Me siento feliz, en el fondo. Todo está bien reza, célebre, el final del diario de Katherine Mansfield (Wellington, 1888- Fontainebleau, 1923), una de las grandes cuentistas en lengua inglesa. Una última línea pacífica, consoladora, para una vida signada por el sufrimiento, por el malestar psíquico y corporal, por la fatal tuberculosis. Encorvada por las tribulaciones y el recuerdo del idealizado Leslie, su hermano muerto en la primera guerra mundial; frágil, aniñada, cuasi angelical, Mansfield pasó su vida de mudanza en mudanza, buscando una paz económica y mental, una cura definitiva para su titubeante salud.
Esto, en verdad, sostiene la traductora Eleonora González Capria siguiendo a Gerri Kimber, es parte del “mito Mansfield”, pergeñado, fundamentalmente, por John Middleton Murry, marido y responsable a cargo de sus papeles póstumos. Es probable que pocas de las facciones candorosas que los diarios y la correspondencia supieron trazar pertenezcan al retrato real de Mansfield. Para contrarrestar en cierta medida el mito, Sopa de ciruela surge como una selección de papeles sueltos, cartas, poemas, fragmentos de cuentos, apuntes de viaje, recetas, lista de gastos –algunos de ellos traducidos por primera vez al castellano– destinados a erigir otra figura, otra Mansfield, una que encuentra en la comida un lazo a la vida y a la fruición.
En festejo de la publicación del primer libro de la autora, En una pensión alemana, el escritor W. L. George organizó en ese mismo año, 1911, una cena en la que Katherine y su futuro esposo se conocieron personalmente. A modo de homenaje, la comida incluyó sopa de ciruela, una típica comida alemana. Son siete las secciones de este nuevo libro y en cinco de ellas –“El hambre”, “El buen beber”, “En un café”, “La escasez” y “Recetas & retazos”– el apetito, el saboreo, el placer o el rechazo por un plato, una infusión, una degustación, aparecen por momentos de manera lateral, por momentos de forma más o menos protagónica.
El apego por la comida y la bebida contamina incluso el modo de pensar la escritura de ficción. Cuando la autora baraja la debilidad de un cuento propio, su falta de potencia, anota: “Es como comerse un racimo de uvas en lugar de una uva de caviar”. Al analizar un libro mediocre de E. M. Forster, escribe: “Forster no hace más que calentar la tetera. Tiene mano para eso. Toca esta tetera. ¡No me digas que no tiene una temperatura ideal! Sí, pero no vamos a tomar el té”. El apego al hambre puede, también, moldear su percepción del otro. Una mujer de encaje blanco, con un collar de perlas, se le asemeja, por caso, a una gaviota: “Pero una gaviota veloz y famélica con un apetito insaciable de pan: “¡Ven a alimentarme! ¡Aliméntame!”, decía esa mirada fulminante y rápida”. Y “la cosa más triste del mundo" toma la forma de una taza de té liviano: “Lo confieso, siempre que en una reunión para tomar el té alguien dice (...) “Para mí bien liviano, por favor”, me dan ganas de echarme a llorar”.
En la disputa por el sentido final de los textos póstumos de Mansfield, hay un conflicto que roza lo escandaloso: su famoso y bellísimo diario –que, por otra parte, la editorial Chai publicó hace unos meses– no sería, según Valérie Baisnée, un diario per se. Lo que la escritora dejó tras su muerte, afirma la investigadora, fueron 46 cuadernos atiborrados de textos y apuntes diversos como los que encontramos, claro, en Sopa de ciruela; esto es, algo muy distante de la voluntad documental y sistemática que requiere la convención del género diario. Habría sido Murry, publicando de cierto modo el material –cuando no omitiendo o censurando fragmentos significativos–, el encargado de la fabricación de estos “artefactos ensamblados”, que configuraron la idea de un diario y de una Mansfield adorable, empática, finalmente sumisa.
Sea como fuere, gracias a Eterna Cadencia y a Chai, la circulación de los textos de la autora reaviva y, al mismo tiempo, tensa su figura. Como lo explicita González Capria, su trabajo no deja de ser una selección y, en este sentido, un recorte, uno entre tantos posibles. Es cierto, su Mansfield está menos centrada en la agonía, menos enfrascada en sus dolores. “Ay, quiero vivir. Quiero amigos y gente y una casa. Quiero dar y gastar (sin contar los ahorros del banco postal, querido)”, le escribe, vital y graciosa, al esposo, en 1915. De cualquier manera, ante los lectores y lectoras, Mansfield se mantiene, hoy día, tan vital y graciosa como dolorida y acongojada. En la medida en que la obra de la esquiva autora permanezca en pie y siga discutiéndose, en el fondo, ellos, se sentirán felices; en el fondo, para ellos, todo estará bien.
2 de noviembre, 2022
Sopa de ciruela
Katherine Mansfield
Traducción, prólogo, selección y notas de Eleonora González Capria. Ilustraciones de Josefina Schargorodsky
Eterna cadencia, 2022
464 págs.