojo, repara viejos proyectores de cine; Lozza, aquí, está en manos no de técnicos digitales sino de mecánicos. El vínculo con la máquina es corpóreo, tosco, tangible, casi artesanal.
Es difícil encontrar filiaciones claras para la obra de Leonardo Sabbatella. Su prosa tiene algo del Camus leído por Barthes en El grado cero de la escritura; la sequedad y la amenaza de lo absurdo remiten al Antonio di Benedetto de El silenciero y las indagaciones disparatadas de una subjetividad al borde de la ebullición impotente recuerdan a las novelas más abstractas de Gustavo Ferreyra como El amparo o El sol. Mucho más difícil es ubicarlo en el panorama de la literatura argentina de su generación: no hay nada aquí de literatura del yo, ni de gesto pop, ni abrazos a las gestas progresistas del momento. Un campeón póstumo confirma la solidez de una obra construida en base a coherencia interna, discreción y la apuesta a un anacronismo deliberado, ajeno a los llamados seductores de la novedad.
15 de noviembre, 2023
Sobre un campeón póstumo
Leonardo Sabbatella
Mardulce, 2023
96 págs.